Salvador Espriu. La piel del toro

Presentamos tres textos claves del imprescindible poeta catalán en la traducción al español de Martí Soler.

 

 

Salvador Espriu

 

 

 

Tierra negra

Descansa del camino. Bajo el ojo dorado
el reino es infinito. En la llanura
de calma y soledad se adormece el viento.

Río arriba, entre muros de desierto,
viene la barca del dios. Mil estandartes
flamean en los palos, radiantes de sol.
Sacerdotes remeros cantan viejos himnos
al señor de la muerte, mientras hieren
el cieno las oleosas aguas.

Esta luz, la paz de este largo día,
son tuyas, caminante, si la amplia tierra
del trigo eterno te llama por tu nombre.

 

 

 

La piel de toro

I

El toro, en la arena de Sepharad,
embiste la piel extendida
y, levantándola, la vuelve bandera.
Contra el viento, esta piel
de toro, del burel cubierto de sangre,
es ya harapo hinchado por el oro
del sol, librado para siempre al martirio
del tiempo, oración nuestra
y blasfemia nuestra.
A la vez víctima, verdugo,
odio, amor, lamento y risa,
bajo la huraña eternidad del cielo.

 

II

Eres piel de toro extendida,
vieja Sepharad.
El sol no puede secar,
piel de toro,
la sangre que hemos derramado,
la que derramaremos mañana,
piel de toro.
Si miro por encima del mar,
si lejos me pierdo en el canto,
si me adentro más allá del sueño,
siempre que me atrevo a mirar
mi corazón y su terror,
veo la extendida piel de toro,
vieja Sepharad.

 

 

 

Vietnam

Shiqqus shomen.
A las víctimas de un innecesario
y estupidísimo sufrimiento.

Yo no soy joven
y siempre he visto
a mi alrededor
la injusticia y el miedo.
Siempre ha sido así:
con plena voluntad lo aprendía
en los pesados libros
de los buenos tiempos pasados.
Malvivo en un país
que no es libre,
cansadísimo, cruel,
corrompido, muy cobarde.
Me toca malvivir
en un país indigno,
pero el resto del mundo
no es mejor.
Y sólo puedo levantar
unas frágiles palabras
contra el desdén
de los señores del poder.
Apenas sonríen
los labios de los príncipes
—apenas una sonrisa
que viene del olvido—
y dictarán después,
para siempre más,
heladas leyes
de la fuerza y el espanto:
un firme puntal,
las más benignas muletas
para que el cojo camine
hacia la muerte.
¿Cómo lucharé solamente
con palabras inútiles,
de qué sirve el grito
del soñador?
Despierto lentamente
y en silencio contemplo
la gran hoguera encendida
en el lejano sur.
Vergüenza y deshonra
de todos los pueblos,
por todo se extenderá
y en ellas nos quemaremos.
Ahora alguien ha comprendido,
pero pronto, en seguida,
todos conoceremos
que estamos del todo perdidos.