Yusef Komunyakaa. Camuflando la quimera

 

Presentados dos textos claves del gran poeta estadounidense pertenecientes a su libro Dien Cai Dau, publicado por Valparaíso ediciones. La traducción al español es de Juan José Vélez Otero.

 

 

 

Yusef Komunyakaa

 

 

 

CAMUFLANDO LA QUIMERA

 

Nos atamos ramas a los cascos.

Nos pintamos las caras, y los fusiles,

con el fango de la orilla del río,

 

colgamos manojos de hierba de los bolsillos

de nuestros uniformes de camuflaje. Nos

fundimos con la selva

contentos de que los colibríes se fijaran en nosotros.

 

Nos ceñimos a los bambúes y luchamos

contra el viento que venía del río

arrastrando nuestros fantasmas

 

desde Saigón a Bangkok,

acordándonos de las mujeres

que habíamos dejado en América.

Apuntábamos a los pájaros de cantos ominosos.

 

En nuestras paradas sombrías

los simios de las rocas intentaban delatarnos

lanzando piedras al anochecer. Los camaleones

 

trepaban por nuestras espaldas, cambiaban

del día a la noche: del verde al dorado,

del dorado al negro. Pero esperamos

hasta que la luna se convirtió en metal,

 

hasta que algo se rompió

dentro de nosotros. Los Vietcong

se movían por la ladera, con sus vestidos de seda negra,

transportando equipos pesados por la hierba.

Allí estábamos escondidos. El río fluía

por nuestros huesos. Los animales pequeños

se escondían

al notar nuestra presencia; contuvimos la respiración,

listos para llevar a cabo la emboscada

en L, mientras que el mundo daba vueltas

debajo de nuestros párpados.

 

 

 

 

TÚNELES

 

Se mete de cabeza dentro del agujero,

da patadas al aire y desaparece.

Siento como si estuviera allí dentro

con él, avanzando, impulsado

por un río de oscuridad, sintiéndome

dichoso por cada pulgada hacia lo ignoto.

Nuestro rata de túnel es el hombre más pequeño

del pelotón en una caja de resonancia

que le hace sangrar los oídos

si aprieta el gatillo.

Se mueve como si imitara

a los peces ciegos que se deslizan por un mar imaginario

empujado por algo más grande que la ambición

en la vida. No piensa

en las arañas y alacranes que habitan el aire,

ni le inquietan los murciélagos que cuelgan boca abajo

como dioses con la ceguera de los topos.

El olor a humedad es más intenso

que el hedor de las letrinas.

Acecha una urdimbre de bombas, dispuestas

a reventar en pedazos de estrellas.

Inducido por alguna exigencia,

por algún impulso, entiende el latido

de lo misterioso y lo insólito

como pensamientos atrapados debajo de la tierra.

Interpela a todas las raíces.

Cada sombra amenaza

con la muerte. Como un ángel

empujado contra el dolor,

su casco redondo

sigue el círculo de luz que su linterna

arroja al vacío. Entre piojos

plateados, mierda, gusanos y vapores pestilentes,

ahí va, el buen soldado,

a cuatro patas, excavando más allá

de la muerte que se esconde en cualquier

esquina oscura,

honrando el peso de la escopeta

que cualquier día lo llevará a la tumba.