Saúl Ibargoyen

Fundación o nacimiento

 

 

 

 

 

Ladridos

 

¿Quién es ese otro perro

que ladra

en un dialecto que nadie conoce?

¿Por qué debe echar

en los aires chirriantes

de cualquier ciudad

grito a grito los coágulos

de la última voz

de la última tribu?

¿Para qué están de pronto

detenidos los que escuchan?

¿Hacia dónde viajan o huyen

los que dicen que pueden comprender?

¿Para qué hay hombres

que levantan látigos y cuchillos

y abren oscuras campanas?

¿Para qué quiere este animal

vaciarse así

de su canción desperrada?

¿Cuál es la fuerza

que alienta en sus babas sonoras

en sus tripas besadas por la sed?

¿Qué otros perros perdidos

se extinguen

en el silencio que gime

debajo de su piel?

 

 

 

 

Mensaje

 

Recordemos el mensaje continuo que nos llega

Entretejido con las fábulas del tiempo grande

Con los números del almanaque cotidiano

Con los violentos amasijos de la Historia:

Es la voz carraspeada de aquellos cantores

Que se dispersa todavía

Trayéndonos la juventud de un fantasma crucificado

O la quemada lengua de quienes dialogaron

Con el dios de los desiertos y la cólera:

El mensaje trenzado con infecundas banderas

Con lanzas implacables con cañones ciegos

Con la horca de múltiple cabeza

Con el cianuro en la panza de un rey

Con las celdas de ahogo solitario

Con el infante degradado a prostituta

Con la oración cargada de blasfemia:

Eso es lo que torpemente se escucha

Y lo que acendradamente se comenta

En las dimensiones de una ciudad

Atrapada entre impulsos de aire fulgente

Y redes de intangible estructura.

¿Debemos recordar entonces

Que la voluntad del olvido ensucia

frescas arterias y torsos enlazándose,

Y que los rostros del poder han apartado

Su niebla maligna para escupir el usado verbo

Del crimen y el desprecio?

Recordemos el mensaje que satura

Calles estadios recámaras mercados:

Descifremos su código impuro

Borremos su insanía de cántico perverso

Destruyamos sus retratos inmundos

Transformemos su médula sus sílabas su ritmo:

También de excremento

Se alimentan las rosas.

 

 

 

 

Alzamientos

 

(para Blanca Mateos)

 

Como raíces callejeras que levantan las piedras

o brazos desde adentro

que rompen una baldosa casi triste

o ramajes del abajo oscurecido

que con uña avanzando pueden agrietar

las sustancias del cemento:

de éste y no

de otro modo rutinario

que se afirma entre silencios

de posible entremezcla

o de fibras jugosas entrelabiadas bebiéndose:

de ésta y no

de otra manera vulgar

que talmente se agarra a probables chillidos

de entrescuchadas tendencias al derrumbe

o al crecimiento hacia el fondo

de goterones minerales:

así éstas y no más opciones

poseídas por una especie de carne morada

meneándose y roturando entretelas y salivas

que aquí alzan el papel

y aquí se instalan.

 

 

 

 

Fundación o nacimiento

 

En la caja de papel

hemos puesto

las palabras de cobre.

La mesa tomada de la sustancia

ciega del laurel o del cedro

está simplemente debajo

del ligero cofre que ahora balbucea

como un pulmón de hombre cotidiano.

Debajo de las patas sin uñas

que contienen la dirección

de los rumbos primordiales

están los rectangulares pétalos

de pino oscurecido.

Debajo y más están los cimientos

la sombra de la casa enterrándose

las piedras aplastadas por fuerzas

con un silencio de partículas

que no cesan de huir.

Más abajo del debajo

está por fin el primer calor

íntimo de la tierra

está una móvil saliva

con sus grumos de hierro

y un líquido expulsado

por mandíbulas quemantes

y un suero espeso saliendo

de ojos desinflados

y un pellejo como aquella

camisa de rey ensuciándose

en una ceguera de espadas ladradoras

y una cara de bestia familiar.

No habrá un nombre

en el collar de sórdidos metales

no habrá resonancia de ningún silbido

en las orejas trituradas

no habrá tripas que astillas y vidrios

perforados

no habrá más que confusas hojas de calcio

sucios impulsos de nitrógeno

y mantas manchadas de carbón.

Y las palabras de coagulado cobre

separadas así de nuestras manos

se retuercen casi gritan y chocan

con los muros de su caja de papel.

 

 

 

 

Hombre esperando

 

El hombre se acuesta

con sus mudas palabras

trepándole por la boca.

Hay miedo en esas palabras

miedo en esa lengua

miedo en la espalda enterrándose

entre las vaciedades de la sábana

miedo en el cuerpo que no encuentra

ahora la suave sombra carnal

que lo sustente

miedo en los relojes

que se gastan

miedo en el grito que solamente

las orejas del hombre

pueden escuchar.

El hombre espera con sus huesos solamente

y un silencio oscurísimo

fluye sin prisa

por todos los teléfonos.

Saúl Ibargoyen (Montevideo, Uruguay, 1930, Ciudad de México, 2019). Radicado en México desde hace muchos años, le fue concedida la nacionalidad mexicana ... LEER MÁS DEL AUTOR