Esta extraña paz
(Traducción al español de Emilio Coco)
De aquel verano
De aquellos días largos, ¿qué aflora o se revela
qué puede y quiere decir de aquellas inmensas móviles distancias,
un verso lento como éste, en su claridad,
en su lengua que se niega ahora
(se negaba entonces) a pedirte una palabra?
Amor va y viene
Amor va y viene entre la invariada
fuga de una ola y la aventura
de una hora, desgreña los cabellos
los seca, desaparece en un hoyo.
Quizás, aún existe: es una civilización sepultada.
Así yo también me encierro
en la falla de mi sombrilla
que se mueve en la arena come una oscura
inflorescencia rompiendo la visión.
Ella se acerca, consulta el ambulante
cupido de color, y yo los oigo.
Vende viseras, coco, relojes sin
agujas para las horas.
Impugno el precio de esta metamorfosis.
Más de melancolia que de miedo
Delirio del mañana, reticencia
de un acontecimiento saludable:
te has dado cuenta de que no puedo
acabar con mi estado temporal
donde es más efímero el sentimento
que el calor de tus manos.
Por ello un día me quedaré para siempre en la cama
pero no habré muerto, habré cambiado sólo aspecto.
Y yo me veré así, llorando,
con tus ojos que miro reírse
nariz contra nariz, y saludar,
y recorrer esta habitación,
en silencio.
No hagas caso
No hagas caso a esta córnea transparente:
un ojo es miope por despecho,
no te ve pero te oye;
el otro, que acoge tímido
y curvo en la lente tus palabras
no se impacienta.
La oscuridad crece y envuelve hasta el espero
que difundía detrás de ti
la sombra cálida e inestable de un hurón.
Pronto vuelve la nube que me echó bajo la cama
y la pared atormentada por un enjambre
de insectos podrá desvanecerse,
El gato cae absorto en el sofá.
Sólo un ángel demente podrá raptarte.
Sobre una vieja fotografía
¿Quién de vosotros me mira en esta cartolina?
¿Qué murmullo ha desaparecido de la pantalla
muda de esta kodak?
Treinta años y una palabra para tener
aquellas pupilas, filmar el modo
justo que ellas siguieron en una circunstancia
su consentimiento fulminante
el instante de maravilla, no basta.
Iré a vivir un día con vosotros
donde no fluye savia, no rezuma
espíritu de hogar y la piedad se ofusca.
Y todo acabará, en un ostensorio cincelado
esmeradamente o en un cáliz
levantado en el altar; terminare el vaivén
entre vosotros y yo que me esperáis
allí abajo, en las escaleras, después de una boda.
Elegía pequeña
Cada día es el primero y el último
si atrás cesa de existir
espeso y sólido tu futuro.
Despego del álbum de fotos fragmentos
algunos nítidos otros desteñidos:
temes sonreír y desde hace tiempo dejas
crujiendo como una sombra ligera
e impertinente este valle.
¿Dónde vas hoy? Da que hablar
la pareja que vive separada, a cada cual
le importa su mitad de comodidad
privada, siempre en tregua,
¿y nosotros que sentimos el deseo
de estar juntos también en la oscuridad?
Donde no cuenta nada quizás
ni este muro de gente
que desplaza tus pequeños pasos
y desaparece después de una calle,
come el árbol que pierde una flor,
una flor que deja el árbol.
Esta extraña paz
De la boca de mi vecino sale una corriente
cálida y fuerte, revela cosas que no conosco.
Existe un sitio, y allá grandes ciudades
maravillosas, sin luz ni agua,
donde las moscas viven mejor que los perros
dice y estos mejor que los hombres:
montones de basura dominan los edificios
los coches tropiezan en carcasas de chapas
y osamentas, cada cual va donde le da la gana.
Desde hace tiempo no existen calles.
Tiene un músculo sencillo y honesto:
se llama corazón, ama los espaguetis
y el buen vino, la ociosidad y el trabajo,
y alguna vez la televisión.
Pero sabes, cuando se vive con los muertos descubres
que al menos un día al año
(pero no todos los años) te acogen
y tienes que aprovechar, si no te mueres
ese día, y nadie te espera, te quedas solo.
Te conviene, si viene, no perderlo.
Para mí aquel día ha existido.
De la ventanilla bajada ahora un viento se levanta
frío, voraz, y las palabras arrancadas
de la cara, y las últimas de raíz.
Rompe mi silencio. Esta extraña paz.
Soledades
Va así. Que un día como tantos
vuelves a casa, del trabajo, y las paredes,
el techo, cada habitación, las viejas
cortinas, las chimeneas, la sombra incierta
del ficus en el pasillo, la ventana
por la que entra parte del mundo
o lo que sobra, la puerta
que lleva fuera y dentro
al entrar y al salir a cualquier sitio,
es un montón de escombros.
Vas a la plaza, coges un atajo
en vez de la calle, camina
que caminarás, es otra ciudad,
el mismo soplo de viento o contra viento,
y de polvo, pero no la plaza.
También doblar entre la gente
con el paso habitual, innatural
recoger un perfume en la calle
desierta o en una calleja que sube
hacia el viejo centro, las paredes de la casa
de esta habitación, este nombre libero,
es un montón de escombros.
Ahora huye, busca otro pueblo
más vasto. El camino no es cómodo
pero largo y basta un pasaje
Cerrar los ojos, contener la respiración
chisss… bajar contento
delante del reportero. Dice que sí
el espejo oscuro como un pozo
que tienes en los ojos, habla
siempre de muertos: nadie ha sacado
el billete. Tampoco tú.
Dicen todos que ha ido así.
Sí
El 11 setiembre vino cinco años después.
Sentado en un sillón, frente al televisor.
Sentado escuchando las palabras
de los últimos testigos que han vuelto
a buscar al ángel que los ha salvado.
Sentado solo, esperando. Sin pruebas.
Hoy parece que no hay aviones que caen sobre las casas.
La asistenta mira estupefacta las dos torres que vuelven
cinco años después a brillar en el cuadro
y caen de nuevo, no es un error
le explico, no es una película americana,
no ha ocurrido hoy. No sabía nada.
La tarde, el día que había cambiado el mundo
me derrumbo en el sillón sin aliento.
tarde acaso, pero lo he entendido sólo
cinco años después.
Fue una tremenda cuestión occidental
el día más difícil para todos:
convencerse de que algo cambiaría
después. Tenerle miedo, por ejemplo,
al mundo, cada día.
Y contarlo en televisión.
Creer en los controles capilares,
en la paz, en las salas de espera.
En un dios escondido y lejano.
Esperar el estruendo.
Un mes después de aquel 11 de setiembre yo decía que sí.
Casarse en febrero. Un mes ideal
frío y corto. Pasaría
desapercibido en Venecia sin carnaval.
Sí. Tener una familia acogedora.
Niños, hipoteca, cuenta única.
El seguro sobre la vida. Una libera
prisa cada mañana, la voz ronca.
Y luego los sermones de los pedagogos
y de los pediatras, la receta de los dentistas.
Y un día tendré una urna más ligera.
Ahora es fácil acabar en cenizas y escombros.
Tiemblo a la idea de bajar escaleras
y escaleras antes de disolverme ese día
come aquel 11 setiembre, en el trabajo o en las vacaciones.
Quedar en la grieta de un edificio
de vidrio y cartón piedra que se desmorona,
quemado, pulverizado.
Como un hueco de aire, ávida herrumbre.
Frente a una mínima ciudad
que busca otro muro más alto
protegido, y espolea, y vuela
donde los aviones no pueden caer.
No deben. Pero no es fácil.