Vidas paralelas
(Traducción al español de Manuel González Rincón)
I
No nos quedaba sino la evocación, como la negra huella
sobre nosotros
de una antigua armadura; cual reptiles duermen ahora
en los tambores
y en los patios, entre animales inmundos, tendiéndonos
a veces la mano, las Sombras.
Nadie nos perdonó que viviésemos en silencio, con la
mirada gacha,
y cuando mañana los tasadores, impávidos en la columnata,
comiencen su balance,
les pareceremos cobardes o, cuando menos, pusilánimes. Pero
esta estrella en el cielo
era la piedra que teníamos en la boca, por si se nos escapaba
algún suspiro.
II
Cuando comenzó el asedio, el augur anunció rotundo:
«habéis de temer el silencio»,
así que luchamos sin tregua vociferando, los tambores
y las trompetas no cesaban ni un momento,
y por las noches conminábamos a las mujeres a que gritaran
sobre los muertos,
tanto que, alguna vez, alguno de ellos se movió,
importunado.
Hasta que, en la siguiente luna menguante, el enemigo
tomó la ciudad.
Pero entonces, ¿y el augur? Oh, palabras equívocas de los dioses,
porque, precisamente, perdidos en este vano clamor,
habíamos sido vencidos al fin por el silencio.
III
Una hilera de patíbulos jalonaba el largo camino,
«¿pero tantos enemigos teníamos?», nos preguntábamos
casi con miedo, mientras las naves traían sin cesar
más prisioneros,
había, además, un niño entre ellos, con el juicio
divino en la mano
(eso era, al menos, lo que afirmaban); pero por las noches,
mientras yacíamos con sus mujeres, desde
el campamento oíamos
su canción lastimera y nuestros perros, que ahora
nos rehuían,
erguidos sobre las murallas, gruñían asustados, como si
adivinaran en la oscuridad
la otra batalla, la dudosa, entre vencedores y vencidos.
IV
Quedó libre un asiento en el gran teatro al aire libre
donde nos habíamos reunido;
la ciudad peligraba, no había tiempo, debíamos tomar
decisiones sin dilación;
«¿a quién esperamos?», preguntábamos unos a otros
señalando el asiento vacío;
y el día pasó entre alboroto, disputas y votaciones
y a cada poco, «¿a quién esperamos?”», preguntaban de nuevo.
Hasta que, de repente, una hoja cayó de un árbol
y, tras trazar un círculo en el aire sobre el murmullo
humano,
vino a posarse en el asiento vacío.
O quizá tal vez tenía un significado más profundo.
-Del poemario Descubrimiento, 1977