René Rodríguez Soriano

Embrujo de pájaros

 

 

 

del poemario Muestra gratis

 

A esta hora la velocidad
atropella un nombre de mujer

al décimo tercer cigarrillo
la madrugada pende en los pedales de la hora
con su nota más brisa
transita a más de cien con las luces altas
se come en rojo los semáforos
y espanta a las últimas sombras
con su trinar de goma desinflada
a esta hora la avenida es una mano muerta
que hurga sin reparos los más íntimos silencios
la madrugada tiene los ojos achinados
y guarda en su bolso de concha pedacitos de nada
un arete muy solo entre el baldío de los cosméticos
y un carnet para cruzar mi pecho enmarañado
a esta hora nadie sabe exactamente la fecha
un zapato azul extravía su lazo transparente
el patrullero puede salir en cualquier esquina
un borracho se cruza
otro maldice por las luces altas
con el último cigarrillo la madrugada sabe a poco
y uno se mete en ella con la sábana a toda vela

 

 

Dicen que la enfermera le encontró en el
puño un jirón de Bécquer y estos versos

contigo se incendió mi esquina más plural
en humo de tus alas muere mi cana cuerda
desde un pasillo de la tarde
bebo a plazos la rutina de tus ojos
detenidos al final de la acera sur la menos frecuentada
por las fresas los barcos y los centuriones
cero tranquilizantes en estribor encallan sísifos
madréporas y alfeizares cuando no está sigmund
viene sharon tate con beso seconal nos enjaulamos
y siempre menbutal retorna ella
incauta mis libros mis revistas manuscritos varios
la paso bien con la Monroe
a pesar de que me inyecta paxistil alboral valium diez
café con leche ajonjolí
en altas dosis contigo era otra cosa
la llovizna de tu pelo izaba un dejo de aire puro
que no encuentro cuando cabalgo
algunas horas con la piaf
las noches me pasan en el pasillo libador de tus retinas
y sigo aquí hasta que pasa por mí la magdalena
con sus óleos afeites y electrones
abordo la goleta de tu alcoba inhabitada mi patíbulo

 

 

del poemario Apunte a lápiz

 

La vieja casa

1

Era del tamaño del mundo
la sala de la casa,
y como el océano,
poblado por sus peces,
sus algas y sus rocas,
era el patio,
que terminaba donde pastaba el ganado
y algún potrillo perseguía
las mariposas o más allá donde bebían
los arcoíris.
Era de azul y rosa y olía a geranios,
hierbabuena y azucenas,
amplia, cálida y dulce
como el abrazo de mamá
cuando me dejaba o me tomaba
de la cama.

 

2

Tenía rosales y naranjos, peras
muy dulces y zumbadores
haciendo escalas en los imaginarios
aeropuertos de las copas de los árboles;
tenía aguacates, nueces
y guamas, el patio,
todo el patio tan grande
de la casa grande donde
los gallos con sus lustrosas plumas
galanteaban al sol y a las gallinas.
Yo me mecía en las ondulaciones
que dejaban los patos al nadar
en la laguna.

 

3

Sonaba como flauta dulce
el melodioso piar de polluelos
y pichones. Brotaban sinfonías
de la cocina o llegaban como ráfagas
desde los tomatales las tonadas
de los trabajadores.
Y en un rincón la radio, las canciones
y el retrato del abuelo.
Era tan grande y tan pequeño
ese espacio tan íntimo,
del tamaño del mundo,
la sala de la casa.

 

 

Retrato de mamá 

Cada vez que me mira,
ve que la miro,
envejeciendo de este lado
mientras ella cada vez rejuvenece
en mi recuerdo.

 

 

del libro Rumor de pez

 

Embrujo de pájaros

Te escribo ahora
y es como si pusiera tu nombre en esta rama
que se deshoja, lidia tu ausencia con mi sed
y te aparta los verbos y los tiempos como
si correteáramos esdrújulos, descalzos
por el parque, desgreñados desde tu ojo
de cigua palmera. Me espanto
y te espanto con el cigarrillo apagado
entre los dedos.
Te escribo ahora
porque en el pasado no estaba permitido,
personaje de mis sueños; como si estuvieras
con tus manos de espigas
y esa sonrisa ñoña, bizca,
con el muñón de un ala en la ventana
desgarbada de par en par.
Te escribo ahora
y es como si lo hiciera desde siempre,
siempre que te me sales de la línea,
desandas mi alfabeto
con tu nido en picada,
encimada en los cauces, ajedrez
sin tablero, gaviota en rompeolas, amar
sin guardafangos; no sé por qué te escribo,
no sé por qué esta pausa.
Quizás porque amanece, hace frío
desde adentro del sábado,
y sopla mi memoria paisajes de tu cuerpo,
tus cabellos, y tengo miedo

 

 

Callado rumor

Si ocurriera que a esta hora donde estás,
oyeras lo mismo que yo,
sentirías que mi boca te arropa
con su tropa de violines,
dueños del aire
(ahora suena un violonchelo, ahora un piano);
sentirías cómo también mis manos van
del piano al violín, a tus caderas.
Mientras oigo a Herbie Hancock,
tocar a Gershwin (Lullaby),
un piano se pierde entre tu corva y tu tobillo
y mis manos te tocan y ese piano dibuja
lo que mi lengua no dice y hace con la tuya
o lo que mi dedo busca en zonas donde,
pez cautivo, pez deseado, vuela y vuelve y vuela,
y es mi lengua, en mil traspiés que se aleja
o se acerca, como los dedos sobre el piano
que se pierde en un arpegio, suave
silabeo de dos o tres corcheas.
Pierdo mi yo en tu pecho, digo tu nombre
y, en tropel, los chelos me hacen coro:
dicen tu nombre, dicen tu nombre.
Mientras presiento (casi la prefiguro cálida)
sigilosa y desnuda, la mariposa loca de tu aliento,
un pentagrama todo de jadeos, abierto,
para que, lleno de música,
me aloje dentro, tan adentro…
donde no llegan las palabras,
lugar que alberga los silencios y los rastros
de los besos sucios de mí, sucios de ti.
Besos o dedos que piensan y te escriben,
te tocan, te describen y hacen de ti un dibujo a lápiz,
tenue, frágil, transparente casi, como tu boca
ausente que lo puede todo, con nombrarme.
A mí que ya no soy desde que no me nombras;
no soy si no he nacido entre tus piernas
(para morir todas las veces que volveré a nacer
naciendo desde adentro de ti).
Nómbrame con tu boca de besarme,
con tu lengua que salva del abismo los caballos
inmolados en las mil inútiles batallas;
lazo que se sostiene en pie, como torre
que no habrá de caer (desparramándose hacia adentro5).
Nómbrame para ser yo, después de ti, quizás enigma,
álgebra o las infinitas fórmulas del confín de las cosas,
que sólo en ti se esconden y desde ti se encuentran,
si ocurriera que a esta hora donde estás
oyeras lo mismo que yo

 

 

del libro Nave sorda

 

Viernes

En la noche de los bosques
los zorros buscan
tu rostro…
ÁLVARO MUTIS

 

Esa mañana, la última del año
que ya enfilaba sin presagios
hacia el túnel del olvido, ella
entra con un clavel entre sus labios.
Desmoraliza tus augurios,
tus fuerzas
y tus ojos.

 

Enciendo el cigarrillo de la tarde, ausencia Y no descifra
tu paradero el humo. La lluvia sorda juguetea en los cristales,
y algún muchacho desandará sin rumbo por los
charcos de ese pueblo fantasma que inventamos bajo las
sábanas, pienso. Sigo pensando y manoseo los rafagazos
de tus labios, esa expresión tan mía que no registrará jamás
cámara alguna. Hay un verbo perdido, imperfecto y
desnudo, conjugando mil voces en las frondosas humedades
de tu talle, pasión que descarrila, tu sonrisa, tus entregas.
Si aparecieras, la gramática del deseo daría los mil
sentidos dispersos del diccionario absurdo de estas horas.

René Rodríguez Soriano (Constanza, RD, 22 septiembre 1950 - Houston Texas, EUA, 31 marzo 2020). Rodríguez Soriano, quien se dedicó durante muchos años a la comu ... LEER MÁS DEL AUTOR