Presentamos tres textos claves del reconocido autor chileno y Premio Nacional de Literatura.
Roque Esteba Scarpa
ELEGÍA ROMÁNTICA
¿Cómo eres sin mi amor?
Aquella luz codiciosa de su propia hermosura,
y ese viento o delirio de muy ardiente sangre
y soledad confundida por un amado sueño,
sin mi amor, ya no eres.
Una voz oscura te ciñe la garganta
y arrastra aristas grises esa risa amarilla.
Dos alas de niebla son tus párpados dulces.
Mi luz, la sombra aún viste de figuras de fuego,
pero no sueñes alboradas de gaviotas,
no pienses en el caliente rumor
de un jardín de azafrán que ha encendido la tarde.
Sólo existe para siempre un amor que nos hiere
y el gris devora lento la carne de los días.
Como tú, nadie olvida. Las antiguas violetas
escuchan aún caer las blancas lluvias.
Tal en un aire vagan de nostalgia
un color hecho aroma,
un prado alzado a ojos,
nube o mirada de una tarde lenta.
Mira: el polvo rehace las violetas
y los inviernos que sueñan las violetas.
Nadie quiere mortajas, nadie pide silencios
en que el estéril yelo queme forma y pupila.
Oye, amor. ¿Me oyes?
También el aire sueña pechos en que morir,
porque la sangre aliente.
También el amor muere, mortal mantenimiento,
porque el hombre no olvida su sonrisa de niño.
Oye amor. ¿Me oyes?
Nadie como tu olvida.
Destruye el tiempo verde, desuella mi esperanza,
pero vive y existe en el resplandor del día.
Deja que en ti apacienten mis ojos sus heridas,
deja que en ti se muera mi soledad divina.
Oye, amor, esa música que gime la penumbra:
es un río de agujas y un clavel deshojado.
¿Por qué tu nombre suena en esta noche seca
como un río de agujas y un clavel exprimido?
Las lágrimas también se secan: hoy lo he sabido.
Con el amor hay que morir a solas.
TRENO NO QUERIDO
Trátalos, Señor, como a esos higos que nadie come,
que a los puercos se dan y los puercos rechazan,
porque prometen en cuaresma de dolor secretas mieles
y por sus grietas de arrugas de mendigos caídos
asoman lija, astilla negra, erizada lima,
noche que devora las más lucientes lunas
por acrecentar la tiniebla y su fuente de angustia.
Quizá sólo el hongo de fuego transfigurarlos pueda
y no la lengua de luz de Tu maná que siempre cae
ni la sombra radiante de un sueño que no tienen.
Da, Señor, a nuestra hacha sutil el quebrantar su espesor de ramazón
y lluevan goterones de savia sobre esta pasiva tierra,
porque no sea duna andante ni material absorto;
haz que cada fuerza desperece la fatiga de la desesperanza,
que desencantado sea el espanto, que por fuera sonríe
aunque, por los otros recibamos un viento horadante en el costado
y catemos precio en lanzas codiciosas de ceniza.
VARIACIONES DE ADÁN
Adán, padre mío, nombre mío olvidado,
nadie te siente vivo en el rincón más oscuro
del cuerpo ni en el punto más luminoso
cuando algo nombra. Eres su olvido,
apostaría, de haber sido habitante del paraíso,
residir entre las cosas ignorantes.
Todas las creaciones estaban sin saberse.
¿Podría conocer la brisa que abrazaba a la higuera,
y el sabor de los higos la caricia sin dedos,
si la brisa era desmemoriado paso
y la higuera, temblor de no tener espejo?
La palabra revistió con piel de lumbre
toda la materia y el espectro inexistente de mudas apariencias
según lo sentiste tú, Adán, por vez primera.
El Paraíso ha sido mutilado desde entonces.
Tú lo trajiste entero junto a tu destierro
con la manada de hombres en la memoria
que en sombra te seguía. Cada hijo engendrador
del propio olvido. La sombra la devora la tiniebla.
Todo va siendo noche, amnesia. Las generaciones
se suceden más que en la vida, en la muerte
y allí conducen la débil experiencia, su cáscara
sin meollo. El desierto crece en el paraíso hurtado.
Adán, padre mío, rostro mío olvidado,
que nostalgia tengo de tus nombres.
Debo andar el camino que agotaron.
Me voy moviendo hacia tantas muertes.
Me incita el morir el eterno paraíso,
transponer aquella espada de fuego con sus alas,
morar después las deshabitadas casas,
pulir la voz que despierta en mi oído
purísimas memorias, la tentación incluso
del goce y del dolor para el Otro venga.