El séptimo gesto
(Traducción al español de Reynol Pérez Vázquez)
Las pequeñas estaciones
A Yana Búkova
Ser alargados igual que las sombras bajo las farolas o bajo los rayos sesgados del sol, desde los pies que se ponen en marcha, pero también desde arriba, solos camino de nosotros mismos. Compartir la luz, pero también no parar de andar. No el final, sino el rumbo es lo importante. Y cuando nos sentemos bajo el parral, cuya sombra colorida se asemeja tanto a la aurora y al crepúsculo, a una canción de pájaros, que un ladrar de perros sea una piedra en medio del camino, sobre la cual sentarnos un poco a descansar. Historias tales de vida y muerte. La llegada es como esas estaciones pequeñas, donde el tren se detiene no más de tres minutos.
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El diablillo corretón
Esas fotografías a lo largo de la escalera de caracol son la cola de una lagartija que se desprendió. Permanece disecada entre la planta baja y el primer piso, pero la lagartija hace ya mucho que no está. Probablemente con una cola nueva estará corriendo por caminos polvorientos, justo delante de los neumáticos de un automóvil y por las paredes de una fortaleza, sintiendo tu mano, la de miles antes que tú, el eco en la piedra, ese caracol marino en tierra. Estará corriendo por la hierba, una barba masculina que lleva semanas sin cortar. Bajo esa hierba reposan huellas de animales antiguos. El payaso entre las filas en el circo, de nariz roja y el característico sombrero.
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Orfeo y Eurídice
Entre todos los que me han mentido, a todos les tomé confianza, sobre todo a ti. A quien más me ha engañado. Esa parte del juego del escondite, cuando, fingiéndolo, cedes el turno a tu compañerito más pequeño, a tu hijo. Lo mismo pasa con cualquiera a quien le das un dado o una mano. Después le estrechas la mano y lo besas en la mejilla derecha (o en la izquierda). Tú, por amor a él. Él, por amor al juego. En una situación parecida Orfeo se volvió y tampoco escupió a Eurídice. No la escupió. Sin embargo, ella se alejó. Por voluntad de los dioses, cuentan.
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Fotografías de pasaporte
Esas cabezas cortadas de las fotografías no son tan terribles como en las películas. Aunque sean de nuestros familiares, las llevemos en nuestro bolso, durmamos con ellas en la mesita de noche, les hablemos. En la oscuridad de la iglesia tampoco son terribles ya que, afirman, se trata de un lugar santo, lejos de cualquier profanación. De seguro porque no hay sangre, salvo en el pasado y en el futuro. Sólo una con una corona de espinas y los ojos cerradoabiertos me asustó. La cual te mira desde todos los ángulos. Sólo la mujer que pereció en un accidente automovilístico, en cuyo bolso encontraron una imagen de la virgen María.
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Bajo las uñas de la víctima
A Stefan Elénkov, mi padre
Si la piel posee memoria, como afirman los médicos, ello significa que la casa en la cual se apoyó la última vez, el mar donde nadó, todavía recuerdan. Únicamente mis vestidos no recuerdan porque los llevo a la tintorería o a menudo los lavo. Pero este mar nuestro, que se halla así de encerrado, de modo que a él no arriba corriente alguna, la pared vertical bajo el cobertizo a la cual no lavan las lluvias, con toda seguridad recuerdan. Como picos de pelícanos, como jorobas de camellos guardan los recuerdos de días de vigilia. Como las uñas de una víctima que aún conservan vellos de la piel de un asesino.
-Tsvetanka Elénkova
El séptimo gesto
Traducción de Reynol Pérez Vázquez
Vaso roto ediciones, 2021
https://americas.vasoroto.com/products/el-septimo-gesto