escribe en el viento
por Fabienne Bradu*
En un volumen de sus memorias titulado Gentes, años, vida, Ilya Erenburg evoca a Ósip Mandelstam:
Conservo en mi memoria muchos de sus versos, me los repito a menudo como si fueran fórmulas mágicas; miro hacia atrás y me siento feliz por haber vivido junto a él en su mismo plazo… Pero, ¿a quién podía molestar este poeta de cuerpo enfermizo, con sus poemas cuya música llenaba nuestras noches?[1]
Más de uno se habrá hecho esta pregunta y quizá hasta el mismo Ósip Mandelstam se la planteó la noche del 16 al 17 de mayo de 1934, en que no durmió para nada. Anna Ajmátova había llegado de visita esa tarde y conversaba con Nadejda, la esposa del poeta, antes de prepararse a dormir en un rincón de la cocina. Ósip Mandelstam intentaba concluir una demorada conversación con un tal Brodski, un inoportuno y hasta turbio personaje que nada tiene que ver con el buen Joseph. Hacia la una, tocaron la puerta. Nadejda recuerda que los policías invadieron el diminuto departamento moscovita sin decir una palabra y comenzaron a pesquisar por todos lados. Era evidente que buscaban algo. Pero, ¿qué? Despreciaban las prosas cuyas hojas iban cayendo al suelo hasta formar el más insólito y culto tapete bajo las botas de la antigua tcheka, rebautizada NKVD bajo Stalin. Leían velozmente los manuscritos que Nadejda conservaba en un baúl, un poco contra la voluntad de su marido que sostenía que tenía toda su poesía a inmejorable resguardo, es decir, en su cabeza. Pero los agentes no parecían satisfechos con lo que hallaban. ¿Qué les iba a importar la relación que Ósip Mandelstam se proponía explorar en unos poemas entre la dificultad de respirar, a causa de su enfermedad cardiaca, y el oxígeno liberador de la poesía? A las siete de la mañana se llevaron un montón de papeles junto con el poeta hasta la temible Lubianka, la sede moscovita de la policía secreta.
Anna Ajmátova le aconsejó a Nadedja no recoger las hojas que tapizaban el departamento y todavía registraban las huellas de la pesquisa nocturna. Las mujeres salieron un rato en busca de ayuda y a su regreso, oyeron que de nuevo tocaban la puerta. Uno de los agentes estaba de vuelta para una segunda pesquisa, lo cual daba a entender que lo que andaban buscando no se encontraba entre los papeles que se habían llevado unas horas antes, en la primera búsqueda. Ahora sabemos que iban en pos de un poema en particular, uno que aludía al “Judas de los pueblos futuros”, al “demonio sifilítico”, a la “mentira de seis dedos”, al “sirviente del diablo”, al “presidente de la peste”, al “descuartizador de campesinos”, al “ídolo de la montaña”, en pocas palabras: al todopoderoso Stalin. Pero el agente se fue con las manos vacías.
Ósip Mandelstam quedó prisionero de la NKVD durante unos quince días: lo sometieron a largos interrogatorios y lo privaron de sueño, lo alimentaron con comida salada sin darle de beber, lo encerraron en una celda con camisa de fuerza, todo esto por un poema que él nunca había escrito. Digo bien: escrito, porque el poema satírico contra Stalin, ése que los agentes en vano buscaban, lo había compuesto como solía componer toda su poesía: en su mente. Solía decir su poesía en voz alta como si esto fuera suficiente para darle existencia. Había recitado el poema contra Stalin a los amigos más cercanos, a los más confiables, pero, poco a poco, el círculo fue ensanchándose y oídos menos escrupulosos oyeron los versos de los labios de Mandelstam. Lo cierto es que el poema no existía en el papel, lo cual hubiese sido la prueba indiscutible y fehaciente del insulto a Stalin. Era, huelga recordarlo, el período del culto a la personalidad y Stalin era más intocable que Mahoma actualmente.
Nadedja no sólo puso a buen resguardo los manuscritos de su marido que habían quedado en el departamento, sino que movió cielo y tierra entre las autoridades soviéticas para liberar al poeta. Logró que Bujarin, miembro del comité central y director del periódico Izvestia, interviniera a favor de Mandelstam. Pero hay que precisar que Bukharin sólo se decidió a hacerlo porque no conocía el poema de Mandelstam y, por lo tanto, no podía estimar la gravedad de la situación. De lo contrario, no habría movido un dedo. En cambio, días antes del arresto, Boris Pasternak sí había oído el poema de marras de boca de Mandelstam, con quien se había cruzado en una calle de Moscú. El hecho de que conociera el tenor del poema hizo que trastabillara en sus respuestas a la llamada telefónica de Stalin quien pretendía cuestionarlo acerca del valor del poeta y de su obra. Lo que en realidad sucedía era que Boris Pasternak no sabía si Stalin había leído el poema y ésta fue la razón de su tartamudeo inicial. Aunque hasta hoy subsista la duda, lo más seguro es que Stalin tampoco lo había leído porque, de lo contrario, Ósip Mandelstam hubiera sido fusilado en el acto. Además, ¿cómo lo hubiera podido leer Stalin si el poema no era legible, pues, nunca había sido escrito? Todo parecía una comedia de enredos, una sucesión de quid pro quo, de diálogos de sordos en una ciudad colmada de oídos abiertos. El poema era sólo un rumor que el viento se había llevado, unos puros murmullos, apenas un puñado de palabras.
La prueba que el juez esgrimió en el interrogatorio final fue una copia del poema, escrita por la mano de algún oído delator, cuya identidad aún permanece desconocida. Ósip Mandelstam no negó la autoría del poema, aunque hubiera podido hacerlo, y lo firmó con su puño y letra al cabo de los días de maltrato por parte de los agentes de la NKVD. Pero, gracias a la intervención de Bukharin, Mandelstam no fue fusilado sino condenado a relegación en Siberia occidental y luego en Crimea, en la ciudad de Veronezh, donde pasó tres años junto con Nadejda.
La condena de Mandelstam constituye uno de los episodios más espeluznantes en la historia de las relaciones entre la literatura y el poder político. En efecto, ¿no resulta un dislate inaudito condenar a un poeta por un poema que nunca fue vertido al papel y nunca fue publicado, sino, a lo sumo, recitado a unas cuantas personas? Si hubiera habido un asomo de legalidad en el asunto, se hubiera podido argumentar que un poema no escrito es inexistente y nadie puede ser condenado por soplar unas palabras al viento. A partir de 1935, ningún redactor se atrevió a publicar los textos del poeta proscrito, lo cual confería a su obra un semblante más fantasmal aún en la medida en que ésta sólo seguía existiendo en su mente y, tiempo después, en la mente de Nadejda que la fue aprendiendo de memoria por temor a que se perdieran para siempre los manuscritos reconstruidos por el poeta a partir de su arresto.
Pese a todo, los años pasados en Veronezh fueron fructíferos por ráfagas consecutivas: allí Ósip Mandelstam escribió tres cuadernos de poesía que fueron reunidos y publicados póstumamente con el título de Cuadernos de Veronezh. Anna Ajmátova escribió después de una visita a los relegados del 5 al 11 de febrero de 1936: “Es sorprendente cómo el espacio, la inmensidad, la respiración profunda surgían en los poemas de Mandelstam precisamente en Veronezh, donde no estaba para nada libre.”[2] En marzo de 1936, la acmeísta igualmente perseguida escribió su célebre poema “Veronezh”, donde se lee: “Pero en el cuarto del poeta proscrito/ alternan su vigilancia la Musa y el miedo/ Y viene la noche/ que no tendrá aurora”.[3] Se sabe que durante ese período, Mandelstam solía leer un libro titulado: Poetas españoles y portugueses víctimas de la Inquisición, que se había publicado dos años antes en Leningrado. Le fascinaba un poeta judeoespañol que cada día componía un soneto en su cabeza y conservaba en su memoria los poemas concebidos durante su encarcelamiento. Entre la Inquisición y la URSS de Stalin, el tiempo no había pasado; tampoco las formas de resistencia. Sin embargo, Ósip Mandelstam no fue ningún héroe. Intentó suicidarse con una navaja Gillette que siempre conservaba oculta en la suela de su zapato, padeció alucinaciones y enloqueció de miedo, pero defendió como nadie lo que él mismo llamaba la “libertad silenciosa”, la libertad interior que le inspiró estos versos:
Privándome de los mares y del impulso y del ala,
dándole a mi pie el asiento de una tierra violenta,
¿qué obtuvieron? Brillante cálculo:
no me pudieron quitar estos labios que se mueven[4]
La pareja sobrevivió gracias al dinero que mandaban familiares y los pocos amigos que les quedaban. En enero de 1937 Mandelstam intentó escribir una “Oda a Stalin” para así tratar de salvar su vida y la de su compañera. Pero, según su biógrafo Ralph Dutli, “el resultado fue una oda de una ambigüedad extrema, que oscila entre una seudo loa pasada de tono, elementos paródicos e insultos disfrazados”. Por supuesto, fue vano intentar publicarla. Por lo demás, el cerco se estrechaba alrededor de Mandelstam, por inercia y también a causa de la ola de terror desatada por los grandes procesos de Moscú a partir de 1936. En abril de 1937, Mandelstam escribía a un amigo:
Lo dije: los que me condenaron tenían razón. Encontré un sentido histórico a todo esto. Trabajé hasta perder el aliento. Me aniquilaron por esto. Inventaron una tortura moral. Trabajé a pesar de todo. Renuncié a todo amor propio. Consideraba un milagro que se me permitiera trabajar. Consideraba toda nuestra vida como un milagro. En un año y medio, me he vuelto un inválido. Durante este mismo lapso, sin que yo cometiera ninguna falta, me lo prohibieron todo: el derecho a la vida, al trabajo, a los cuidados de salud. Estoy reducido a la condición de un perro, de un animal. Soy una sombra. No existo. Tengo un solo derecho: morir. A mi mujer y a mí, no están empujando al suicidio.[5]
En mayo de 1937, los Mandelstam regresaron a Moscú, pero el poeta no reconocía su ciudad. Algo había cambiado, que lo inquietaba pero que no podía calificar exactamente sino balbuceando: “Hasta la gente ha cambiado. Todos están… todos están, de alguna manera, …mancillados”. El término es inmejorable para calificar la atmósfera de espanto y de delaciones que reinaba en la URSS de esos años. Ósip Mandelstam cayó una vez más con la ola de arrestos provocada por el tercer gran proceso de Moscú. Estimaciones conservadoras indican que entre 1937 y 1938, alrededor de 4 millones de personas fueron detenidas o deportadas y que entre 600.000 y 800.000 fueron fusiladas. Esta vez le prohibieron residir en más de 70 ciudades de la URSS, incluyendo Veronezh, así como en la zona de cien kilómetros alrededor de Moscú. Refugiado en Kalinin, la madrugada del 2 de mayo de 1938, dos agentes llegaron a detenerlo. Años después, Nadejda se pregunta en sus Recuerdos:
¿Por qué no rompimos un cristal y saltamos por la ventana para dar libre curso a nuestro miedo irracional que nos hubiera hecho huir bajo la metralla hacia el bosque? ¿Por qué nos quedamos de pie, inmóviles, mirando a los soldados que hurgaban en nuestras cosas? ¿Por qué Mandelstam los siguió dócilmente, y por qué no me abalancé sobre ellos como una fiera salvaje? ¿Qué teníamos que perder? [6]
Mandelstam ya lo había entendido todo cuando había afirmado poco antes: “No destruyen solamente a individuos, también exterminan el pensamiento.” Tiempo antes, Diderot escribía: “On ne tue point les idées”, pero Stalin y sus esbirros pretendían lo contrario.
Lo que siguió fue una precipitación tan disparatada y dolosa como el comienzo del martirio. A principios de agosto de 1938, transfirieron a Ósip Mandelstam a la cárcel de Butyrki, en Moscú. Allí pasa un mes en una celda común con otros 300 presos, donde hay una enorme cuba para hacer las necesidades frente a todos. El aire hiede y, tanto de día como de noche, no cesan los gritos de los torturados ni los insultos de los torturadores. De allí, el 8 de septiembre de 1938 embarcan a Mandelstam en un tren hacia Vladivostok junto con 1770 presos. El tren corre de noche y no está permitido ver el paisaje de día. Hace frío y la comida es muy escasa. El tren llega a su destino el 12 de octubre, o sea más de un mes después de su partida. Ubican a Ósip Mandelstam en un campo de tránsito, en Vtoraïa Retchka, porque está demasiado débil para cumplir su condena de trabajos forzados en las minas cercanas. Poco a poco, deja de alimentarse, quizá también deja de componer poesía en su cabeza, y muere el 27 de diciembre de 1938, a los 47 años, de una crisis cardiaca al salir de una sala de desinfección con vapor de azufre, destinada a erradicar la epidemia de piojos que se había abatido en el campo.
Su cuerpo fue arrojado desnudo, con un número atado al dedo gordo del pie, a la fosa común del campo.
¡Y todo por un poema!… Pero Mandelstam, una vez en Veronezh, le había dicho a Anna Ajmátova: “La poesía es un poder, porque por ella, a uno lo matan”. Para Mandelstam no existía dualidad entre cuerpo mortal y alma inmortal, sino entre “cuerpo moribundo” y “boca pensante, inmortal”.
Si bien mataron a Mandelstam por un poema dicho al viento, como ya dije, su obra sobrevivió al viento del olvido gracias a la hazaña de Nadejda que aprendió de memoria sus textos y sus poemas. Después de enterarse de la muerte de su esposo porque le regresaron un paquete enviado al campo, Nadejda procuró volverse invisible, hacerse olvidar para salvaguardar el fuego de la obra. Siempre se negó a entregar los archivos del poeta al Estado soviético. En 1972, logró mandarlos de contrabando a París y en 1976, éstos fueron transferidos a los Estados Unidos, donde hasta la fecha permanecen en el departamento de manuscritos de la Universidad de Princeton. La rehabilitación definitiva de Mandelstam tuvo lugar hasta el 28 de octubre de 1987, en el marco de la “glasnost” iniciada por Gorbatchev. Nadejda murió el 29 de diciembre de 1980. Luego de su entierro que se convirtió en una suerte de homenaje espontáneo a Ósip Mandesltam, animado por unos jóvenes rusos rebeldes, hubo un almuerzo que congregó a unos cuantos amigos de la pareja. Uno de los comensales atestigua:
Sin previa concertación, uno tras otro, cada uno se levantó y recitó de memoria poemas de Mandelstam. Y ante los comensales estremecidos por estas recitaciones totalmente inesperadas, se irguió el poeta Ósip Mandelstam en su cabal estatura. Nunca hubo jamás retrato literario más inspirado. Era como un réquiem. Y ya no había muerto ni pena. ¡Qué fuerza increíble tiene la poesía![7]
Un día, Ósip Mandelstam le había confiado a Nadejda acerca de sus poemas: “La gente los salvaguardará. Y si no los salva, esto significa que nadie los necesita y que no valen nada.”
Para salvaguardar tan sólo un texto de Mandelstam, reproduzco aquí el famoso poema satírico a Stalin que le valió el vía crucis en los laberintos de la Lubianka y la crucifixión por vapor de azufre. Recurro a la traducción al español que realizó José Manuel Prieto y que publicó en la revista Letras libres, en su edición de mayo 2009. El escritor cubano acompañó su versión de unos comentarios muy valiosos para el desciframiento del poema:
Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,
y sus palabras como pesados martillos, certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas.
Entre una chusma de caciques de cuello extrafino
él juega con los favores de estas cuasipersonas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;
sólo él campea tonante y los tutea.
Como herraduras forja un decreto tras otro:
A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero
[en la ceja, al cuarto en el ojo.
Toda ejecución es para él un festejo
que alegra su amplio pecho de oseta.
-Texto publicado en Revista de la Universidad, núm. 106, diciembre 2012, pp. 29-32.
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*Es una reconocida ensayista, traductora y narradora francesa radicada en México desde 1978. Trabaja en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Notas
(1) Citado por Ralph Dutli, Mandelstam, mon temps, mon fauve, Traducción del alemán de Marion Graf, París, 2012, Le bruit du temps /La Dogana, p. 544.
(2) Ralph Dutli, op.cit., p. 434.
(3) Ibidem, p. 449.
(4) Ibidem, p. 443
(5) Ibidem, p. 476
(6) Ibidem, pp. 504-505.
(7) Ibidem, p. 541
Ralph Dutli, Mandelstam, mon temps, mon fauve, Traducción del alemán de Marion Graf, París, 2012, Le bruit du temps /La Dogana.
Nadejda Mandelstram, Contre tout espoir, traducción del ruso de Maya Minoustchine, París, 1972, Gallimard; Contra toda esperanza, Traducción de Lydia Kuper, Madrid, 2012, Acantilado.
Iliá Erenburg, Gentes, años, vida, Traducción de Marta Rebón, Madrid, 2014, Acantilado.