Presentamos dos textos claves del legendario autor nacido en Bombay, en la versión al español de Luis Cremades.
Rudyard Kipling
Las mujeres
De donde la he encontrado mi diversión he tomado;
granuja he sido y en mis tiempos he arrasado,
he tenido mi botín de dulces corazones,
y cuatro entre ellos de primera clase.
Una era una viuda casi casta,
otra, una mujer en Prome,
otra, la mujer de un jefe de cuadras
y es otra una muchacha en donde vivo.
Nada tengo ahora que ver con las mujeres,
pues, llevándolas contigo,
nada puedes decir hasta que las pruebas,
y es, por tanto, muy posible que te equivoques.
Veces hay en que creerás que no hubieses podido,
veces hay en que sabrás que hubieses podido;
pero aquello que aprenderás de la Amarilla y de la Morena
habrá de ayudarte mucho con la Blanca.
Yo era un jovencito en Hoogli,
tímido como una niña al comenzar;
Aggie de Castrer me tomó,
Aggie, lista como el pecado;
mayor que yo, pero la primera-
más parecía una madre-
me enseñó el camino del ascenso y de la paga
y de ella aprendí sobre mujeres.
Me destinaron entonces a Burma,
interino encargado del Bazar,
y me conseguí una nativa pequeña y vivaracha
comprándole a su padre provisiones.
Divertida, amarilla y fiel-
una muñeca en una taza de té-
con honra vivimos, como un matrimonio de verdad,
y de ella aprendí sobre mujeres.
Nos enviaron entonces a Neemuch
(si no hasta hoy la hubiese conservado),
y me junté con una deslumbradora diablesa,
la mujer de un negro en Mhow;
me enseñó la jerga de los gitanos;
era como un volcán,
me apuñaló una noche por haber deseado que fuese blanca,
y de ella aprendí sobre mujeres.
Regresé entonces en barco a casa,
me acompañaba una niña de dieciséis-
una chica de un convento en Meerut,
a ninguna tan recta he visto.
Su problema: el amor a primera vista,
yo no hubiese hecho nada, pues me gustaba demasiado,
pero de ella aprendí sobre mujeres.
De donde la he encontrado mi diversión he tomado,
y debo ahora pagar mi diversión,
pues cuanto de otras mujeres más conoces,
menos sientas con una cabeza;
y el final de todo, sentado y pensando,
y soñando con ver los Fuegos del Infierno;
así que daos por avisados (sé que no lo haréis)
y de mí aprended sobre mujeres.
¿Qué pensó la esposa del Coronel?
Nadie lo supo nunca.
Alguien preguntó a la mujer del Sargento,
y ella les dijo la verdad.
Cuando llegan delante de un hombre.
iguales se hacen como una fila de alfileres-
pues Judy O’Grady y la esposa del Coronel
hermanas son debajo de su piel.
Si
Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y por ello te culpan,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido, no pagues con mentiras,
o ser odiado, no des lugar al odio,
y -aun- no parezcas demasiado bueno, ni demasiado sabio.
Si puedes soñar -y no hacer de los sueños tu maestro,
si puedes pensar -y no hacer de las ideas tu objetivo,
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar de la misma manera a los dos farsantes;
si puedes admitir la verdad que has dicho
engañado por bribones que hacen trampas para tontos.
O mirar las cosas que en tu vida has puesto, rotas,
y agacharte y reconstruirlas con herramientas viejas.
Si puedes arrinconar todas tus victorias
y arriesgarlas por un golpe de suerte,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir nada de lo que has perdido;
si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno tiempo después de que se hayan gastado.
Y así resistir cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: «Resistid».
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o pasear con reyes y no perder el sentido común,
si los enemigos y los amigos no pueden herirte,
si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el minuto inolvidable
con los sesenta segundos que lo recorren.
Tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita,
y -lo que es más-, serás Hombre, hijo.