Meira Delmar

Huésped sin sombra

 

 

 

 

 

Este amor

 

Como ir casi juntos

pero no juntos,

como

caminar paso a paso

y entre los dos un muro

de cristal,

como el viento

del Sur que si se nombra

¡Viento del Sur! parece

que se va con su nombre,

este amor.

 

Como el río que une

con sus manos de agua

las orillas que aparta,

como el tiempo también,

como la vida,

que nos huyen viviéndonos,

dejándonos

cada vez menos nuestros

y más suyos,

este amor.

 

Como decir mañana

y estar pensando nunca,

como saber que vamos

hacia ninguna parte

y sin embargo nada

podría detenernos,

como la mansedumbre

del mar, que es el anverso

de ocultas tempestades,

este amor.

 

Este

desesperado amor.

 

 

 

 

El recuerdo

 

Este día con aire de paloma

será después recuerdo.

 

Me llenaré de él

como de vino un ánfora,

para beberlo a sorbos cuando quiera

recuperar su aroma.

 

Antes que vuele hacia el ocaso, antes

de ver cómo se pierde entre la noche.

 

 

 

 

El llamado

 

Tú estarás lejos.

 

Yo dejaré la vida

como un ramo de rosas

que se abandona para

proseguir el camino,

y emprenderé la muerte.

 

Detrás de mí, siguiéndome,

irán todas las cosas

amadas, el silencio

que nos uniera, el arduo

amor que nunca pudo

vencer el tiempo, el roce

de tus manos, las tardes

junto al mar, tus palabras.

 

Si donde estés tú oyes

que alguna voz te nombra,

seré yo que en el viaje

te recuerdo.

 

 

 

 

Huésped sin sombra

 

Nada deja mi paso por la tierra.

En el momento del callado viaje

he de llevar lo que al nacer me traje:

el rostro en paz y el corazón en guerra.

 

Ninguna voz repetirá la mía

de nostálgico ardor y fiel asombro.

La voz estremecida con que nombro

el mar, la rosa, la melancolía.

 

No volverán mis ojos renacidos

de la noche a la vida siempre ilesa,

a beber como un vino la belleza

de los mágicos cielos encendidos.

 

Esta sangre sedienta de hermosura

por otras venas no será cobrada.

No habrá manos que tomen, de pasada,

la viva antorcha que en mis manos dura.

 

Ni frente que mi sueño mutilado

recoja y cumpla victoriosamente.

Conjuga mi existir tiempo presente

sin futuro después de su pasado.

 

Término de mí misma, me rodeo

con el anillo cegador del canto.

Vana marea de pasión y llanto

en mí naufraga cuanto miro y creo.

 

A nadie doy mi soledad. Conmigo

vuelve a la orilla del pavor, ignota.

Mido en silencio la final derrota.

Tiemblo del día. Pero no lo digo.

 

 

 

 

La ausencia

 

Se me perdió tu huella.

Un viento

huracanado y frío la borró del sendero,

dejándonos los pasos

sin rumbo alguno ahora,

sin saber hacia dónde

orientar el destino.

 

En torno de esta inmensa

soledad gira y gira

el desmedido anillo

del horizonte en vano.

 

Me llaman los caminos

pero no los encuentro:

tu voz, mi rosa náutica,

mi rosa de los vientos,

se me apagó en la noche.

 

 

 

 

La hoguera

 

Esta es, amor, la rosa que me diste

el día en que los dioses nos hablaron.

Las palabras ardieron y callaron.

La rosa a la ceniza se resiste.

 

Todavía las horas me reviste

de su fiel esplendor. Que no tocaron

su cuerpo las tormentas que asolaron

mi mundo y todo cuanto en él existe.

 

Si cruzas otra vez junto a mi vida

hallará tu mirada sorprendida

una hoguera de extraño poderío.

 

Será la rosa que morir no sabe,

y que al paso del tiempo ya no cabe

con su fulgor dentro del pecho mío.

 

 

 

 

Muerte mía

 

“La muerte no es quedarme

con las manos ancladas

como barcos inútiles

a mis propias orillas,

ni tener en los ojos,

tras la sombra del párpado

el último paisaje

hundiéndose en sí mismo.

 

La muerte no es sentirme

fija en la tierra oscura

mientras mueve la noche

su gajo de luceros,

y mueve el mar profundo

las naves y los peces,

y el viento mueve estíos,

otoños, primaveras.

¡Otra cosa es la muerte!

 

Decir tu nombre una

y otra vez en la niebla

sin que tornes el rostro

a mi rostro, es la muerte.

Y estar de ti lejana

cuando dices “La tarde

vuela sobre las rosas

como un ala de oro

 

La muerte es ir borrando

caminos de regreso

y llegar con mis lágrimas

a un país sin nosotros

y es saber qué pregunta

mi corazón en vano

por tu melancolía.

 

¡Otra cosa es la muerte!

 

 

 

 

Nueva presencia

 

Venías de tan lejos como de algún recuerdo.

 

Nada dijiste. Nada. Me miraste a los ojos.

y algo en mí, sin olvido, te fue reconociendo.

 

Desde una azul distancia me caminó las venas

una antigua memoria de palabras y besos,

 

y del fondo de un vago país entre la niebla

retornaron canciones oídas en el sueño.

 

Mi corazón, temblando, te llamó por tu nombre.

Tú dijiste mi nombre… Y se detuvo el tiempo.

 

La tarde reclinaba su frente pensativa

en las trémulas manos de los lirios abiertos,

 

y a través de las nubes los pájaros errantes

abrían sobre el campo la página del vuelo.

 

Con los hombres cargados de frutos y palomas

interminablemente pasaba el mismo viento,

 

Y en el instante claro de los bronces mi alma,

llena de ángelus, era como un sitio del cielo.

 

Una vez, antes, antes, yo te había perdido.

En la noche de estrellas, o en el alma de un verso.

 

Una vez. No sé donde… Y el amor fue tan sólo

encontrarte de nuevo.

 

 

 

 

Otra presencia

 

Ahora estamos unidos

para siempre.

 

No importa que te hayas

marchado,

que la puerta

no se abra más

para esperar tus pasos,

ni importa que en las manos

que me encuentran

no me rocen las tuyas.

 

Andas conmigo,

vas, vienes a mi lado,

y miras con mis ojos

derramarse en el mar

el ocaso.

Oyes el viento en la noche

cuando pasa estremeciendo

las ventanas,

Y me sigues constante

por la oscura comarca

del insomnio.

 

Revestida de ausencia

tu perdida presencia

me acompaña.

 

Meira Delmar Poeta colombiana nacida en Barranquilla en 1921, cuyo verdadero nombre fue Olga Chams Eljach. Hija de padres oriundos de Líbano, Medio Orie ... LEER MÁS DEL AUTOR