Silvia Guerra

Ojo de agua

 

 

 

 

Es una niña al borde de la fuente

que le pone pétalos al agua.

Un pétalo, otro pétalo

Un malvón deshojando otro malvón.

Un día lejano, dentro de muchos días

quizás esté sentada en otro sitio y vea

a otra niña que en sucesión interminable

se siente al borde de otra fuente

y ponga otros pétalos

de otros malvones sobre el agua.

Entonces quizá, remotamente, una piedra

se vuelque en su memoria

Algo cambie de sitio y por una rara

ramazón de aire se recuerde

sentada en una fuente lejana

poniendo pétalos al agua

de unos malvones con este mismo olor

de pronto.

(De Replicantes astrales, 1993)

 

 

 

“lo único que quiero es mi ojo”
(Un esclavo al emperador Adriano)

I

 

Una fisura se tiñe con la niebla que inicia en la llanura.

Verde del jade oblicuo que da la transparencia que es negada:

hojas de espeso tinte, aroma que desciende

fragor de ese principio como vacuo, condena

desde el tinte al aroma, durazno que recubre.

Sonrosa la línea y va sonriendo, pide de su dulzor

al cardenal azul, cardenalicio moretón de celo

Rosa en la ventana del espanto el azul tinte

de morada medusa, no mora donde acusa y va de luto.

Golpeando la cabeza contra el vidrio el roto cardenal

abre de rosas la cumbre del brazo, la curva que la dicha no

quisiera. Es tarde, deben abandonarlo todo con sangre entre

los dientes, con el espeso aroma de las hojas humeantes

de la niebla. Batirse en retirada a duelo,

sobre las alas de ese inmenso albatros disecado

colgando desde el techo del sepulcro.

Dorada bóveda de grillos, blandir en el trasluz del fuego

la mano, hecha de enaguas. Soñar de crisantemos

Al levantar el manto que es la niebla, está la espejada de

luz con manantial, el fruto de la aurora

Tajo en la frente mórbida, sombría, eje de evanescencia

Distraído.

 

(De La sombra de la Azucena, 2000)

 

 

 

CLOTO

 

Afuera, en el cóncavo espejo que es Ahora

un fino entretejido se suspende: alguien

habla de dos, otros de cifras

que son inmensas cantidades.

La ascendencia se pierde en estratos

que no tienen demasiada importancia.

Se nombran los caminos los pazos los pequeños

jilgueros. Se camina sonriendo

por la empinada cuesta

con las botas sucias del barro del camino.

Se llenan los carrillos los rojos los sonrientes

de un aire

que ahí arriba se dice que es purísimo.

Y se habla de la guerra. Del color de la guerra.

Y aparecen los muertos, en fila, con el plato vacío

me preguntan algo que no entiendo, no entiendo

qué me dicen no entiendo qué hago ahí, por qué me siguen.

Y yo no sé qué hacer, y ellos tampoco.

 

 

 

 

LÁQUESIS

 

Es un prisma. Es un prisma que gira.

Es un prisma que fragmenta la luz, la descompone.

Es un sueño la luz.

Es un sueño la luz que se repite.

Es un espacio verde, que se hiciera

Hay dos amordazados en la luz

en el preciso verde.

Gira una vez el prisma y se hizo tarde.

Gira una vez la luz y hay un zapato suspendido en la esquina

un montón de arañitas verdes, casi transparentes que caminan

incendiándose el lomo, sobre una tela casi transparente que no

deja respirar a los que de una manera casi transparente

empiezan a quemarse.

Afuera, alguien salta tratando de mirar por la ventana

un golpe apenas en el vidrio, una marca de sangre.

Y es la luz, los irisados tonos de la angustia

Ese silencio bordado de la tela

Crujiendo, desde la lluvia verde, casi transparente.

 

 

 

 

LA ESPERANZA

 

Siempre. Como un punto blanco y arrasante

una luz, de pura esencia necesaria. Incandescente.

Cegada por la luz, la boca abierta

palpita algo en el valle, ruido de agua

Hojas de eucalipto perfumado

Algo de paz se recoge sobre el oro esparcido

Algo, parecido a la misericordia

Queda.

 

 

 

 

VERBIGRACIA

 

Hilos. Invertebrados. Largas madejas.

Tubérculos oscuros.

Leguminosas.

Rizoma.

Emerge hacia la superficie. Corre

como cordel, pequeños bulbos

Familia se escribe con minúscula, es un yuyo.

Ovario ínfero, es el que duele por el rema, es

lo que queda. Una semilla sin endoesperma,

el almacenamiento es en depósitos, el

almacenamiento es como el tiempo, no es de nadie

Está, permanece, gotea en los galpones.

Entra y sale la gente los animales las demás semillas,

todo. Él permanece humedecido en la penumbra quieto.

Los cotiledones son oleosos en el ovario ínfero, el embrión

de la semilla es recto. Gineceo

es la posición del ovario

Puede decirse infinitos

La dispersión es por el viento

O los insectos.

 

(De Nada de nadie, 2001)

 

 

 

OJO DE AGUA

 

En el campo tranquilo duerme el alba

está tu nombre ahí merodeando la sombra

como eco rozando con la vara los metálicos

mimbres que en ramalazos traen estrías de

luz en el rielar quietísimo del agua recostada

en las hojas de los álamos dulces. Llega hasta

aquí como la misma sombra y al músculo

enaltece sin nombrarlo, otro golpe en el pulso,

finísimo ramaje enardecido, algún pájaro canta

o gorjea, lejos –avisando– agorero. En algún sitio

empieza la lluvia, deliciosa.

Y cuando el blanco del albor tiña las líneas

y suene entre las hojas el aire del estanque

es Alma, estremecida pronunciando

mi amor la sola línea. Sin pájaro

Tu nombre.

 

(De Pulso, 2011)

 

 

 

25

 

Hacia adelante una explanada se descubre

a ambos lados de la senda. Las escaleras y

lo escarpado de la roca se guarda en la atmósfera

sobre el campo que parece vacío. No vienen

porque no te concierne. Los pasillos terminan en un

cerrojo que está del otro lado. Lo que queda

son hojas batiéndose, removiéndose dentro con

el aire que a veces se nota combado y fabuloso.

Salirse de la voluntad es algo así como dejar la

ropa doblada y junta. Un hábito de monja encapuchada

hace llagas en la piel más suave. Lo brioso del caballo entre

verbenas, las maderas devolviendo la gravedad de los sonidos.

La cavilación se da entre ahí.

Sí, la anacahuita sabe algo entre ese ramaje desparejo.

Se licúa todo esto de la línea y el presente encandila de frente.

El útero tiene esa voz que canta al campo abierto. Añoranza

de años es lo extraño cuando la pierna te convoca. Las valvas

sostienen la corriente en la orilla como un filtro sonoro sin ese

acantilado desde arriba. Entra de lleno el amarillo retumbando

para durar en el atrás de cada ojo.

 

 

 

 

30

 

Por ejemplo: el calor. En cualquier parte del día

Incendia la columna, llena de agua pliegues, recovecos

de los que se desconocía su existencia. Sí. Sí.

Aparecen membranas mientras va cantando el día

Y todo lo que está, florece. Olores. De las flores, orín,

olor del corazón bombeando negro apretujado ya falto

en su raíz. Sí, Olor del miedo cuando joven la grupa

por el monte fulgía. Sí. Y más acá paisajes, con aviones,

los ríos dibujándose en el mapa. Todo el ras de la tierra

en polvareda. Más miedo despertado en los incidentes de

la tarde. Ah. La definición se ve impelida el tiempo

pasa sucediéndose en tramos, extremos, la música disuelve

los huesos de los hombros, los pequeños omóplatos. Esa es

la unción de los pezones incipientes un día, raya, la foto

mantiene la espalda en presente infinito frente al agua.

Ahora en la voz, ahora en el cuello que se cede, en el calor.

Traicionero. El cuadro de Brueghel desplegado en las tablas

donde pasa a la vez, todo. Simultáneo. El calor,

los montes de hace un rato desprendiendo olor a matorral,

un poco de sangre en la corteza colándose hacia abajo. No

hay resultados, todo es,

al mismo tiempo.

 

 

 

 

31

 

Sin intención. Digamos despoblada.

Interna, adentro, exclusa, inexplicable. Sí.

Inexplicable y sigue. Sigue sigue. Siempre,

esa palabra que perdura, que le saca el tiempo

a lo demás, queda en la línea inerme de presente

que es blanca. Cielos rayados en la noche, campos

cruzados a traviesa. El dolor en pañuelitos ciegos

guardados en el cofre. Ah. Adviene, inmensa ola.

Curva la noche igual siempre apabulla, entre tanto,

el adentro prospera en el gerundio nadie sabe hacia dónde.

Porque se puede presentar cardumen y empezar a manar

sangre de golpe. Puede ser. El ruido de un gong, una figura

inmensa o aureolada. Explaya, expande. Y deja de importar,

las demás cosas, el plato con las hojas de menta la lengua

los ojos que llegaron presurosos a ver qué sucedía, si había

ayuda posible, dónde. Era. En la premura de las horas, ese

instinto secreto que guía a los mamíferos a su alimento

primordial. A las madres detrás de los camiones que reclutan

los hijos, Deméter caminando por días sin parar y sin agua

cuando la tierra se cierra detrás de los aullidos. Ah. Y los

coros con las manos unidas. No hay bendición ninguna en

ese rito, solo repetición, idolatría, sólo el mando que eleva

la continuación al infinito. Entre tanto, y dentro, interno misterio,

indescifrable. Atrás silencio. Y atrás, lluvia que cae.

 

(De Todo comienzo, 2016)

Silvia Guerra Nació en  Maldonado, Uruguay. Ha publicado los libros de poesía: De la arena nace el agua Editorial Destabanda, Montevideo, ... LEER MÁS DEL AUTOR