Pompeyo del Valle

La ruta fulgurante

 

 

 

 

HONDURAS

 

Sobre esta Honduras de fusil y caza,

de asfixiado color y amarga vena,

se oye gemir el mapa de la pena

que en murallas de sal se despedaza.

 

Bajo esta Honduras de metal y maza,

de enterrado perfil – laurel y arena-

como un tumulto de cuchillos suena

la atormentada sangre de la raza.

 

Pero otra Honduras de potente aurora,

decidida y total y vengadora

alza la frente perseguida y bella.

 

Porque una tropa juvenil se agita

bajo su cielo y en su voz gravita

el porvenir, fundado en una estrella.

 

 

 

LEMPIRA, PRIMERA SEMILLA DE LA LIBERTAD

 

Lempira, Gran Señor,

con amor pronunciamos tu nombre:

lo pronuncian las lenguas del agua,

las pequeñas hijas del Hol pop,

los amargos labios del Hol can ,

el agua Azul,

las garzas,

los matemáticos,

los astrónomos,

los jugadores de pelota,

las grandes máscaras de madera

y los cuatro Bacabes que sostienen

el cielo.

 

 

II

 

Lempira, Gran Señor,

con amor pronunciamos tu nombre:

tu nombre tenso como la cuerda

en el arco del guerrero;

tu nombre con siete pájaros,

tu nombre con siete piedras,

tu nombre con siete soles,

con siete lunas,

con siete estrellas,

con siete dardos,

con siete gritos,

con siete vueltas,

tu nombre con siete dientes de jaguar,

tu nombre con siete mujeres que cantan,

tu nombre con siete hombres que cantan,

tu nombre con siete viejitos y siete años

que cantan,

tu nombre con siete cazadores muertos,

tu nombre con siete cazadores vivos.

 

 

III

 

Lempiras, Gran Señor,

con amor escribimos tu nombre:

los escribimos en la cal de los muros,

en el sueño,

en sangre,

en los parpados.

en la guerra,

en la paz,

en el mar lo escribimos,

en la hierba,

en las nubes,

en la sombra,

en la noche,

en el día, Señor, escribamos tu nombre.

 

 

IV

 

Lempira, Gran Señor,

con amor pronunciamos tu nombre:

tu nombre hermoso como tu vida,

tu nombre hermoso como tu muerte,

como el resplandor de las fogatas,

como tu altísima frente coronada de plumas,

como tu pecho de humo sagrado,

como tu corazón de rió, de tierra amarilla,

negra, roja, verde, blanca,

de tierra trabajada

donde cayó y combatió

la primera semilla de la Libertad!

 

 

  

ESTUDIO DE UN ROSTRO FEMENINO

 

Tu rostro se parece al sonido

y al color de tu voz.

Tu rostro es suave como la luz crepuscular,

como un cielo de Leonardo es tu rostro

oh, bella.

Tus ojos son como dos lucientes monedas

recién acuñadas. Tus ojos brillan lejanos

y se ríen de mí,

de mi torpeza, de mi rubor, de mi amor escondido

pero que todo el mundo conoce.

Tus cabellos se parecen a las canciones de los marineros

cuando se alejan, a los pájaros

cuando emigran,

pero tus labios a nada asemejan,

ni a una flor,

ni a una fruta.

 

Tu rostro y tu beso me sobrevivirán.

 

 

 

AMO

 

Amo la ciudad en que tú vives.

 

Amo la ciudad en que respiras,

Trabajas, hablas, sueñas.

Amo la ciudad en que tú ríes

Y lloras con tus lágrimas alegres.

 

Amo la ciudad en que tú vives.

 

Amo sus viejos puentes, sus campanas,

Sus teatros, sus estatuas, sus jardines.

Amo la ciudad que tú recorres,

Que tú acaricias, miras con tus ojos,

Con tus ojos que cuando me miraban

Besaba yo en silencio con los míos.

 

Amo la ciudad en que tú vives.

 

Amo las calles por donde tantas veces

Vagué soñando ahogarme en tus cabellos,

Morir o navegar en tu sonrisa.

 

Amo la ciudad en que tú vives.

 

Amo la ciudad donde tu rosa

Perece y se levanta cada día.

Amo el olor a pan en sus mañanas,

La flecha sumergida de sus trenes,

Amo sus escaparates con los libros,

Los pescados, los quesos y los vinos.

 

Amo la ciudad en que tú vives.

 

Amo sus nevadas y sus niños,

Amo el río y la barca sobre el río,

Amo la torre y el reloj, el aire,

El beso aquel que tú y yo nos dimos.

 

Amo la ciudad en que tú vives.

 

 

 

MUCHACHAS DE LAS ISLAS

 

No las he visto nunca, pero sé que son bellas,

que son del archipiélago – como las aves marinas –

el júbilo del agua, la nupcial

alegría de las Olas gigantes.

 

Adorables muchachas de las islas,

rodeadas por corales y tortugas enormes,

hoy, desde tierra firme, vuela mi voz y os lleva

la rosa de mi sangre, hecha fulgor y canto.

 

Saludo entusiasmado vuestros cuerpos felices

– maestros de los juncos – adorables muchachas

de Frech Harbor, de Utila, Roatán y Guanaja.

 

Sois poesía de Honduras

aunque nunca vuestros pies hayan tocado

tierra continental; y solamente

sepáis hablar inglés, y vuestros ojos

sean de agua de mar, de agua con barcos,

y luego vuestros nombres, caracolas,

resuenen con extraños apellidos:

oceánicas, Mac – Nab, doradas Cooper.

 

Un día iré a Oak Ridge, doncellas,

con mi equipaje de canciones

y mi libre bandera pura y alta.

Recorreré una a una vuestras costas

y besaré la arena en vuestras playas.

 

Iré a mirar la luna entre las palmas

– amarilla y redonda –

como una gran naranja luminosa

rodando por el cielo de los trópicos.

 

Os saludo, muchachas,

adorables muchachas de las islas,

rodeadas por corales y tortugas enormes.

 

Os saludo muchachas, con un saludo rojo

como el sol, sobre el verde estruendo de las Olas.

 

 

 

LA RUTA FULGURANTE

No hay vida sin canto,
como no hay vida sin sol
JULIO FUCIK

 

Comprendo que esto

tiene que ser así. No debemos olvidarnos

de la alegría. A pesar de todo

y sobre todo

tenemos que ser fuertes para reír

y para creer en la dulzura.

 

Y sobre todo ser sencillos,

ser como deben ser los hombres limpios:

ser claros y luminosos

como la lluvia que trabaja alegremente

y hace palpitar la tierra

como un gran corazón enamorado.

 

Ahora lo proclamo. La esperanza

es una bella posibilidad futura.

 

Ella te hace levantar la cabeza y soñar.

Ella te infunde fe y te anima

a seguir adelante. Ella te hace crecer

y sonreír frente al universo.

 

Ella abona el terreno debajo de tus pies.

Ella traza tu ruta y la rodea de fulgores.

Es como un pájaro de grandes alas.

Tú puedes tener errores pero ella jamás

se equivoca

porque consigue mantenerte firme.

 

No somos ratas. Somos hombres.

Tenemos el deber de cantar y edificar

haciendo honor al género humano.

 

Ahora descubro jubilosamente

que puedo cantar a las más humildes flores

sin temor a parecer ridículo.

 

Y me complazco en llamarme a mí mismo

el cantor de la vida

con una sencillez radiosa que sólo pueden,

con sus pétalos,

disputar las margaritas.

 

No se puede vivir sin canto,

como no se puede vivir sin sol.

 

 

 

PARÍS SIN AMOR

 

Verdaderamente

Las horas me parecen en extremo largas

Y hostiles este día.

 

No puedo más.

Necesito marcharme, alejarme, evadirme, huir.

 

Es algo realmente

Duro estar solo atravesado por el hielo

De un amor abolido.

 

¡Ah bella!

 

¡Pero qué hermosas y breves me parecerían,

En cambio, las horas

Si tú estuvieras aquí, sonriente,

A mi lado,

Mirándome con tu alegre mirada,

Fresca como la luna en las hojas

Del blanco y esbelto abedul!

 

Nos besaríamos sin prestar atención

A las gentes

Sobre los viejos puentes de piedra

Y a la sombra de los respetables y graves

Monumentos;

Vagaríamos tomados de las manos

Por los Campos Elíseos o nos iríamos como dos

Despreocupados snobs.

A husmear por las calles de la orilla izquierda,

O al  mercado Malik, en la puerta de  Glignancourt.

 

De allí tornaríamos al anochecer con los ojos

Cargados de pequeñas cosas inútiles, de anhelos,

De amabilísimas fruslerías.

 

La ciudad se vestiría de fiesta para recibirnos

Y depositaría en tus cabellos sus besos multicolores

Como esos huevos de la Pascua Florida

En las frías tierras del norte.

 

 

  

NIÑOS DEL ARROYO

 

Los niños del arroyo juegan con pequeños

trozos de luna que sacan del agua sucia.

Los niños del arroyo fabrican, con estos

pequeños trozos brillantes, agudas navajitas

con las cuales se complacen en herir alegremente

el corazón de sus madres tristes.

 

 

 

HOJAS AMARILLAS

 

Olvidado como un lienzo

sobre una vieja mesa de costurera,

en esa hora crepuscular en que las oficinas

quedan desiertas,

abandonadas al vigilante nocturno

y a las mujeres de la limpieza,

así me encontraba cuando apareció tu rostro,

flotando en la niebla,

a modo de una luz alta venida de muy lejos

(tal vez de una galaxia sin nombre)

y que asoma detrás de una negra cornisa.

 

Bello rostro, inesperado como un canto

en la multitud de las sombras.

Rostro bello que desde entonces habitas y gobiernas

en mí

––árbol desdibujado––

haciendo que el viento del amor susurre y perdure en las hojas amarillas.

 

 

  

ODISEO

 

En las litografías de principios de siglo

con doncellas reclinadas sobre puentes

de piedra

o perezosamente tendidas

sobre grandes lechos flotantes

adornados con flores y largas plumas de pavo real

entreví el misterio de la mujer

con su glú-glú de aguas salidas

de las profundidades de la tierra.

 

En los envoltorios de las latas de sardinas

de católico rigor en las temporadas de Semana Santa

tuve un anticipo de los mares de la Odisea

y la primera visión de las sirenas.

 

Entonces era yo apenas un niño

que volvía a ver repentinamente hacia atrás

con el ingenuo propósito

de sorprender a su ángel guardián.

 

Años más tarde leí a Homero.

Escuché

la traicionera voz

de las suripantas del abismo.

 

Conocí a las harpías

(me refiero a ciertas terribles comadres

escandalosas y piafantes como el olor del pescado).

Salí en busca del horizonte

y caí en las redes de Calipso y de Cirse.

 

Fui prisionero del gigante Polifemo

a quien logré vencer al cabo de los días

con la complicidad del rojo vino

que fabriqué mezclando el zumo de las uvas

con mi propio sudor

y con mis sueños borrascosos como el mar.

 

Un día

tendido de espaldas sobre una roca

no lejos del palacio de Poseidón y de su cólera

pensé en la posible inutilidad del esfuerzo

por dar un orden

o un sentido inteligente

a nuestras vidas

sujetas durante tanto tiempo al capricho de los hados.

 

Escuché la anúteba de las viejas trompetas

percibí el olor y la excitación de los caballos

y por unos instantes me cegó

el brillo de las armas enloquecidas y hambrientas.

 

¿Qué puede justificar me dije tanto frenesí en los hombres

tanta voluntad para el triste luto?

¿Merecerán unos cuántos metros de hilo orgulloso

flameando en la vanguardia de los ejércitos enemigos

una sola de las comunes existencias

aniquiladas en el polvo?

 

Ahora navego hacia mi patria

(de la que falto hace veinte años)

los marineros del Alcinoo (rey de los feacios)

reman con ánimo excelente y yo duermo en cubierta.

 

Como descreo de los guiones de cine

porque estos pueden ser modificados

en cualquier momento (y de hecho lo son)

la duda me asalta.

 

El libreto indica que con conocimiento de mi hijo

Telémaco y el porquerizo Eumeo

logro derrotar a los malditos pretendientes

que consumen mi hacienda

mientras cortejan a mi esposa

que la película termina

cuando mi mujer

la hermosa Penélope

leal como ninguna

me echa los brazos al cuello con cuatro lustros

de deseo acumulado.

 

Pero estos son tiempos difíciles y no hay nada seguro.

No sé siquiera si podré arribar finalmente a las costas de Ítaca

Pompeyo del Valle Nació el 28 de octubre de 1928 en Tegucigalpa, Honduras y muere en su país natal el 22 de agosto de 2018. Fue redactor de “El Cronista� ... LEER MÁS DEL AUTOR