Viaje hacia la vida primigenia
Por Enrique Solinas
La poesía de Paura Rodríguez Leyton nace en los sentidos y se proyecta hacia el lenguaje de manera natural, en donde el pensamiento es un vehículo que transmite la experiencia lograda. De esta manera, lo aprehendido es una porción de realidad que el yo poético transmite con imágenes desde la extrañeza, las mismas cargadas de cierta melancolía apenas atisbadas con figuras universales. Estas imágenes, a veces simbólicas, apelan a nuestro imaginario –sin proponérselo– y se dirigen hasta nuestra memoria más antigua con una expresión nueva y simple.
Aquí está la llave para entrar en la poesía de Paura Rodríguez Leyton: dejarse atravesar por este lenguaje encantatorio, surrealista, donde las palabras invocan sentimientos subjetivos que pueden traducirse en percepciones de la realidad, retazos de una poética que regresa al mundo del origen, donde las cosas y los seres existían libres. El pensamiento y la interpretación del decir surge de esta extrañeza que no busca una respuesta, sino que enuncia lo que siente, describe lo que ve, desde los ojos alucinados de la poesía.
Mundo precioso si los hay, aquí damos la bienvenida a una selección de poemas del libro Pequeñas mudanzas, de la gran poeta contemporánea Paura Rodríguez Leytón.
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Tiempo dado que ejerce la frescura de un cuenco de agua.
Agua que se vacía sobre las manos:
tarea inacabada,
distante reflejo del pasado
en el que no fuimos
ni héroes ni testigos.
Un hueco
horadado
de tanto gotear
al cielo
se hunde
como velo gris
de humo.
El alma ciega
sabe cómo
abrir un candado,
palpa
el borde
de la vida,
teje los caminos a punta de huellas.
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Pasmosa ensoñación
Lo frío de la nada no ahuyenta a las hormigas
que siguen alimentando el ritmo de su cueva
como el humus que vuelve la vida eterna
en un largo sueño vegetal.
Lo crudo en el olor de la arena,
no nos ahuyenta:
ese soberbio mar
ruge
erizado
y azul.
Pensar
es una tarea exorbitante:
una minucia del lenguaje que acontece despacio
y el tiempo
quizá
no existe
fuera
del cuerpo
que avanza en río.
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Pensando en Anastasia
Hablo
de un tiempo
rebobinado como hilillo de araña entre los dedos.
La melodía nos llegaba al amanecer,
nos recordaba el agua que fluía eterna
en el pilón donde nadaban los patos,
mientras la muerte
paseaba
por el paladar de la abuela desconocida
que íbamos a ver.
El extravío había comenzado cuando olvidó su nombre
y guardó su dinero dentro de un libro de la biblioteca.
Ella,
que conjeturaba fantasmas
yo,
que los encontraba en las manchas de las goteras.
Ella,
que respiraba moscas por la boca.
Los goznes habían sucumbido
y la herrumbre alcanzó el cielo.
La búsqueda de algo perdido
(que no se sabía qué),
había hecho que toda la casa se vaciara al patio.
Corríamos por encima de las sábanas,
tratábamos
de salvar
nuestros pies.
8
El cielo
tiene
un aullido
de lobo,
nos lame
larga y anchamente
con ternura de vaca.
Nos doma
en tarde rosada
que casi sangra,
vacía de silencios.
Acontece
entonces el tiempo:
ralo,
escueto,
digamos que corroído por el uso.
Insurrecto
resbala entre los dedos:
es nada.
10
Quizá mordiste demasiadas veces la tristeza.
Te sangró la palabra.
Por el ojo de la ceguera
te manó el olvido.
Te salvaste.
Arropaste tus huesos.
Puliste tu alambique.
Con el corazón abierto,
latiste.
11
Pensando en Wilde
Presa
de un circulo
inacabado
pende de un hilo el silencio,
la palabra acaricia
frutos que los ojos apenas alcanzan a probar
y el ruiseñor de los cuentos
aún se desangra en canto
para no ver llover,
para no ver ennegrecerse la noche
consumida por estrellas
enmudecidas
hace un manojo
de años luz.
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Como si se tratara de un hueso bien pulido,
limo cada día las horas que me calzan,
pero a veces me distraen los fantasmas
y las neuronas no llegan a tocarse,
entonces olvido que el paraguas es paraguas.
Eso ocurre en los pequeños núcleos de la sangre.
El viaje hacia la vida primigenia
comienza cada día,
la carne se debate
y el cuerpo,
a veces,
nos hace tristes.
13
Al filo
de la helada
palabra
brillan como piezas de pedrería
breves flores
tenuemente
amoldadas a tu asombro.
Era el recuerdo de la arcilla:
de su suave textura deslizándose
más allá del miedo que imprimen los abismos.
Y la lluvia;
asistíamos a lo extraño,
lo frío
del silencio
no cobijaba.
Éramos los amos de un jardín ajeno.
Remediar
aquello extrañamente solo
era la trama
en el juego
de aquel páramo plumbago.
14
Tus reinos son campos de hielo:
cristalinos y extraños abismos.
En tus reinos
avanza
una lengua
que prueba el filo de las horas
y la hojarasca
cubre tus huesos desnudos.
En tus reinos, poesía,
la voz deslumbra.
Somos
como fichas
de una fauna perdida,
apenas
deletreamos
delirios de animal carnívoro.
En tus reinos
somos felinos
que atisban la primavera
y el verano
se nos pega en el lomo:
y el otoño desciende:
mientras
las hojas
se recuestan
en invierno
a perpetuar las palabras.
Mas
no se revisten
de lo incierto
que era
ser niño
y
no
conocer
el cuerpo.
15
Ahondamos en la noche,
la palpamos con los ojos:
sus ecos son ladridos persistentes.
La noche late en cada sentido,
nos sabemos medusa-insecto-fruta:
perfecto reverberar de la leve presencia
de nuestro sueño en este caldo marino.
Respiramos susceptiblemente,
con miedo al ahogo,
al costado de la noche nos nacen branquias,
al borde de la noche se nos diluye la sombra.
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La gente
habla
de su pequeña vida,
de los chispazos de oxígeno
inyectados
en este sueño
de mutilados
pasos hacia la nada.
La gente
habla
de su pequeña vida
y enhebra
guirnaldas de flores para redimirse,
riega sus raíces
para brotar aunque haya palabras rotas,
y tararea ruidos
que se cierran como puertas imaginarias.
La gente
habla
de su pequeña vida
y edifica estructuras
con delirios que apuntan al cielo.
Enhebra guirnaldas de flores para remozarse,
pese a la bruma,
pese
al silencio
solapado.