La observante toca
i.
Imagina el contorno de un timbre, su vocal de aire.
ii.
Simultáneas señales. Efecto del recuerdo de aquella mañana de infancia que ocasiona música instrumental. Su evolución en tempo —bucles en cada linde de pies y manos— se distingue de un ruido blanco por una ligera deriva. Su espectro de potencia se caracteriza por una fuerte contribución a bajas frecuencias. Todo recuerdo del padre afinca bajo los pies.
iii.
Al interior del centro, el cuerpo que deglute al cuerpo. La sangre que no cesa de ser sangre en minúsculos carbones astillados. Flujos de paradojas y lenguaje. Al centro, la dulce oscuridad de una cabeza. La materialidad de un pensamiento. Sus ecos.
iv.
De cuando el espacio es pliegue y éste, índice de posibilidades.
v.
La pulgada certera del carraspeo —el lenguaje que habita en él—, los bordes de la frase final de cada libro, de cada párrafo, de cada poema. Estancia colmada. Voces. Florean violetas en la mente.
vi.
En ondas sucesivas, circulante, territorio de sonoridad y posibilidades; no hay error en la frecuencia, en el impacto sobre la piel. Primordial, la célula de origen de estos cuerpos se balancea entre principio y fin del tiempo. Nos deslizamos, en el sonido, para guarecernos de la intempestiva notación de la muerte.
vii.
Descansa el cuerpo sobre un paréntesis —oro umbral— método para descubrir el contorno de un silencio.