Miguel Ildefonso

Noviembre y otros textos

 

 

Una Llave (Novela Resumida)

En una llave hay muchas casas
pero en esta ninguna
te pregunto cómo estás
y no estás
hay recibos que pagar
viajes que cancelar
pero no hay ventana
no hay cama
¿cuántos años que no nos veíamos?
entro a la sala
voy a la cocina
hoy tenemos invitados
dejamos todo listo
la mesa
la música
pero nadie viene
debiste sacar copias de la llave
me dices
mientras yo busco la puerta
al oír un auto que se estaciona
no sé cuántos años han pasado
te digo
creo que ninguno
solo he visto a nuestros amigos
siempre fuera de casa
ellos preguntaban por mí
nunca por ti
solo yo preguntaba por ti
en la habitación
en la biblioteca
¿si hacemos el amor?
te pregunto
pero estás solo Miguel
me respondes
voy al banco
saco todo
subo al avión
apunta el número de vuelo
la aerolínea
la hora de llegada
nos abrazaremos
llorarás porque me voy otra vez
nos conoceremos
perderé la llave de la casa
perderé a nuestros amigos
haremos el amor
antes de reencontrarnos
y te dejaré esta nota
debajo de la puerta

De Los Poemas Oscuros de Amor

 

 

José María

José María venía en bus por la Oroya a Lima.
En sus audífonos escuchaba a Lou Reed.
Afuera, los cerros mojados, la lluvia entrándole por el hueco de la bala.
Esa mezcla de Perfect Day con la caída de la lluvia puso nostalgia
a la visión cristalina de la ventana.
Recordó entonces cuando chiquillo dormía sobre los pellejos,
aprendió el quechua, canciones más tristes todavía que las de Lou.
Los cerros con sus minas ya no eran moradas de mitos.
Cerros como tumbas de Huarochirí y humo que salía de las chimeneas.
Un tren fantasma entró a un viejo túnel,
la lluvia sepia como las cuerdas de un arpa le cosquilleaba el hueco de la bala.
Entonces se preguntó si en cincuenta años todavía existiría este país.
Esta idea lo avergonzó, puso otra canción, algo de Pastorita,
y casi el empezar a dar vueltas en torno a ello quedó dormido.
La carretera daba curvas, lo acurrucaba.
Oye niño – le dijeron – regresa a casa.
Pero su madre murió. Niño, esta no es tu lengua. Pero él cantaba en el bus:
Aun no veo el cerro de mi pueblo,
soy un forastero,
soy un alma que vaga junto a un río.
Tengo un revólver al cinto.
Mi corazón, una tinya, un charango y una quena.
Ay mi corazón se lo llevó el río
y aun no veo el cerro de mi pueblo.
José María cantaba en quechua con su guitarra de palo, pero adentro,
en las entrañas de su voz, los danzantes ya contaban sus pasos.
La muerte – es una herida que se lleva desde el nacimiento
la muerte – es un alma que acompaña: una nostalgia, un país.
El niño que cantaba en el río llamaba a su madre para que lo salve.
Ese niño tenía miedo que se lleven su corazón,
que en cincuenta años nadie cante sus canciones en quechua.
Porque el país tenía montañas y cargamentos que llegaban a los puertos,
lo saqueaban todo, se lo llevaban todo.
Ese paisaje de perros famélicos que anunciaba la entrada a la ciudad
iba mezclando la muy dulce melodía de su voz con el fuerte sonido de una bala.
Sus amigos lo querían, pero el resto no entendía el quechua,
ni quería entenderlo. Cosas de serranos, decían ellos,
ellos que hoy publican sus libros, lo estudian, lo celebran.
José María, el día que pusiste la pistola en ti
alguien tocaba su violín en las alturas de Andahuaylas.
Ellos esperaban que lo hicieras para hacer de ti una leyenda:
la gran leyenda cultural del país. Ellos que escupían en tus cantos.
Con una mano cogiste el arma: yo nacía cuando te despedías.
Tres días antes cantaste en una reunión con amigos.
Alguien grabó tu voz y aquella grabación fue una burla a la muerte
que siempre te asechó.
Fue tu victoria sobre una prole de intelectuales.
Un día antes fuiste a La Parada a comprar discos de huaynos,
nos emborrachamos escuchando a Jilguero.
Nos vemos mañana, tú naces, yo muero, cantabas.
Habrías tenido un flash back, tu infancia entre los indios,
una clase en la Universidad o algo como una retama
que al comienzo te hiciera dudar,
pero que luego más bien te impulsara con una fuerza irrefrenable.
José María, una mujer canta en la esquina de mi calle,
viene de Ayacucho. ¿Estaré yo en su canto?
¿Estarán mis poemas en la palma de esa mano de barro?
José María, tú cantabas en quechua un rock en el fondo de mi tumba.
Yo escribo esto para cantar en ti.

De Dantes

 

 

Mamá llevaba siete corazones
y un sol cuando la conocí.

Esto sucedió por el año 1970, tres años más quizás.
Mamá tenía brazos blandos, suaves y fuertes.

En su fortaleza, poco a poco, fuí escudriñando.

Mamá enseñaba.
Ella me enseñó a oír el silencio de las estrellas.

Un día ella me golpeó en la cara, junto a la nariz.
Obviamente, yo Yoré.
Pero aprendí que la vida es un largo camino
hacia la contemplación.

Mamá me hablaba de un pueblo pasado.
Las historias las iba tejiendo como un manto
que nos iba cubriendo en los inviernos.

El tiempo pasado no tenía un monumento
en la plaza del pueblo.
Pero los niños hacían figuras
con el barro arcilloso del río.
Mamá nos hizo de ese barro, y nos dejó volar
hacia el pasado muchas veces.

¿Qué diría ella, ahora
que me encuentro lejos de todo
y he perdido las alas?

Mamá me llevaba a la feria.
Yo Yoraba de todo.
Por eso ella me llevaba a jugar con los niños
que no lloraban.

Una tarde me perdí entre los cajones de frutas.
Pasé la barrera de los pájaros.
Yo escuchaba un tema de los Beatles.
Me perdí entre los mendigos.

Cuando estaba a punto de salirme de mi cuerpo
oí la voz de mamá.
Me sujetó de una mano. Y camino a casa,
yo comprendí que bajo la luz del mundo
no había nada que temer.

Vamos al sol, decía.
O si no, de noche, vamos a tomar aire.
El tiempo pasado ya estaba escrito en las estrellas.
Y la casa crecía mientras subíamos a la azotea.

Pasaron años.
Muchas explosiones veíamos desde la azotea.

Madre, déjame ver las explosiones, le decía.
Si vas, hijo, se apagará la luz en un segundo.
Madre, si no voy la luz me enceguecerá.
Pero si vas, tal vez ya no querrás volver.

Mamá lloró en sus siete corazones.
Por cada corazón un Ave María.

El tiempo pasado se apoderó del presente.
Los niños que no lloraban ya no jugaban en la feria.
Tiempo después ya no hubo feria tampoco.

Mamá trataba de hallarme desde la azotea.
Con tanto ruido yo no podía oír su voz.
Perdí la luz.
Perdí el camino.

Por eso ahora escribo este poema.

De Las Ciudades Fantasmas

 

 

Noviembre

En qué dirección va el viento
esta tarde de noviembre
subo y bajo de la azotea
y miro los cerros alrededor
miro las casas más lejanas
miro las paredes de mi cuarto
no sé adónde va la tierra
y su nave la Vía Láctea
y su cuarto el Universo
y el cosmos entero
que se encoje y se expande
como mi aturdido corazón
esta tarde de noviembre
escribiendo y dejando de escribir
oyendo la radio
música clásica y los ladridos
de los perros prisioneros
como los agujeros negros
o las estrellas vírgenes de Hollywood
¿en qué dirección vive Scarlett Johansson?
¿a dónde se va a peinar?
¿dónde compra el pan en tardes como esta?
qué me diría si le digo
que la otra noche soñé con ella
que vivíamos ella y yo en un planeta ubicado
en Andrómeda
y éramos allí como Adán y Eva
solo que no teníamos
a ningún dios que nos echara de ese paraíso
lo malo era que nos aburríamos
viendo televisión
qué diría ella con esos labios sensuales
carnoso rojos intensos
y sus risueños ojos herederos
de Marilyn Monroe
quizás le ofendería la parte
en que nos aburríamos allá
pero era solo un sueño
y eso es algo que se puede mejorar
sigo aquí
en este planeta azul
sigo garabateando papeles blancos
subo y bajo de la azotea
¿qué hora es?
¿vivir es un viaje hacia la muerte?¿morir es la desaparición
de esta escritura que empezó con Góngora?
somos polvo cósmico
mas polvo enamorado cósmico
soñé con Scarlett Johansson
divisé en la azotea
los cerros las casas lejanas
las vidas allí diseñadas
por las grandes constructoras
algún día el sol nos abrazará
como dios
como el amor de dios
el instinto asesino dejará de ser instinto
dejará de ser asesino
no habrá que matar
no habrá quien mate
Caín y Abel se borrarán de nuestras culpas
y de todas las biblias
en todas las lenguas publicadas
no sé definitivamente
y nunca sabré
a dónde va este viento de noviembre
no tengo nombre
no tengo cuerpo ni espíritu
soy esta tinta manchada que fluye
desde el filo de estos papeles
¿todo esto es una ficción?
¿una película de Woody Allen?
¿una novela de Paul Auster?
si los perros dejaran de ladrar
si dejara de tener sueños húmedos
¿se acabaría la poesía?
Scarlett
nunca diré que hubo noches
que te adoré con locura
nadie sabrá que en tus brazos
borracho de amor
me quedé dormido

De El Hombre Elefante y Otros Poemas

Miguel Ildefonso (Lima-Perú, 1970). Licenciado en Lingüística y Literatura en la Universidad Católica del Perú. Hizo una Maestría en Creative Writing e ... LEER MÁS DEL AUTOR