Vladimir Maiakovski. Unas cuantas palabras acerca de mí mismo

 

Presentamos dos textos claves del legendario poeta ruso en la traducción al español de Alfredo Gurza.

 

 

 

Vladimir Maiakovski

 

 

Unas cuantas palabras acerca de mí mismo

Me gusta ver morir a los niños.
¿Usted notaría la cresta de la risa, la ola brumosa
tras la trompa de la tristeza?
Y yo—
en las calles de lectura—
tan a menudo he hojeado tomos de ataúdes.
La media noche
con húmedos dedos me tienta
a mí
y a la apisonada cerca,
y con las gotas del aguacero sobre las calvas cúpulas
galopa enloquecida la catedral.
Veo a Cristo huir del icono
mostrando al viento sus heridas
besadas llorando por el barro.
Grito al letrero de “Prohibido”,
hundiré el puñal de palabras poseídas
en las henchidas carnes del cielo:
“¡Sol!
¡Padre mío!
¡Sé al menos compasivo y no me atormentes!
Es en ti que mi sangre derramada fluye en costosos hilos.
¡Es mi alma la que está,
cual jirones de nube desgarrada
en el cielo calcinado,
en la oxidada cruz del campanario!
¡Tiempo!
¡Al menos tú, lisiado peregrino,
pinta mi rostro
para la deforme capilla de los siglos!
¡Estoy solo, como el último ojo
de un hombre que va hacia los ciegos!”

 

 

 

Mejor trato a los caballos

Batían los cascos
como si cantaran:
grip
grab
grop
grup.
De viento borracha,
de hielo calzada,
la calle resbalaba.
Un caballo sobre la escarcha
se estrelló
y de pronto
un ocioso tras otro,
de los que los pantalones bien hechos presumen en la Kuznetski,
se arremolinaron.
La risa.
—¡Un caballo se ha caído!
—¡Se ha caído un caballo!
La Kuznetski reía.
Sólo yo
mi voz no unía a su alarido.
Me acerqué
y vi
los ojos del caballo.
La calle
fluía a su modo…
Me acerqué y vi
gota a gota
por el belfo deslizarse,
escondiéndose en la crin.
Y alguna punzante
animal melancolía
salpicando brotó de mí
y se extendió en un rumor.
“Caballo, no importa.
Caballo, escuche.
¿Es que piensa que usted es peor que ellos?
Chiquillo,
todos nosotros somos un poco caballos.
Cada uno de nosotros es a su manera caballo.”
Quizá
era viejo
y no necesitaba una nana.
Quizá mi idea le pareció
trivial.
Simplemente
el caballo
corrió.
Se paró sobre las patas,
relinchó
y se fue.
La cola mecía.
Pelirrojo bebé.
Llegó alegre,
se detuvo en el establo.
Y le pareció
que era un semental
y valía la pena vivir
y trabajar valía la pena.