Tres poemas de La historia universal del etcétera
Obra ganadora del primer Premio internacional de poesía Vicente Huidobro
LA ESCRITURA DE DIOS
Fu Xi, el primer emperador chino, era mitad serpiente, mitad humano y mitad enigma.
Cuentan que su madre lo concibió al pisar la huella de un gigante,
tan grande como la lágrima de un pez.
Fu Xi nació de un huevo
así que desayunaba mariposas para aprender el arte del vuelo.
Pero le resultó inútil: las nubes dormían sobre el suelo
para no empañar las gafas de Dios.
Una leyenda, citada por Wang Jia, cuenta cómo Fu Xi descubrió
ocho trigramas sobre el caparazón de una tortuga que no paraba de llorar.
Se cree que de esos diagramas oraculares surgió la escritura.
La escritura de la pobreza migra descalza en la mirada de un guatemalteco.
La escritura de Wang Wei era el manantial de donde brotaba el rocío.
¿Pero cuál era la escritura de Dios?
Mi padre me contó que en su pueblo los panaderos no sabían escribir
pero cada mañana horneaban una nueva biblia de harina.
Tampoco mi abuela podría haberse carteado con Fu Xi
y mucho menos haber leído un tratado de melancolía,
ya que la pobre apenas sabía deletrear su nombre.
Mi abuelo sí que escribía, con una pluma de su espalda,
discursos para taxistas solitarios
(cuando dirigía el sindicato de chóferes)
pero eso no cuenta.
Fu Xi se volvería a morir
si se enterara que acaban de arrestar por “vandalismo”
a una niña de 11 años
por escribir su nombre en el cemento fresco de una acera.
Si estuviera viva mi abuela diría:
“Ahí lo tienes: esa es la escritura de Dios”.
LA SOLEDAD DE LAS CHICAS CANGREJO
Ver cómo le cambian el pañal a un niño o pasar la tarde con él
puede ser una insoportable experiencia filosófica,
me dijiste antes de soltarme esta frase:
“Todo el pensamiento del mundo pasaría por el simple ojo de una aguja”.
Dicen que algunos filósofos llevan tatuada esta frase en la espalda,
quizás algunas chicas cangrejo,
como aquellas que encienden las hornillas de su corazón
con la luz de tu soledad,
son las que se pasan las noches tatuando la espalda de marxistas
o de sofistas, lo mismo les da,
quizás mientras buscan entre las estrellas
alguna pregunta para sus miles de respuestas.
Cuando se trata del amor,
“la revelación más grande que podemos tener es un misterio”,
respondo, por decir algo.
A veces hasta un poema en muletas como éste
es una filosofada de mal gusto.
Quiero escribir algo que valga la pena
y lo primero que hago es tirar tus lágrimas por el retrete.
Pero lo peor de todo es que no sólo me pasa con la poesía,
sino hasta cuando busco las llaves de mi corazón bajo tu cama
y te encuentro a ti dormida con una camiseta de chico que no es mía.
Quisiera terminar este poema
(que aún no he empezado como quien que dice),
repitiéndote aquellas palabras
que me acaba de susurrar tu amiga, la estudiante de filosofía:
(que me acaba de pillar metiendo los bigotes en la leche de su sonrisa)
“El agua de mar es salada por las lágrimas de los peces”.
Ciertamente –me respondes–
pero a diferencia de los filósofos,
para un poeta
dar en el blanco consiste en irse por las ramas.
Las chicas cangrejo llevan razón:
la poesía no es más que venderles miel a las abejas.
PUZLE
Caroline recoge los sueños rotos de los árboles como si fueran suyos.
Sabe bien que un ángel no debe comer comida para aves
así que me los pone en las manos.
El milagro de ser dos peces
ha hecho que nos encontremos esta mañana dentro de una lágrima, que antes fue una gota de edulcorante.
Apenas despierta, Caroline coge una de las puntas del mar
y la extiende como una alfombra sobre el mundo.
El despertador se ha quedado dormido, pero no nos importa.
Lo que importa es desayunar juntos como los gatos: lamiéndonos las pecas.
Cada mañana el bus está lleno de pájaros —dice.
Los pájaros no sueñan, así que no existen —pienso yo.
Pero ella sabe que miento. Los pájaros están ahí porque ella está ahí.
Cambio de tema rápidamente. Hago el café.
Ella come crisantemos de luz mientras que el mundo rueda de sus manos.
Para nosotros la nostalgia es el pan recién horneado que alimenta a la abuela libélula.
El café (con leche sin lactosa)
es el único lenguaje que pueden entender los gatos
cuando descubren que también son peces libélula.
El sol ya ha salido de su huevo.
Un beso cae de una nube, como si fuese una pluma de ángel o de gallina.
¿Qué fue primero, el ángel o la gallina?
—me pregunta mientras saco mi corazón de la nevera y el queso para untar.
Aún hay 15 de tus lunares que no logro identificarlos con el infinito,
—digo, por responder algo.
Primero fue el infinito entonces —dice.
No, primero fueron tus lunares, —le respondo.
En ese mismo instante el amanecer le deja bajo la puerta un puñado de luz.
Tiene que marcharse ya, son las siete menos cuarto.
Caroline se saca el mandil con el que desayuna para no mancharse las alas
y un bosque se pone de rodillas ante una rana melancólica que creo que soy yo.
Luego se va al baño y se cepilla los dientes como Grace Kelly:
con polvo de estrellas.
Coge el bolso. Mejor dicho, mete hasta un paracaídas en su bolso y sale de casa.
Yo me quedo fregando las tazas hasta que despierto sobre la cama,
que no es una cama, sino un puzle de abrazos recién sembrados a punto de florecer.
Entonces descubro que Caroline aun duerme
y que yo soy un simple sueño que la mira
y que desaparece cada mañana cuando ella despierta.