Silvia Eugenia Castillero

Moradas

 

 

 

Primeras moradas: Viaje

 

5

 

Colosal,

de corrientes malignas corroe,

me avanza y caigo, el viento;

quedo pegado a ese mismo aire,

me trae hacia un vacío que succiona

hasta que estoy dentro de las vías,

el aire se vuelve ruido y velocidad.

Si cabeceas caes.

Sólo lleva cajones sin parrillas —el tren—

cajas rectangulares con una barra de acero

en donde vamos crucificados.

Si caes, tus tímpanos revientan

zumbido, vértigo, sordera.

Luego el rostro se contrae

y los sueños de la inconsciencia te vuelven héroe,

mientras despiertas en el monte

con un cuerpo desaparecido.

 

 

 

Segundas moradas: Peregrinaje

 

7

 

Desde el sur hasta el norte merodean animales

repartidos por el desierto, son coyotes,

¿los miras? Juntan borregos para llevarlos al río.

De sur a norte cruzan la línea fantasmal.

Un sueño que viene del estómago y revienta en la cabeza.

Los zopilotes también emigran, van tras las vísceras sueltas,

el estiércol de los ranchos, entre gallinas, pollos

y vacas. La línea, muro, muerte y tantos coyotes esparcidos,

hombres y mujeres aborregados, alineados a las vías

por donde aparecerá la otra bestia, con su silbido de hierro

y sus navajas, la poderosa velocidad para llegar al norte.

Salir del sur, escarbar del aliento bilis y llanto,

el calor opresivo, el olor a cadáver.

Míralo cómo viene en el techo del tren el diablo

con su cara hinchada, verde y púrpura,

míralo cómo rocía agua bendita y esparce cempasúchiles

sobre los campos.

Tras la reja de alambre del patio quedan las niñas

y las huellas de coyotes, borregos y buitres;

en el aire todavía las miradas infantiles

y su miedo revuelto con fiebre.

Un gato cruza como ataúd.

 

 

 

Terceras moradas: Escondite

 

7

 

Cincuenta metros de largo por veinte de ancho,

treintaicinco mesas blancas

veinticinco muchachas.

Cemento.

En el centro botanero cada ficha

equivale a una cerveza

para la mujer que te acompaña

y a sesentaicinco pesos al final de la noche.

Calipso: esa franja pacífica

entre México y Guatemala; ahí te retienen

con bailes, camas eternas, alcohol;

los cuerpos innumerables son ocupados

y desocupados, y Calipso crece

magas de mil piernas.

Vienen del secuestro

aunque hoy ríen de los hombres que anoche no atinaban

de borrachos a tocarles las nalgas.

 

 

 

Cuartas moradas: Esperanza

                       

5

 

Somos cinco, éramos diez

¿te fijaste que volamos muy bajo?

El cielo no nos pertenece,

sólo unos ojos de agua en el desierto.

Allá se ve Texas en el horizonte,

en el muro, en el ángulo del sueño.

Pero vamos a aterrizar en Chihuahua

cerca de Juárez, dicen que ahí matan los fantasmas.

La avioneta casi bordea los cactus,

vemos nidos de serpientes.

Dicen que en Juárez los asesinos

andan por las calles en forma de víboras.

Que tenemos que cruzar la frontera por tierra,

en el lomo de un coyote.

Y volvernos a elevar en las fauces de los buitres.

Nunca supe lo que era volar,

como terrones vamos a caer en un panteón

lleno de mujeres de negro, escuálidas, sin enaguas,

de negro como cuervos, de negro sin cara.

Quisiera seguir volando

sin reptar nunca,

ir desde las nubes hasta ese hilo de sueño.

 

 

 

Quintas moradas: Desengaño

 

7

 

Mi muñeca se cayó en un charco rojo

ese día del secuestro,

tenía hoyos en la cabeza

cuando corrimos y mamá desapareció.

Mi muñeca quedó boca arriba

con los ojos rotos

y dentro un agujero

con dos balas pegadas como plástico.

Siento escalofrío en mi piel,

vienen a cortarme las uñas

y me cortan la punta de los dedos.

Me hacen daño.

Mi muñeca me mira desde el vacío

de sus ojos azules.

Yo sigo mirando la mancha roja.

 

 

 

Sextas moradas: Lazos

 

2

 

El sueño en estas noches de Coatzacoalcos

es corrosivo, apenas cierro los ojos

aparecen las sierpes ovilladas al pie de las literas.

Siento cómo el miedo repta hacia mi cama,

se hincha cada segundo hasta enrollarse

en mi cuello y vientre.

De cada sombra se desprende una víbora:

buscan mi sudor, mi aliento,

la piel pegada a la ropa.

Paralizada veo frente a mí

hombres atándome.

 

 

 

Séptimas moradas: Balbuceo

 

5

 

Ojos de agua llenos hasta el borde

ojos de uno en uno

perdidos en el desierto.

Ojos sin lagrimales

sin contornos ni pestañas

ojos resistiendo la geografía,

pedregosa de pliegues y gargantas.

 

 

 

 

-Poemas del libro En esa delgada separación (Universidad Veracruzana, Xalapa, 2019).

Silvia Eugenia Castillero Nació en la ciudad de México. Autora de los libros de ensayos Entre dos silencios, la poesía como experiencia, Tierra Adentro, C ... LEER MÁS DEL AUTOR