Romina Cazón
Yo sólo fui una niña de un pueblo de tres mil habitantes
SOÑÉ QUE BAILABA CON SELENA
Esta mañana cuando ataba
los cordones de mis zapatos,
recordé que había pasado la noche con Selena.
Soñé que bailábamos salsa.
Ella me decía: mejoraste mucho últimamente.
Yo agarrándole su diminuta cintura me reía,
afirmando que había mejorado al menos los últimos meses.
Si antes hubiera aprendido a bailar salsa,
mis ex parejas no me hubieran dejado.
Sé que nadie deja a su pareja por no saber bailar salsa,
sólo quiero ponerle una razón por la que me dejaron.
Es que los humanos insistimos en imaginar ciertas razones,
entonces se me ocurrió la idea de culpar a mis piernas
y a su poca coordinación.
Selena y yo bailamos toda la noche.
Reiteradas veces me dijo: lo haces muy bien.
Yo en silencio tratando de guiar mis piernas,
haciendo grandes esfuerzos por seguir el ritmo.
Parecía que nos conocíamos de una vida
que venía mucho antes de esta vida.
Una vida lejana en donde cruzamos palabras,
muchas palabras que ahora no se dejan ver.
Y al fin en mis sueños pude comprobar
que mis piernas eran inteligentes,
que yo podía ir a Ginebra con ellas
si es que quisiera
o podría contener a una criatura
de la nieve o la lluvia.
Mis piernas como un vehículo,
como un hogar,
como una llama,
mis piernas como un todo.
Soñé con Selena y ese no es cualquier sueño,
porque podría haber sido con otra mujer
y ninguna me hubiera hecho ver que mis piernas
pueden hacer lo que quieran cuando ellas quieran.
Sé que si en verdad hubiéramos bailado juntas,
le habría evitado la muerte
advirtiéndole que usara chaleco antibalas justo ese viernes.
Ciertamente hubiera hecho malabares
en el estacionamiento del motel,
para impedir que se bajara de su camioneta.
Pero hay historias imposibles de evitar,
hay historias que pasan y aunque duelan,
una se queda mirando la vida,
así como el fatídico viernes 31 de marzo de 1995
POEMA PARA HABLAR SOBRE EL HAMBRE
Fui criada por mis abuelos
en una pequeña localidad de 3 mil habitantes.
Con ellos conocí el hígado y el intestino de los animales.
También conocí el mate cocido y el limón con sal.
Yo era la niña fuerte que no le temía a nada.
Agarraba las víboras con un palo
y se las mostraba a mis tías.
Ira y asco sentían
al mismo tiempo.
Yo podía dormir con los sapos,
y los cobijaba.
Sin miedo alguno, yo los besaba
porque eran mis amigos
y porque era niña.
La niñez no conoce el peligro ni las enfermedades.
A los 7 años ya era capaz de quitarle
las vísceras y tripas a un pescado,
conejo o gallina.
Sacaba mi cuchillo
y todo estaba resuelto.
Mi abuela sólo decía: vengan a comer.
Todos íbamos corriendo
porque había hambre.
Si hay algo que recuerdo
claramente de esa casa,
es el hambre.
El hambre tenía color,
tenía un lugar en nuestra casa.
El hambre era como una sombra
que nos seguía a todas partes.
Alguien tenía que hacer algo
para dejar de ver esa gran sombra.
Sombra infernal
Sombra, sombra.
Entonces estaba yo.
Entonces cuchillo y sangre.
Entonces comida en nuestra mesa.
Y al fin esa gran sombra perdió su fuerza.
La derroté como quien derrota un trauma de la infancia.
Ahora que tengo más de 30,
no soy capaz de imaginar siquiera
un pescado en mis manos.
LA COPA DEL MUNDO EN MIS MANOS
No, no soy fan de Maradona
y en este momento de mi vida
estoy lejos de decir que me gusta el fútbol,
pero una vez fui niña,
una vez amé los partidos
y me mordía los labios por un gol.
Si está Diego, ganamos seguro,
decía mi abuelo.
y yo tenía fe en que íbamos a ganar porque
lo decía mi abuelo y porque estaba Diego.
Si podría retroceder el tiempo,
digo por lo menos 30 años,
usted me podría ver cubierta en las sábanas
esperando un gol.
Goool, goool, goool
No, no fue goool
¡Pucha!
La cara triste.
Todxs tristes.
Luego venía el gol,
todxs de pie
y la vida se detenía por un instante.
Mi abuela olvidaba la pava hirviendo en la hornalla.
El perro se metía a orinar en el sofá y nadie decía nada
porque importaba el gol.
Y todxs saltábamos gritando: gooooooool
Gooool de Maradona
y yo lo besaba en la pantalla Philco.
Cómo olvidar su camiseta con el número 10.
Cómo olvidar mi baba en el televisor.
Cómo olvidar que alguna vez un gol me hizo feliz.
Si hubieran sentido mi corazón,
Se habrían dado cuenta de que me saltaba
como si yo tuviera la copa del mundo en mis manos
y todos los reflectores apuntándome,
pero no, yo sólo fui una niña
de un pueblo de tres mil habitantes
que de vez en cuando se sentaba a ver un partido.
LOS AMORES TÓXICOS NO VAN CONMIGO
Un día me apareció un tumor.
Le dije como si fuera mexicana:
cabrón ni creas que te puedes quedar
en mi lóbulo derecho.
Y el cabrón tumor se quedó por tres años
y me hizo llorar cuando manejaba mi Ford,
cuando daba clases,
cuando pagaba mis remedios.
Yo le decía al tumor
que se largase de una vez,
y el tumor quería estar conmigo,
quería amarme con su amor ojete,
con su mirada ojete,
con su vida ojete.
Un día me lo encontré distraído
y le pateé la cara.
Lo mandé a chingar a su madre.
Los amores tóxicos no van conmigo.
EL PERRO Y SODA STEREO
Cuando era niña,
vi cómo mi abuelo,
es decir mi padre,
es decir un hombre inconcluso,
se llevaba al perro que yo más quería.
No tenemos dinero para darle de comer, dijo.
Entonces yo conocí el dolor y también la forma de aguantarlo.
Abuelo,
es decir padre,
es decir hombre inconcluso
hay tres perros en la casa
y donde comen tres pueden comer cuatro.
No tenemos dinero para darle de comer, dijo
Días más tarde,
el perro estaba de regreso.
Había recorrido 95 km.
¡Nadie se lo pudo creer!
Traía en la boca un cassette de Soda Stereo.
Entonces supe que la vida podía ser un intercambio,
en el que algunas veces iba a salir ganando.