Elefante
Notas de una lectura de Elefante
(barrera calderón)
Elefante toma la apariencia de una colección o reunión de pequeños datos que en otro contexto pasarían como detalles anecdóticos, que dichos al pasar, entre miles de pequeñas informaciones parceladas, sólo podrían dar cuenta de una naturaleza caprichosa y lejana, que siempre ocurre en otros territorios, en otros paisajes, en otros continentes. Y nada mas alejado de la realidad. La naturaleza lo envuelve todo, la manera en que articula la vida es clara y no usa disfraces, a veces hasta puede parecer ingenua de tanta claridad. En este libro, existe una concatenación de pequeños fragmentos que dan a luz una percepción múltiple de una sabiduría natural que intenta prevalecer a pesar de la devastación, el avance del imperio del artificio y el confuso llamado al progreso, esa voracidad sin límites del hombre sobre un territorio en extremo delicado. Pero esa existencia animal, cobra una especial sutileza en los elefantes, que no tienen cualquier manera de ser animales, sino una muy específica, son seres nacidos para la libertad, por su alimentación y por su enorme fuerza e inteligencia, no son cazadores ni presas, y en este sentido son dueños la misma libertad entregada a nuestra naturaleza simia. Sólo la pérdida del vínculo vital con esa manera de ser en el mundo, puede llevar a cargar la balanza hacia víctimas o victimarios. En estas páginas se da cuenta de esa polarización, convertida en lucha desesperada en nuestros tiempos.
En este libro, Teresa, o Laura, se hace cargo de la lucha entre una existencia animal y las imposiciones de una supuesta humanidad como signo de superioridad, una humanidad de la cual tanto se habla pero tan poco se conoce. Ella se instala en medio de estas contradicciones, perpleja por la eliminación sistemática de la sabiduría animal en el mundo. En este caso, el elefante es, entre otras cosas, metáfora de memoria, pero no de cualquier memoria, sino de la memoria afectuosa y vibrante que logra vincular a todos los seres, de diferentes lugares y épocas, antepasados y descendientes como nudos de una red invisible de inmensa belleza. Ella tampoco está ajena a esta red, y su historia personal, su infancia, sus libros, su provincia, se tejen también en esta estructura viviente. Los elefantes son fundamentales en su experiencia personal, porque ella en sus primeros años tuvo noticia de su existencia deslumbrante y ya no puede separarse de ellos, han quedado registrados y adheridos a su código genético, del mismo modo en que Ganesha, el dios humano con cabeza de elefante, protector de la sabiduría, las artes y la literatura, ha quedado grabado en la memoria de pinturas, grabados y templos.
Elefante es un poema unitario con una estructura epigramática, compuesto como una sumatoria de pequeños textos que son también unidades en sí mismas. Se puede leer también en este esquema, una analogía de las existencias individuales, que a su vez forman parte de la existencia de una especie. Podría faltar un fragmento o podrían sumarse otros nuevos, pero eso en nada afectaría la vida que hay en el conjunto. Por último, parafraseando a Schopenhauer, y tal vez de manera divergente al planteamiento de este libro, quisiera mostrar como una alternativa al sufrimiento por la muerte y el paso del tiempo, que si nuestra madre común entrega a sus hijos indefensos, a los mil peligros que les rodean, es porque sabe que si caen es para volver a su seno. La vida y la muerte, deberían sernos también indiferentes, puesto que la naturaleza es lo que nosotros mismos, y eso tan sencillo, es algo tan difícil de entender.
Fragmentos de Elefante
*
Un elefante entrenado
Puede aprender en pocos meses
A expresar en lengua coreana
Sí
No
Gracias
Perdón.
Presionando un poco
podría enseñarnos algún secreto
de su humanidad
Y vive 80 años
*
Un humano civilizado
es decir, entrenado
es decir, educado
puede aprender a decir:
Sí
No
Gracias
Perdón.
Pero solo expresa
en lengua indecente:
ándate al cuerno
que te parta un rayo
muérete carajo.
Y vive 80 años.
*
Un elefante sabe lo que sabe
está en su código ancestral
forma parte de sus derechos humanos.
Un humano no revela enigmas.
Los guarda en su hermético egoísmo.
No respeta siquiera la ley de la selva.
*
Un elefante vive 80 años.
En su memoria genética conserva el instructivo
para seguir la huella de la muerte
lejos muy lejos
donde nadie llorará lágrimas de cocodrilo
ni de elefante.
*
Es simple
se recuesta
en ese lugar remoto
sobre los restos de sus parientes de ruta
y cierra los ojos
para abrirlos en el cielo de los elefantes
*
Un elefante
lleva luto por sus parientes
presenta reacciones dramáticas
ante el cadáveres de otro elefante.
Respeta huesos y restos
de otros ejemplares de su especie.
Un elefante no necesita patio 29
Cuando reconoce un cadáver de elefante.
regresa sistemáticamente
a investigar los huesos y colmillos
regados por el camino.
Un elefante siempre visita
los huesos de sus parientes.
*
Un humano
luce orgulloso su bestialidad
Y vive 80 años.
Vive 80 años
pero maldice su transitoria inmortalidad:
muy poco tiempo para aprender
lo que le está permitido a un elefante.
Luce orgulloso su bestialidad
orondo en su libre albedrío
y en pleno desuso de sus facultades mentales
*
Un elefante barrita.
Un hombre
Ni siquiera barrunta.
*
Un elefante
se retira a la selva
resuelto a encontrarse consigo mismo
a solas
sin un dios me lo dio, dios me lo quitó
y sin el acompañamiento
del duque de Borja (Borgia)
cuando Felipe II le puso el encargo
de presidir el funeral de una reina
(una de las 4 mujeres que el rey más amó).
Entonces él, un duque enamorado de su reina,
vio en el camino
cómo se descomponía la belleza en el ataúd.
Por eso dijo:
“nunca más servir a señores que son de este mundo”.
Tomó el hábito, dejó atrás al galán,
y se convirtió en san Francisco de Borja.
*
Adriano del Valle
También sabía de elefantes
y vio porque tenía ojos para ver
y oídos para oír:
una madre elefanta
cantaba nanas de cuna.
*
El elefante lloraba
porque no quería dormir.
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír.
-Papá elefante está cerca,
se oye en el manglar mugir;
duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír.
El elefante lloraba
(¡con un aire de infeliz!)
y alzaba la trompa al viento.
Parecía que en la luna
se limpiaba la nariz…
*
Yo tenía 4 años
elefantita arrastrada
al Liceo de Niñas de La Serena.
Me sacaron de la cama muy temprano
una mañana
me pusieron uniforme
y caminé de la mano de mi madre
desde Larraín Alcalde 1187
hasta Eduardo de la Barra
donde se alzaba un mausoleo blanco.
Como tenía 4 años
tenía miedo.
Mi madre que tenía 22
también tenía miedo.
Pero yo no lo sabía
porque ella tenía 22
y yo tenía 4.
Como tenía miedo, digo
lloré a mar abierto
tan abierto como el mar de La Serena
cuando me dejaban en el colegio.
*
Por eso mi madre
conmigo en la sala,
día tras día,
sentada en el último asiento
cerca de la puerta.
A ratos yo miraba hacia atrás
y volvía el mar de La Serena
a abrirse ante mis ojos.
Un día ella se había esfumado.
Entonces ni silla ni madre
junto a la puerta.
Una mañana
la última mañana
que entramos a la sala,
el negro pizarrón lucía su invitado:
un elefante de tiza blanca
alzaba su trompa
hacia una luna redonda y grande
como todas las lunas de La Serena.
Yo que nunca había visto un elefante
en ningún libro de mi padre
cerré la boca y abrí los ojos.
La profesora, joven como mi madre
pero menos bella
decía palabras de encantamiento,
como mi madre:
El elefante lloraba
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír.
-Papá elefante está cerca,
se oye en el manglar mugir.