Sylvia Plath. Cumbres borrascosas

 

Presentamos dos textos de la célebre autora estadounidense en la traducción al español de Raquel Lanseros.

 

 

 

Sylvia Plath

 

 

ESTIRAMIENTO FACIAL

Me traes buenas noticias de la clínica,
Te quitas de golpe el pañuelo de seda, exhibes las apretadas
Blancas vendas de momia, sonríes: estoy bien.
Cuando yo tenía nueve años, un anestesista vestido de verde lima
Me dio gas banana a través de una máscara. La bóveda nauseabunda
Estalló en pesadillas y voces jupiterinas de cirujanos.
Después apareció mi madre como flotando, traía una palangana de hojalata.
Qué mal me encontraba.

Han cambiado todo eso. De viaje
Desnuda como Cleopatra con mi esterilizada bata de hospital,
Borracha de los sedantes y excepcionalmente graciosa,
Llego sobre ruedas a una antesala donde un hombre amable
Me cierra los puños. Me hace sentir que algo precioso
Se escurre entre mis dedos. Enseguida
La oscuridad me borra como tiza en la pizarra…
No me entero de nada.

Durante cinco días yago en secreto,
Con grifo como un barril, mientras los años desaguan en mi almohada.
Hasta mi mejor amiga cree que estoy en el campo.
La piel no tiene raíces, se despega fácil como el papel.
Cuando sonrío, se me estiran los puntos. Crezco hacia atrás. Tengo veinte años,
Ganas de hijos y falda larga sobre el sofá de mi primer marido, los dedos
Enterrados en el astracán del caniche muerto;
No tenía gato aún.

Ahora ha desaparecido la señora con papada
Que he visto instalarse, arruga tras arruga, en mi espejo–
Vieja con cara de calcetín, dada de sí sobre un huevo de zurcir.
La han atrapado en un frasco de laboratorio.
Que se muera allí, o que se marchite sin parar durante los
próximos cincuenta años,
Cabeceando y meciéndose y toqueteando su fino cabello.
Madre de mí misma, me despierto envuelta en gasa,
Rosada y suave como un bebé.

 

 
CUMBRES BORRASCOSAS

Los horizontes me cercan como haces de leña,
Inclinados y dispares, siempre inestables.
Rozados por una cerilla, podrían calentarme,
Y sus finas líneas chamuscarían
El aire hasta dejarlo naranja
Antes de que las distancias que unen se evaporen,
Aplastando el pálido cielo con un color más sólido.
Pero sólo se disuelven y se disuelven
Como una sucesión de promesas, mientras avanzo.

No hay vida por encima de la hierba
O del corazón de las ovejas, y el viento
Se derrama como el destino, doblando
Todo en una dirección.
Noto cómo intenta
Robarme el calor.
Si presto mucha atención
A las raíces del brezo, me invitarán
A blanquear mis huesos entre ellas.

Las ovejas saben dónde están,
Pastando en sus sucias nubes de lana,
Grises como el tiempo.
Las negras ranuras de sus pupilas me envuelven.
Me siento como remitida por correo al espacio,
Un mensaje corto y tonto.
Ahí están disfrazadas de abuela,
Sus pelucas de rizos, sus dientes amarillos
Y sus duros balidos de mármol.

Vengo a las roderas y al agua
Límpida como las soledades
Que se me escurren entre los dedos.
Los huecos umbrales de las puertas van de un prado a otro;
Con el dintel y el vano desgoznados.
De la gente el aire sólo
Recuerda unas pocas sílabas extrañas.
Las repite gimiendo:
Piedra negra, piedra negra.

El cielo se inclina sobre mí, yo soy lo único vertical
Entre todo lo horizontal.
La hierba agita la cabeza distraídamente.
Es demasiado delicada
Para una vida en semejante compañía;
La oscuridad la aterra.
Ahora, en los valles estrechos
Y negros como monederos, las luces de las casas
Brillan como calderilla.