He aquí el poema
(Traducción al español de Pura López Colomé)
He aquí el poema
Te joden mucho, papá y mamá.
No es a propósito, pero lo hacen.
Te colman de sus equivocaciones
Y añaden otras, para ti solito.
Pero a ellos los jodieron a su vez
Unos tontos de sombrero anticuado y abrigo,
Que la mitad del tiempo eran demasiado blandos
Y la otra mitad les apretaban el cogote.
Los hombres se van pasando la miseria de mano en mano.
Y ésta se va ahondando como un banco de arena.
Abandónalo todo tan pronto como puedas,
Y no contribuyas con más hijos, por favor.
Observación
Sólo en los libros ocurre lo simple y sencillo,
Sólo en los sueños nos encontramos y entrelazamos,
La mano impermeable al sacudimiento nervioso,
El futuro, a prueba de nuestro vano suspenso;
Pero como avanzamos por el borde de la marea
Del pasado que viene, y como respiramos aire,
Habrá que recordar que nuestra forma es la muerte
Cuando la máscara y el rostro se desprendan uno de otro.
Risa en busca de algún rango, emboscada de lágrimas,
Práctica de ametralladoras en los deseos del corazón,
Todas hablan del gobierno de los temores condecorados.
Viento, agita las ramas de su madera torcida,
Donde hay tantas cosas que adornan pero nada bueno,
Y nada hay que apague el fuego de la pobreza humana.
Extraños
Los ojos de los extraños
Son copos de nieve, fríos,
Mustios, vueltos sobre sí,
Y visitados rara vez.
Los actos de un extraño
Apenas lloran, a la deriva
De nuestros mediodías,
Cercados por el humo.
Y vivir ahí, entre extraños,
Pide modales de salón de té:
Asentar la taza con cuidado,
Dejar la propina justa,
El alma sin empujones,
El bolsillo sin robos,
Las preferencias en la sombra
Y bien escondido el tesoro
Ausencias
La lluvia golpetea en un mar que se inclina, suspirando.
Suelos en rápida carrera, su colapso en los abismos,
Se erigen cual torres, con el cabello rociado. Avanzando
En sentido contrario, una ola cae igual que un muro:
Otra la sigue, mansa y revuelta, incansable, jugando
Donde no hay barcos ni bancos de arena.
Encima del mar, el día aún más falto de orillas,
Acribillado por el viento, va en pos de galerías iluminadas:
Se transforma en un gigante costillar, se cierne.
¡Fuera de mí tales espacios desolados! ¡Tales ausencias!
Dos piezas para guitarra
I
La casucha de techo de lámina junto a la vía del tren
Proyecta una sombra. La paja flota en el polvo blanco
Y un vagón de cola permanece en pie. Estiradas
Bajo el sol, doce piernas en overol están de ociosas,
Manos oscuras y cabezas atajándose el sol y trabajando.
Una frunce el ceño sobre la guitarra: desafinadas,
Las notas van vagando en el calor
Como un insecto chirriando entre la mugre,
Sin el menor cansancio al mediodía. Un acorde se reúne
Y rebosa, y una voz sureña se aferra a una nota
Satisfactoriamente insatisfecha.
Aunque los rieles arden
Rumbo a ciudades de acero, no llevan a nadie
De por aquí. A la vista de todo mundo
Ni siquiera aquel vagón intenta ir a ningún lado.
II
Confecciono cuidadosamente un cigarrillo, y busco
Lumbre en la estufa. Con el pulmón lleno de humo
Me reúno contigo en la ventana sin cortinas;
Nos reclinamos en el marco, mirando la plaza
Allá abajo. Un hombre pasa caminando
Entre los despojos del naufragio. Y nosotros,
Con la mirada fija en el anochecer,
Compartimos un cigarro.
Al fondo del cuarto, nuestro amigo
Bosteza y apila las barajas. El montón no es muy grande.
Y repartir una y otra vez de aquí a que amanezca no garantiza
Las mejores manos. Además, la oscuridad ya no deja ver.
Entonces, patea la estufa y se lleva a las piernas la guitarra,
Toca esta nota, aquélla.
Estoy temblando:
De pronto me veo cargado de un lenguaje de seis cuerdas.
De pronto me doy cuenta de que no pueden expresar
Más que armonía, y no logran moverse
Sin un feliz erizamiento de aire
Que edifica en esta habitación otra distinta;
Y la habitual contención del dolor aprieta,
Porque juntos o en soledad no podemos
Delinear aquella habitación; y eso porque
No es una habitación ni un mundo, sino sólo
Una figura girando en el aire erizado,
Y, por lo tanto, carente de verdad.
Entonces, miro aquella plaza,
Vacía una vez más, como el hambre después de una comida.
Me ofreces el cigarro y te digo Quédatelo,
Pues me gusta ver el resplandor ir y venir
Sobre tu rostro. ¡Qué pobreza habita nuestras manos
Cuando sinceramente nos miramos a los ojos! Y de nuevo la guitarra
Me esparce por la tarde como una nube a la deriva,
Oscureciendo todo, incapaz de hacer llover.