Mayra Oyuela

El agua de mi cuerpo se ha evaporado

 

 

 

Que el agua se lleve
la deshumanización de estos años
la ausencia
la garganta de los monstruos
que besé en mi inquietud.
Que venga y lave
los dientes de la infancia perdida
los restos de uñas
la impaciencia.
Que humedezca los cúmulos del dolor
que derribe la arena de mis tendones
que deje envejecer los pasos de mi memoria
y permita entrar un silbido de viento aterido
un viento que pase besando
las flores marchitas de los sepulcros.

Que el agua haga grafías de pequeños milagros
que roce mis manos
y las cuencas vacías de mis ojos vencidos.

Que el agua corte de un tajo
el ejercicio de la distancia
que sea un agua ciega la que engendre
muertos distraídos por una flor
que aún no acaba de morder un espasmo de luz.

Que sea esta agua daltónica la que venza la muerte
la que impetuosamente
haga bibliografías de las aceras donde morí.

Un agua con náuseas
preñada por la clepsidra de un tiempo húmedo.
Un agua que no sepa de burbujas
que no sepa de soledad.
Una que entienda que acá
nunca nada sobró.

Un agua que se desvista y al girar los ojos
pueda rondar la fibra de mis huesos
la decadencia de mis vestidos náufragos
la estupidez de sentirme viva
devastando la cordillera de la inmensidad.

Un agua que me quiera ahogar
una que habite la casa que deambulé
sin saber bien por qué.
Un agua que trágicamente hice mía
en una fiebre que deslumbró mis pasos
y marcó líneas distintas en mis pies.

Un agua que sepa beber de un sol baldío
que tenga hambre de sangre honda
la menos bella de todas las sangres
la menos trillada de todas las sangres
la más imperfecta
la más desnuda
la más rebelde.

 

 

 

Toco el fondo del agua.
Hundido está en este vaso
todo mi ser.
La verdad está arrepentida
Abatida la verdad
como una máquina de pájaros moribundos
que atraviesan mi sombra.

He tocado el fondo del agua
lo he hecho.
Un bosque enfermo de lluvia negra son los recuerdos
un viento que silba muerte
un huracán oscurecido de arena son los recuerdos.
Reinos giratorios
golpean el infinito cuerpo proscrito del polvo.
Y me embosca un espasmo
me embosca un ciclón.

Y nadie
absolutamente nadie
puede argumentar
que este sol hundido en mi pecho le pertenece.
Corrupto está mi amor
entre la tristeza y el olvido.

He tocado el fondo del agua
la fiebre profunda de un maremoto
atraviesa mi sombra
una máquina de pájaros moribundos.

 

 

 

A: Berta Cáceres

«y olvido el agua del primer instante»
Ahmad Al-Shahawy

 

En mí las aguas que recorren la ciudad:
agua subterránea
etérea
agua que desdibuja el paso de las gaviotas.
Agua eterna que labra la roca
difusa
agua que rompe en aguas.
Dramática agua
que come polvo
y recorre espaldas.
Agua que tatúa flores en las manos
desbordada.
Agua que limpia el barro de mis botas.
Acá toda el agua:
agua de miedos
de ahogos
de tinieblas.
Agua que aniquila
y bebe de sí misma
agua simplemente
agua viva o muerta
Agua Zarca
Agua que sangra agua.

 

 

 

El agua de mi cuerpo se ha evaporado
ese peso de angustiosa levedad
desagua la fe de mis instintos.
Ahora
mi memoria recorre
la hendidura de este destrozo.
Tibia deshiela el iceberg de la plenitud
inunda alcobas
enmudece lo pretérito del polvo.

(Ningún resquicio de su forma es imperfecto.)

El agua va bordando un vestido de organdí
en mis entrañas.
Ingrávida va delineando
los contornos de mis huesos huecos.

La vida se prolonga destilada
desde el nacimiento de un agua
que no he de beber.

No he dejado de sentir la ruina del ruido
que humedece las cortinas de hastío
las flotantes palabras que nunca se dijeron
y hoy reman las paredes de esta madrugada.

Una paloma bebe de unos cóncavos ojos
que nunca más mirarán las tinieblas del horror.
Esta agua engendra orquestas de liras
y seduce con su rumor de río
a las piedras más hostiles
del volcán que evapora el centro de este infierno.

No me alcanza el agua del dolor.

El dolor es un niño indefenso que la penumbra dibujó
y yo lo saco a pasear todos los lunes al mediodía.

 

 

 

Vi a una mujer emerger de la piedra
vi a la piedra emerger de la mujer
vi su furia de tierra
su fuga de arena
su derrame de viento nostálgico.
Vi la distancia entre ambas
el abismo de los siglos
la mueca torcida en el golpe seco
de los confines.
Vi la tribulación
lo cíclico de un mundo brotado de la tierra.
Pero la piedra que brota de una mujer
sabe vencer las masas de tiempo que la acongojan
sabe lijar la fe del agua que labra la hendidura.
Para que sangre la piedra
primero debe sangrar la mujer
para que sangre la mujer
primero debe comer de la tierra
su partícula más imperfecta
y así parir hombres húmedos
que surjan de su polvo.

 

 

Hay un mundo sordo,
hay una grieta
por la que los muertos
traspasan la frontera.
Tomas Tranströmer

No temas.
El olor de tu ropa atrae muertos.
Este mundo es una gran casa a solas
donde los caídos deambulan hurgando en las prendas
aman el olor del ser que persiste en ellas
hunden sus manos en el tejido más profundo
dejando rastros que nunca lava el tiempo.

Hay muertos que beben del fondo de cada vaso
hilvanan camisas de piel muerta
edifican recuerdos con cabellos sujetos a las cerdas del cepillo
y besan las huellas dactilares que dejamos marcadas en los cerrojos.

«Hay muertos que viajan como equipaje de otros muertos.»

Son la caricia de un escalofrió al cerrar la puerta
son la exhalación de un ángel congelado
son esa angustia que no sabemos explicar.

No temas.
Siempre hay una primera vez
habrá que lavar toda la ropa
incluso la de tus muertos.

 

 

 

Cuando la cima queda en el fondo del mar
y el fondo es la cúspide de un universo oculto
que apenas emerge
porque este mundo de paradojas
asemeja la cima de un hombre
que escala a la inversa de otro que se hunde.
Porque la muerte de un hombre
no es sólo la muerte de uno, sino la muerte de todos los hombres.
Porque vivir es la causa
porque en paralelo vamos
dos que se buscan
y están de frente sin verse.
Dos corrientes que en mutuo acuerdo de silencio van
una gota que ronda el cielo
y otra que roza al suelo.
Y el centro de la vida es un árbol a la orilla de un río
donde las tristezas nunca se sabe
sin son más hondas en sus raíces o en su reflejo.

Mayra Oyuela (Tegucigalpa, Honduras, 1982). Poeta, gestora cultural,  ex miembro fundador del colectivo País poesible y Artistas en Resistencia. Actual ... LEER MÁS DEL AUTOR