

Presentamos tres textos claves del mítico poeta ruso en la versión al español de Jorge Bustamante García.
Nikolái Gumiliov
La palabra
En aquel tiempo, cuando sobre el nuevo mundo
Dios inclinó su rostro, la palabra
Era capaz de detener el sol
Y destruir ciudades.
Si la palabra navegaba por los aires
Como una llama rosa
El águila no agitaba sus alas
Ni las estrellas temerosas se quejaban a la luna.
Hubo días para la vida baja
La vida silvestre y cotidiana
Pues el precepto cuando es sabio abarca
Todos los matices de la razón.
El longevo profeta que ha conquistado
Para sí la maldad y la bondad
Dudando dirigirse al espíritu
Escribió la ley sobre la arena.
Hemos olvidado que de todas las zozobras humanas
Sólo la palabra se encuentra iluminada
Y que en el Evangelio de San Juan
Está escrito que la palabra es como Dios.
Los hombres le hemos impuesto fronteras
Límites indigentes y pobres
y cual abejas
Las palabras muertas huelen mal.
Me he burlado de mí mismo
Me he burlado de mí mismo
Me he engañado
Al pensar que en el mundo
Podría haber algo mejor que tú.
Vestida con tu ropa blanca
como el pelo de una diosa antigua
Sostienes una esfera cristalina
Entre tus dedos transparentes y tiernos
Y todos los océanos, todas las montañas,
Los arcángeles, la gente, las flores,
Todo se refleja
En tus ojos juveniles y diáfanos.
Es extraño pensar que en el mundo
Pueda haber algo mejor que tú.
Quizás yo no sea más que una canción
Inventándote en las noches insomnes.
Llevas tanta luz sobre tus hombros
Una luz tan cegadora
Que se forman largas llamas
Como dos alas doradas.
Mis lectores
Un viejo vagabundo en Addis-Abeba
Que ha conquistado muchas tribus,
Me envió con un lancero negro
Un mensaje hecho con mis propios versos.
Un teniente que ha dirigido decenas de combates,
Cierta vez en el mar del sur,
Bajo el fuego de baterías enemigas
Me leyó toda la noche mis versos.
Un hombre que entre la muchedumbre
Le disparó a un enviado del zar
Se acercó a darme la mano
Agradecido por mis versos.
Muchos de mis lectores son fuertes, perversos y alegres,
Asesinos de hombres y elefantes,
Pueden morir de sed en el desierto,
O congelarse al borde del eterno hielo;
Son leales a nuestro planeta
También alegre, fuerte y perverso,
Y llevan consigo mis libros en sus bolsas de viaje
Los leen en los palmares
O los olvidan en los barcos que naufragan.
Yo no ofendo a mis lectores con mis neurastenias,
Ni los vejo con mi ardor espiritual,
No los canso con insinuaciones serias
Cuyo fondo no vale la pena.
Pero cuando alrededor silban las balas,
Cuando las olas rompen la borda,
Les enseño con mis versos a no temer,
A no temer y hacer lo que corresponda.
Y cuando una mujer de rostro hermoso
Sintiéndose la más bella del universo
Les dice que ya no los ama,
Yo les enseño entonces a sonreír,
A marcharse para no regresar jamás.
Y cuando llegue a mis lectores su última hora,
Una bruma roja y exacta cubrirá sus miradas,
Entonces les enseñaré a recordar
La vida cruel y bondadosa,
La tierra ajena y natal
Y les mostraré cómo comparecer ante Dios
Con palabras sencillas y sabias
Y a esperar de él, tranquilamente, su juicio.