Patrizia Cavalli

Ahora que el tiempo parece todo mío

 

 

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

Por fingir el escozor del corazón, la humillación
de las entrañas, por huir maldecida
y maldiciendo, por guardar castidad
y por llorarla, por excluir mi boca
del sabor peligroso de otras bocas y empujarla
insaciada a saciarse del veneno de los platos
en cenas exaltadas cuando el vientre
ya hinchado sigue hinchándose;
por tocar soledades inalcanzables y allí
a los pies de la cama de una silla
o de una escalera recitar el adiós
por poderte excluir de mi imaginación
y cubrirte con cualquier nublado
para que tu luz no destiñera mi senda,
no trastornara mi círculo tras el cual
te reenvío, tú estrella involuntaria,
paso inesperado que me recuerdas la muerte.

Por todo eso yo te he pedido un beso
y tú, inocente cómplice gentil, no me lo has dado.

 

*

 

¿Y quién podrá decir ya
que no tengo ánimo, que no voy
con los otros y que no me apasiono?
He hecho una cola de casi
media hora hoy en correos;
he recorrido toda la fila pasito
a pasito, he olido
los olores atroces de varones
de viejos y también de mujeres, he sentido
manos tocarme el culo presionarme
la cadera. He reconocido
la náusea y la he dejado allí
donde estaba, mi cuerpo
se ha llenado de sudor, por poco no me he cogido
una pulmonía. No de amor a mí
se trata, sino de horror a los otros
en los que me reconozco.

 

*

 

Entre todas las distancias la mejor posible
es la de una mesa de normal tamaño,
de restaurante por ejemplo o de cocina,
donde yo posiblemente pueda reunirme contigo
pero la verdad es que no lo haré.
Y fuera, la misma luz que ayer, el mismo azul
abren otras distancias
y pido a la gentileza de las nubes
que intervengan, mejor grises que blancas,
para descubrir el embrollo de los azules
que fingen la grandeza, fingen el infinito,
la luz efímera –la ladrona.

 

*

 

La casa. Dichoso quien es dueño de la casa
no digo de la casa catastral, sino de la casa,
de la casa real. Durante quince años
yo fui huéspeda en mi casa,
una indeseada huéspeda. Oscuridad,
cuantas más lámparas pongo más está oscuro
Dichoso quien no ve las curvas, las aristas,
las sombras, dichoso quien, verdadero propietario,
usa y abusa de lo que se le da.
A mí me cohíben las rígidas almohadas,
los libros abiertos, los pasillos inútiles
y feroces, los cuadros colgados, los cementerios
de blusas y bufandas que en todos los cuartos
he sembrado yo misma.

 

*

 

En la cesta de la ropa sucia
reconozco el verano,
los pantalones ligeros los jerséis.

Tenía demasiada prisa en partir
para quedarme a limpiar
las huellas de la carrera.

 

*

 

Porque tenías una hoja de papel
y un lapicero, creías que
la imagen te saldría.
Pero tu mayor gesto
fue borrarme, reconducirme
al limbo del que había salido.

En cambio yo, tras de las venas
de la mano y mientras
de la camisa el brazo
se descubría, añadí
las cejas a mi dibujo
en el pequeño vuelo
que te confunde el rostro.

 

*

 

Cuántas tentaciones atravieso
en el recorrido del dormitorio
a la cocina, de la cocina
al retrete. Una mancha
en la pared, un pedazo de papel
caído al suelo, un vaso de agua,
un mirar por la ventana,
hola a la vecina,
un mimo a la gata.
Así olvido siempre
la idea principal, me pierdo
en el camino, me descompongo
día a día y es inútil
intentar cualquier regreso.

 

*

 

Es muy dulce quedarse
y mirar en la inmovilidad
soberana la belleza de una pared
donde el hilo de la luz y la lámpara
existen desde siempre
para garantizar su permanencia.

¡Montaña de luz abanico
paisajes paisajes! ¿cómo podré
desatar mis pies, cómo
descender –reina de las peñas
y de los abismos– al paso involuntario,
a la mano que abre una puerta, a la voz
que pregunta dónde iré a comer?

 

*

 

Ahora que el tiempo parece todo mío
y nadie me llama para el almuerzo y la cena,
ahora que puedo quedarme a mirar
cómo se derrite una nube y cómo se decolora,
cómo camina un gato por el tejado
en el lujo inmenso de una exploración, ahora
que cada día me espera
la ilimitada duración de una noche
donde no hay llamada y ya no hay razón
para denudarse de prisa y descansar dentro
de la cegadora dulzura de un cuerpo que me espera,
ahora que la mañana no tiene nunca principio
y silenciosa me deja a mis proyectos
a todas las variaciones de la voz, ahora
quisiera de improviso la prisión.

 

*

 

Había empezado con el alegro:
empiezo desde el principio con el concertino
–tal vez he aprendido mal mi parte
o tal vez sea sólo distracción momentánea,
alguna nota antes alguna nota después
siempre en la misma frase me interrumpo.
Entretanto las pulgas se hacen ver
en el pantalón –por eso yo lo llevo blanco–
y cualquier punto oscuro, también un ala de ceniza,
lo aferro por sorpresa y lo destruyo.
Del suelo sube el polvo y siento
su olor a cada altura, basta con moverse
un poco, dar golpes con el pie, volverse;
y encuentro una toalla en la cocina,
las tazas en el dormitorio.
A este mi universo estable
permito cualquier desorden y ruina:
bastarían tres horas de trabajo
y ya todo en su sitio, mas me siento
e imagino el andante sostenido.

Patrizia Cavalli (Todi, 1949) vive en Roma. Se ocupa de traducciones de textos extranjeros para el teatro: El Anfitrión de Molière en 1981, La ... LEER MÁS DEL AUTOR