Uriel Martínez

Bienaventurados

 

 

 

Bienaventurados

Bienaventurados aquellos que a las 22 horas
tienden la cama antes de acostarse
a morir

Bienaventurados aquellos que antes de dormirse
lavan detenidamente sus placas.
encías y paladares

Bienaventurados aquellos que se encomiendan
a sus homónimos, fantasmas y pesadillas
antes de entregarse al frío

Bienaventurados aquellos que pasan
la noche sin internet, sin cerveza
ni Cabernet en las venas

Bienaventurados aquellos que tienen
el coraje de apagar la última
colilla en el cenicero

Bienaventurados los que tienen el propósito
de enmienda cada noche, cada día,
cada mañana

De todos ellos será el reino

 

 

El mago

Esperaré a que avance el día
para salir a comprar flores,
no para los muertos
-los finados prefieren misas-
sino para la casa.

En casa no reposan los fallecidos,
los muertos viven en uno
y unos viven para los vivos,
cuestión de enfoque,
de tiempo y de lugar.

Mientras el domingo camina
en dirección al mediodía,
el café se filtra, el grifo gotea,
la cama y las sábanas se
desperezan.

El calefactor resuella,
lo escucho con nitidez,
la salvia humea en el plato
la flama de madera hace lo suyo.

Mientras el domingo se despabila
saco del bombín un conejo,
dos naranjas maduras
y una manzana roja.

 

 

Urna y ceniza

La mano en el mentón,
la mirada perdida
en la distancia,
como un vate
que interpreta
el pasado, el futuro,
el aquí y el ahora;

la pierna cruzada,
la derecha sobre la
izquierda como quien
oculta el bulto
de los huevos,
la pesadez de éstos,
la gravedad de los años;

la mano en el mentón
muestra la argolla
no del matrimonio
sino el compromiso
con la vocación,
con la poesía;

la calvicie avanzada,
precoz, prematura,
la tendencia al llanto,
el flash de quien
madura un poema.

Todo esto guardado
en la urna donde
reposen las cenizas,
el día de ceremonia fúnebre,
el último paso.

 

 

La escalera

la escalera tiene dos sentidos,
como la rayuela, cielo
y tierra, abajo y arriba,
frío y calor;

como la escalera mi cuerpo
tiene peldaños, tiene
fortalezas, tiene trabes,
tiene clavos y refuerzos;

la rayuela como el cuerpo
y la escalera, tiene vértigo,
tiene mareos, tiene
un aquí y un ahora;

la escalera, la rayuela,
mi cuerpo además
de peldaños, tienen puertas,
tienen bisagras, tienen cerrojos;

una entrada y una salida.

 

Uriel Martínez (Tepetongo, Zacatecas,  México, 1950). Estudió Letras Españolas en la UNAM, y colabora con revistas de su país y del exterior. Publicó ... LEER MÁS DEL AUTOR