Helechos y otros textos
Helechos
1
En cualquier parte, si hay silencio, quietud, humedad, calor, sombra y encierro cóncavo. Aberturas o grietas de donde fluyen emanaciones de lo que se consume, supuraciones, derrames, excreciones y excrecencias, escarzo, humores…
Algo va quedando consustanciado, plasmático, nutriéndose, encarnando, irreductible. No se sabe de qué cosas; eyaculaciones, sudores, desechos, grumos, recrementos, aluviones, bagazo, mugre. Lo que un ser vivo cualquiera desecha de sí mientras el tiempo esturga; placenta, menstruaciones. No se puede precisar que cosas puras expulsaron eso; no se puede. Ni de donde le llega el color. Ni de que ebulliciones ese vaho. Está adherido, y carcome; puede absorber el todo.
Fétido, repugnante a veces; reseco, encubriéndose; y otras bello, delicado, fresco… Lo he visto reflejarse en el cielo claro y limpio de las aguas.
Y he recorrido alcantarillas, barrancos, caserones, cavernas, ruinas, túneles, senderos, miasmas…
Y he estado…
Y he tocado…
Repulsivo. Deleite voluptuoso. Flor. Sugerida pureza. Impurezas.
Se forma en todo y de todo. No existe sol.
Se nutre de sí mismo; se devora y devora mordicante. No es un ser; lo que van dejando muchos seres. Lo que ha quedado. Se va haciendo de lo que se va deshaciendo.
Estéril. En los rincones del tiempo quedándose. Hacia la nada hundiéndose arrinconado.
Seduce o repugna.
Todos lo llevamos. Y puede devorarnos. Puede invadirnos el ser. El pie. El alma. La mente. El espíritu.
¡Oh! Los nombres…
Moho… Musgo…
Murciélago… Mariposa…
Mariposa… Uno…
Mariposa…
He abierto las ventanas. Respiro lo azul…
¿De dónde provengo?
2
Emergen, sea así de una flor o de una calavera. Emergen de la lluvia y del musgo; de los inhabitados bosques.
(Sentí una surgir con acariciante esfuerzo de mi pupila hacia los astros)
No marchan por el camino arduo de la experiencia. Ya saben; van directamente impelidas y a ciegas; pero ignoran qué les separa de Dios ¿Su esencia, esa incorruptible substancia fría? ¿Su fácil conversión a la monstruosidad?
Porque entonces copulan y ovan; se congregan; pierden el vuelo y su luz; padecen de hambre sucia y voraz. En soledad se aprietan unas con otras, aflicción, aterrorizadas del silencio y de la oscuridad, sus elementos. Ovan a otras más grandes y monstruosas, dificultosamente y con intenso dolor; maltrechas, desentrañadas se extinguen, se devoran a sí mismas, interiormente, célula a célula; y se enlarvan en nauseabundo lanugo; poco a poco se refieren a sí mismas y a medida que perecen enquistadas se maldicen, se consuelan; pero llega el sopor, después zumbidos y por último la nada. La nada, que es la eternidad del que envuelve en sí mismo. Solo recuerdan vagamente la tenue sensación de una cálida intermitencia que pesaba en sus vientres.
La monstruosa luciérnaga pierde su vigilia inconmovible frente a cuyo silencio transcurre el universo transmutándose. Se desmorona y aduna de restos dormidos. La luciérnaga monstruosa es un feto eternizándose. Un feto solo, isla. Feto cósmico, cerrado el camino hacia Dios.
3
Rincón de fiera moribunda oloroso a días heridos, donde la respiración de un cadáver que se prolonga cría musgo e insectos; donde el sudor de la agonía se levanta ciego y poderoso, triunfal. Un deshielo de ciénagas se anuncia en el aire que llega y se arrincona hasta ser alguien que espera.
Flor verde y pálida se abre lenta mi mano sobre la dura tierra (costado frío de muerta hembra) y sobre ella, volteada piedra, el fruto seco de mi cráneo.
Allá, en la otra orilla, hay luces; y bajo toda su luz, así, tan clara y firme, risa jovial… Es un engaño: ese macilento se pudre bajo el farol blanquísimo sin comprender aún, atónito, por qué él no tiene salvación; por qué en sus venas jamás irradiará el ampo júbilo. La risa es un grito de muerte. Un trapecista dorado. La risa jovial, con melena. Espectacular acrobacia, la risa iluminada.
Allá, en la otra orilla, hay luces…
La Leona
En descenso contenido, enervante abrámida transpirando, desnuda, rapada, con dos esferas de pórfido en las manos, suavemente frotándolas, sus dorados muslos, ya en la alfombra roja, iniciarán la fiebre, su convulsión que ascenderá a caderas e ingle, al vientre, pechos y espalda, a sus hombros y brazos, a su cuello, a sus labios, a sus ojos… Girará en torno, les rozará casi… Frotará cada vez con mayor fruición las esferas, se rozará con ellas…
Hurgad en su atmósfera, retorceos, acechadla; babeantes dibujad vuestro deseo en torno a su figura; rozadla con alientos y casi de piel a piel; pero no toquéis su voluptuoso enrollamiento y contorsión. La baba. La baba. Encenderá su ira, y se volverá contra vosotros y contra sí misma feroz. No la toquéis. Y allá en su fondo lo desea; lo desea desesperadamente. Arrojará las esferas en clamor, se retorcerá gimiendo a gritos y rodando por el suelo; no la toméis. No se las ofrezcáis. Retiraos; consume y ansía consumirse.
Se arrastrará; olfateará con mirada suplicante. Ella sabe. Llora silencio; su vida se extingue; agoniza con placer. Y ríe. Ríe paulatinamente hasta lanzar el gran fuego de la carcajada; y el brillo que fulgura en sus ojos boscosos y en sus dedos que señalan al encausto la alfombra babeada, y las barbas, y las túnicas, y los gestos chorreantes y quebrados, rampante les oblonga lábiles y coagula, amedrentada pútrida masa en sonrojo, vómito, harapos, hobachona rehogándose feculenta, aplastada, bascosa risilla leporina, desdentada, la comedia. La tragicomedia. La gran comedia. Tomad las máscaras de risa iluminada ¡Enmascaraos! Yo soy la leona. No os atreváis a consumiros ¿Qué sois, asustadizos, ventrudos engandujos? No podéis reíros de nada, indignos de la muerte y del fuego, de dios o del demonio ¡Fuera! Dejad dormir a la leona, que os espantará furtivos, con su rabo ¡Fuera¡ Pero si osáis, venid a mi lecho…
Bestia moribunda altivamente se incorpora, recoge las esferas, recupera su estatura, respira bellamente sensual, refresca su carne, su carne pura, roja, y ante nuestro deseo arrasado casta y victoriosa se retira al fondo, a su lecho de yerbas, ramas y espinas; bosteza, os mira… “ ¿Y los que dormían en pieles de leones? ” ¿Quién osará?
Silencio. Aparece la Diosa Antigua… Día vendrá –y ambos lo sabemos- en que suceda… ambos lo sabemos… Y esperamos… Ambos. Nadie sabrá de nosotros. No peregrinaremos ya nunca. No existirá el circo… ¿Esto era todo? ¿El lecho de Leona? El viento arrasará la carpa y nuestros huesos hechos polvo de pudrición. La nada reirá en un gran fuego a carcajadas.
En un gran fuego la nada reirá a carcajadas.
Príncipe
A esa edad terrible subió las montañas en la espalda del horizonte, allí en donde el sol se hunde. Y no volvió.
Le buscaron; y así lo encontraron, sumerso el rostro en los celajes. ¿Vuelves? Ansiosos le acariciaban los hombros. Volvió el rostro a la débil y tierna súplica: déjenme; o los destruyo.
Nadie ha subido a ofrecerle la vida; porque él sabe, y todos, que en la oscura elevación de su nostalgia dijo la verdad.
Todo esto no habrá sido. Y con razón, si veo allí en el suelo tu vaso roto, y rotos los dedos de tu mano, y duro el pensamiento en una mancha roja. Y a un niño que lo rasca y escupe sin mirar a nadie y que luego se marchará a la cumbre, como todos los niños.
Un día y otro día
De fuente de nidos y de nubes y de brisas que cubren e inician ámbito por existir, la voz que nos despierta y levanta hacia los horizontes procede; y nos lleva por barrancos y pedregosas calles, posteando sueños e ilusiones bajo cernida lluvia, jugosos, cargados de montañas y añublada luz (recibida y certera promesa); por eso, bajo frescor así cargados han vuelto a vernos a la puerta, totalmente llenas de gozo las venas en el entero día.
El sol no existe, dicen; y el sol brilla más. Oscuro día no es día, dicen; pero percibo lo invisible como percibir un sol. Es el llanto de los llantos que tras la puerta ahoga, noche, tormenta y rayo a pleno sol, comba de gritos lo que la paradoja expulsa. Es solo una parte de su rostro lo que la luna oculta a la tierra y muestra al espacio mayor del universo.
Un ojo forma y escapa sin mirar lo que deja. Palabra sin nido al puro celeste del cielo es soltada. Mano cálida que sin dolor retiene, descansa y suelta y liberar pretende se posa en ti, pero te quedas donde siempre has estado.
La flor que se corta a sí misma y llega a casa y permanece completa, recibida compañía es. El agua hospitalaria nos busca; tiene sed de nosotros, de claridad humana y frescura. Y la piedra se acerca al silencio y lo acaricia con sabiduría tierna, muy tierna y muy gatuna. Y el silencio hace lo mismo con la piedra.
Un canto a tajos de la oscuridad salta y hiere, oscuro canto herido, silente oscuridad que decapita. De regreso al principio para continuar adelante. El fruto de sí mismo desprende y entrega jugo y aroma justo en la boca; consolada brega en la que vamos y estamos, estamos y vamos, ya por llegar en la coronada cresta que reventará.
El viento
Viento nuevo
bandada insomne
de invisibles pájaros
que siendo invisibles
súbito vemos.
El viento nuevo, plumaje
de visión dotado.
Sabe lo que arrastra, lo que lleva
y lo que deja y pule y restablece,
y al hueso diamanta y embellece y eleva y mueve.
El viento es una mano
que toca, toma y el corazón impulsa.
El viento hace collares y cortinas,
arregla alcobas y teje nidos,
el viento es un amigo arrebatado
que alegre nos visita y nos invita
y nos pone a caminar hacia adelante.
El viento está lleno de canciones,
y si interpretas gritos y aullares
que ensordecen y acompañan canto
y tragas el polvo que levanta y disuelves
las astillas y arenisca en garganta y ojos,
y ves lo que el viento ve,
y tocas lo que el viento toca,
y cantas lo que el viento canta,
y permites que te arrope la montaña danzante de sus giros
y te acompañas de otros como tú, tú mismo
te pronuncias feliz hijo del viento,
de este viento que todo lo pone en su lugar correspondiente,
al pájaro en su nido,
al nido en su rama,
la fruta en su árbol,
el grano en su mazorca y en su vaina,
a los hombres en su casa cada uno.
Este viento es un viento nuevo
que sus pasos introduce en cántaros
y que nos pone a vivir, realmente.