Epigramas
Lo que se hereda no se hurta
Un siglo después de que Homero cantara su Ilíada
el mordaz epigrama vio la luz,
inspirado en sus celebraciones más altas
pero buscando el lado oscuro de la fiesta;
debilidades y fallas destilan
en este ingenio lapidario,
que bien pudo derivar
de la certeza de los epítetos.
Círculos concéntricos
En noches de juerga fuiste capaz de buscar a la ligera Apronenia,
traicionando a Cintia, tu esposa, con su amiga;
así, Amiano, a tus jóvenes hijos hallarás en antros
cazando droga
como si fuera oxígeno
pues el aire que en casa se respira, envenena.
Manumisión
Dices que Drusio, tu esposo, perdió los dientes
a causa de esa droga llamada cristal;
también ha perdido el juicio,
encerrado en su cuarto a todas horas,
pendiente solo del suministro y el pago.
Y te lo ha hecho perder a ti, Drusila,
llamándote perra, flor de puta, insaciable
depredadora de sus bienes,
como te exhibe ante propios y extraños.
Ahora hablas y caminas sin rumbo
y ni escuchas ni paras.
Si en vez de dispendiar en lujos
y usar ese apellido
volvieras a tu puesto de cajera en el banco,
barata pagarías tu libertad.
De retórica y poética
a Julio Ortega
No hay palabra que no esté en el diccionario.
Los vicios del poema dejan de serlo
si son verificados en su retórica.
Las inversiones del retruécano
se tornan, a punto de sutura,
lisas superficies del verbo.
Puedes levantar monumentos con la hipérbole,
monstruos con el oxímoron,
acicatear con la ironía,
evitar excesos y lugares comunes,
pero la poesía,
una vez que aparece,
no conoce de regla ni ley que detengan
la fuerza de su paso.
Ayer despedimos a Kyria Laurentia
Ha muerto Kyria Laurentia, matrona de severa viudez,
ejemplo de rectitud y dones.
Después de las honras el cortejo tomó la ruta del cementerio.
Incontenible era el llanto de Zephas, el menor de sus hijos,
a quien todos vinculan con el narco.
—Ha de estar arrepentido del negocio.
—Hizo sufrir mucho a su madre.
—Míralo, cómo llora.
Seguimos hasta enterrar el cuerpo.
Si esta desgracia no hubiese acontecido,
el nuevo capo
no tendría que derramar tanta lágrima
a la sombra de su madre
como dinero dilapida
por los favores de las mujeres
que en el camino encuentra.
Latomías del Topo Chico y Apodaca
En Siracusa se plantó la semilla que,
cerca de tres mil años después,
germinó en campos de concentración:
dejaban morir a los reos.
Aquí no tenemos esclavos
pero las cárceles se han transformado en letrinas infectas.
Antes, dos niños por año,
hoy nacen ciento treinta criaturas en cautiverio.
Inventaron un túnel,
aseguraron una fuga de presos
que solo era una treta para eliminar al joven director.
En las cárceles del Topo Chico y Apodaca,
desde el lujo de sus celdas,
los capos controlan
drogas, mujeres y venganzas;
deciden cómo y cuándo
el resto de los reclusos
y todos nosotros
habremos de morir.
La litera de Claudia es detenida ante el paso de las masas
¡Esta aberrante multitud,
esta imprevista marcha que obstaculiza mi paso!
Ojalá mi hermano
volviera del Hades y estuviera aquí
para ordenar una leva
y así limpiar
nuevamente
las calles de Iguala.
43 d. C.
Desde su trono, Herodes pide superar el duelo,
viste Gucci, posa con Herodías, su bella mujer,
y los hijos que ha engendrado cada uno por su cuenta.
La fotografía los muestra altivos y radiantes;
en joyas, vestuario y maquillaje
dispendian el erario público
mientras el pueblo,
entre los basurales,
busca el cadáver de sus hijos.
Catulo en los confines de la guerra del narco
a la memoria de Antonio Cisneros
Con su cuerno de chivo en la patrulla blindada
avanza contra legiones de narcos y bandidos;
en esa troca, con su chaleco antibalas,
no teme a los mil carros de combate.
Pero, valiente Catulo,
si mis ojos alcanzan tus pupilas
nada serás sino
el sobreviviente herido y sin caballo
que las fieras se rifan
cuando llega la noche.
El acto de caer
Una caída siempre obliga a las cavilaciones.
Si el golpe deriva en fractura
se requiere reposo y mucha materia gris
para aquilatar los pasos por andar,
y, sobre todo,
reconstruir en la imaginación
lo que mente alguna hubiera deseado:
la forma en que nosotros mismos
nos metemos el pie
para caer,
como si solo así, en la caída,
tuviéramos la dicha de contemplar el cielo.