Nicasio Urbina

Hemos visto

 

 

  

 

Me interpongo

A Alvarito Conrado

Llevo el agua, en mis piernas

el agua, no es la lluvia,

es el grito ensordecido del lamento,

es el agua,

es el desierto de la vida y de la muerte,

Es el grito en la mochila

y el zapato.

 

Ella me ama, pero yo

deseo el agua.

 

Gritan todos, gritan

sin saber cuál es el tiempo.

 

Muertos, muertos, muertos…

 

Aquí no ha muerto nadie.

Todos hemos vivido en el silencio.

 

Es solo una vocación la que te espera,

un amasijo de músculos timbrantes,

el bíceps y el hipotálamo

se confunden,

y siempre hay un alma que los tienta.

 

Esta es fácil correría,

orgías de leyes me condenan.

La moto que me lleva me tortura,

me repele el ruido, la caricia, el firmamento.

No soy yo, sino mi sombra.

 

Agua, agua, agua…

 

Me duele la señora y sus anillos,

la médula espinal de la tortura,

la rótula, el árbol de hojalata,

y la estúpida función del organismo.

 

Heme aquí, al final de este

pasillo indefinido,

luchando por mis lagos y volcanes,

por la tierra que nos quitan,

la tortilla y el frijol complementario.

 

Me duele respirar y me interpongo.

(Cincinnati, junio 2020)

 

 

 

 

Hemos visto

 

Hemos visto tanta muerte,

tanta represión,

tanta vida segada por la voluntad de un tirano.

Hemos visto las palmeras doblarse en dos

Hemos visto los cuatro puntos cardinales

teñirse de sangre,

hemos visto siete plagas cubrir

el territorio nacional.

Hemos visto tantas cosas

que hemos de sacarnos los ojos

para que no mires cada período de la historia,

cada lustro cargado de sangre,

el asesinato de los campesinos en las montañas

la muerte de los estudiantes en las calles

de las madres humilladas,

de las muchachas violadas.

Hemos visto tantas cosas que

la ceguera sería una bendición.

(Cincinnati, enero 2020)

 

 

 

 

Pido que mi cuerpo

A Darwin Urbina

Pido que mi cuerpo

lo envuelvan en celofán,

que lo pongan a airear

en la ladera del volcán,

que dejen que los pájaros, las ardillas

y los venados lo huelan y lo mordisqueen.

Pido que mi cuerpo lo paseen por las avenidas,

que lo exhiban en las rotondas,

que lo hagan público en los mercados y en el malecón,

para que la gente pueda ver los límites del sufrimiento,

para que la luna se refleje en mis llagas,

en los orificios profundos de las balas,

en las heridas que me dejaron las noches de tortura.

Pido que mi cuerpo no lo entierren en el cementerio

para que no quede olvidado entre lápidas y epitafios.

Pido que siga siendo testimonio de esta horrible pesadilla

que la dictadura ha impuesto a Nicaragua.

(Cincinnati, enero 2020)

 

 

 

El incendio

 

Las hienas llegaron en la madrugada

con los ojos encendidos y las fauces abiertas.

Entraron a la ciudad tirando piedras,

disparando insultos,

cortando los malinches y los sacuanjoches.

Todas las puertas permanecieron cerradas

y sólo los más audaces miraban por las celosías.

La luna se metió, los guapotes se refugiaron

en las profundidades del lago.

Toda la noche se oyó alaridos estremecedores,

llamas como lenguas iluminaron el cielo,

y al amanecer grandes columnas de humo

se levantaban en el centro de la ciudad.

“Son pandillas y paramilitares” -dijo alguien,

y las avispas se escondieron en sus panales.

Toda la mañana continuó la lucha.

Fuertes detonaciones perforaban el aire,

balazos, disparos, ráfagas,

se oían por el lado de los tranques.

“Santo Dios” -dijo una señora

cuando vio que le pegaban fuego a la Alcaldía.

Vio llegar una hilux con tanques de gas butano

y regaron gasolina en las puertas y ventanas.

Las llamas pronto se ensañaron con las vigas.

Ciento cincuenta años de historia recordaban

esos muros: el archivo,

el registro del estado civil de las personas,

los acuerdos de cooperación,

los decretos municipales.

Todo fue consumido por las llamas

en aquella tarde aciaga,

por órdenes de la dictadora

que en su cubil se reía con las hienas.

(Cincinnati, junio 2019)

 

 

 

El deseo

 

Nada es más importante que el deseo:

ni la vana angustia ni el poder protervo

te muestran las entrañas de la vida:

solo el deseo puede hacerlo.

Infinito en su dimensión, imposible

de alcanzar, insaciable,

el deseo es el alma del humano.

Siempre constante en su presencia,

animal agónico e inmortal,

el deseo nos llena y nos perturba.

Nada se sustrae a sus encantos:

ni la teología ni la metafísica

están libres de la flor indecible del deseo.

Lo carnal es sólo el rostro, la profunda

voluntad domina más la mente y el espíritu:

es ahí donde radica su poder.

Para qué negarlo…, mientras más lo evites

más fuerte y más profundo es su llamado.

Para qué seguirlo si nunca lograrás la plenitud.

Nada te consuela sino el deseo mismo.

Como una llama eterna se consume

en sí y se alimenta:

la vida es producto de esa llama,

y como fuego eterno nunca deja de quemarte.

No hay otra respuesta posible:

entrégate y sustráete al deseo.

(Granada, febrero 2007)

Nicasio Urbina Escritor, catedrático y crítico nicaragüense. Nació en Buenos Aires, Argentina en 1958. Es profesor de literatura hispanoamericana de la ... LEER MÁS DEL AUTOR