Economía doméstica y otros textos
(Traducción al español de Emilio Coco)
ECONOMÍA DOMÉSTICA
A las once y media –el martes–
libertad para los varones. Quedaban
ellas, las muchachas, para la clase
de Economía Doméstica (materia
rara, palabra insegura: el ahorro
no tenía nada que ver…). Qué harían
en aquella hora, no les importaba a los varones;
pero después de medio siglo, sí, el sentido
de aquel quedarse en el aula ya se entiende,
si nos salta un botón o se descubre
una carrera, el agujero en el calcetín…
Saben arreglar, nuestras coetáneas,
cualquier cosa: manos de plata, veloces
para delicadas microcirugías.
Nos preguntamos: las más jóvenes, ¿saben
hacer las mismas cosas? Así somos felices
por haber vivido, aun sin saberlo, el tiempo
de aquel aprendizaje de la aguja y el hilo.
Luego uno quisiera, en el quirófano
(quod deus avertat…), en el momento crucial, confiarse
en sus incisiones, sus suturas–
queridas compañeras, venas e hilvanes
del sentimiento joven en moratoria.
QUERIDO PAPÁ
Querido Papá, quería darte
la buena noticia: nos acoge
a ambos, en la misma hoja
(volumen dieciséis,
página seiscientos veinte),
la nueva Rizzoli-Larousse.
Somos dos «voces», y paciencia
si a la tuya conceden apenas
dos tercios de mis líneas,
cuando el más poeta de los dos
eras tú ‒pero ocurre siempre
que al superviviente se le acredita,
inmotivada, una bonificación.
Lo que cuenta es que estamos allí
juntos, inmortales en el papel,
contiguos, para una memoria futura,
ahora que la historia
se adentra en sendas más oscuras
y próximo es el aniversario
‒treinta y siete años: ¡una vida!‒
de tu repentina salida.
PARA MI PADRE
NACIDO EL 26 DE JUNIO DE 1905
Y así, antes de que termine junio,
¡tú también centenario!
En más de un libro
que quité de tus anaqueles, encuentro dedicatorias
de autor ‒Quasimodo, Barolini,
Barile…
En «La Italia literaria»
(años Treinta) reseñabas a poetas.
Tomabas notas en papeles que
la vela del tiempo ha vuelto oscuros.
Por lo general era el reverso de una prueba.
Me conmueve este rendirse al tiempo,
el perderse de todo color en lo oscuro.
¡Cuán valioso debía ser
‒para cada uno‒ el papel! Y más que tú
repruebo la poética de la página blanca.
FANTASEANDO SOBRE LOS PASOS DE ÉL
EN EL VERANO DE 1944
Mediodía de finales de julio.
Bochorno. Cigarras. Lozanía
de viñas contra el cielo oscuro.
El trueno se hace oír.
Avanzan los tres, de patrulla,
cautos por los huertos de frutales.
Sigo al más maduro en años:
gafas, mosquetón vetusto,
no lleva un uniforme
sino ropa tan desteñida
que más vivo parece el rojo
del pañuelo, en el cuello.
Adelante. Arriba, algo
se ha movido, y no es ruido
de primera lluvia, entre las hojas.
No, es en la rama, donde se balancea,
execrable pájaro
de mal agüero, el alemán.
¿Dormita? ¿Picotea? Distraído,
¿dónde mira? Viejo mosquetón,
¡tuya es la palabra! Venga, ¡apunta,
acierta! Si estamos en el bautismo
de fuego, ¡no puedes sustraerte!
……………………………………………..
Pero tú, santa Naturaleza, tú
provees. Basta un rayo
¡y ya el árbol se vuelve ceniza
con todas las vidas que acoge!
(Oh padre mío partisano,
lo imagino, en aquel verano
del siglo perdido y lejano,
tu triunfo sin botín.)
«NO HABLEN…»
«No hablen al conductor», pero en el tranvía
de mi infancia se leía de manera distinta:
«manejador», y desde aquella palabra
se difundía un olor, duro a hierro y arrabio,
como duro era nuestro itinerario,
el ir y venir de cada día de la casa a la escuela.
Tímido, no transgredía el precepto
pero a veces era él, el «manejador»,
afectuoso por cansancio, que soltaba
una ocurrencia, para hacernos reír.
Conducía de pie en la plataforma
como un timonel en alta mar, ignorante
de que formaba una parte laboriosa dentro
de una eterna cotidiana metáfora.
También más tarde, obediente al precepto
antiguo, me he callado con todo
timonel a quien me encomendaba,
ya fueran ferrocarriles o cielos o aguas.
Y ni siquiera en mis sueños he hablado
(creo): no para salvar erizados secretos
sino porque estoy seguro de que nuestros sueños
alguien los conduce, «manejando»,
aunque ya no con el dulce estrépito
que tenía el tranvía, desvanecido el olor
duro a hierro y arrabio. Los ángeles, ¿están en pie?
LAS LLAVES DE CASA
Quizá no debía buscaros, sin embargo…
Siento que podríais estar aquí cerca,
apenas más allá de la barrera de ortigas
en este jardín desertado
que se descubre por los anchos ojos de herrumbre
de la verja.
Desertado pero todavía
capaz de dar frutos, me doy cuenta de ello
en junio por todas esas cerezas
que el pico de los pájaros no coge
y perjudican el suelo.
Si estáis,
no digáis nada. Basta con que escuchéis:
he sido bueno durante todo el verano,
renuncias y más renuncias: ni una película
ni una cena entre amigos, he recuperado
las dos materias que tenía en setiembre.
¿No me merezco las llaves de casa?
ORDEN INVERSO
Renazco, primogénito. A los dos varones
nacidos después de mí y a la niña
les enseñaré cómo se ata un zapato.
De mi voz aprenderán los primeros
rudimentos de la escritura y los números,
además de algún verso de memoria. Haré
que sean puntuales en la escuela. Días
serán, y meses y años de llamadas
para mí, de alarmas sin algún descanso.
A los dos varones enseñaré las reglas
del fútbol y la pasión. A la niña
cómo se inventa un pastel: tendré
sus muñecas, hasta que absorta en la cocina
haya mezclado la harina con los huevos.
Cuatro muchachos ‒y mientras el horno cuece‒
que no olvidan hacerse la señal de la cruz.
CÓMO MIRAR
una vidriera pintada, un lienzo,
un fresco, un cartón‒
ser dos,
encendidos, dentro, por una idea de lluvia
(fuera, el aire grande de la ciudad)
contemplar juntos no comprender
quizá las estaturas las alegorías
decirse lo que se sabe o se presume
memoria y fantasía haciendo lumbre
y sentirse paredes tan tiernas
que las penetre el clavo llamado amor.