Mario Bojórquez

Diván de Mouraria

 

 

 

 

Gacela de antes del amor

 

Porque he puesto en tus manos mi esqueleto de sombras

en tus ojos abiertos ha crecido el espanto

gacela de los días, náufrago de mi cuerpo.

 

Porque mi ansia pule tu muslo proceloso

en tu tobillo crece la marca de mis dientes

gacela, nieve suave, mordisqueada y dolida.

 

Porque en tus flancos tiemblan los ijares, gacela

en tu pezuña ardiente crecen alas de fuego

gacela, aleve, salto, en mi lanza empalada.

 

Porque caricia atreve con su impúdica lengua

en tu vientre escaldado crece un jardín de espuma

gacela, amor, gacela, no te toque mi miedo.

 

 

 

 

Gacela del deseo postergado

 

Del soto en la ladera

tu carne grácil vuela

 

Escuece piedra dura

ay tu blanda pezuña

 

Marca hierro el ijar

mi espina seminal

 

Tu cadera moteada

por donde baja el agua

 

En tus muslos demora

mi lengua por tu rosa

 

Ay que tocar no pude

eras sólo una nube.

 

 

 

 

Casida de la envidia

 

I

 

Cuantas veces deseé ser la sombra de otros

ser la mezquina sombra alargada en el vértice

arrastrada en el lodo

para en el mediodía justo de mi vergüenza

florecer a los pies de otra sombra más baja.

 

Sí levanté torreones y alarmé fosos ácidos

pero cada ladrillo, cada hierro ablandado

fue la marca del diente de la envidia indeseada.

 

 

II

 

Mi corazón entonces se doró en la tiniebla

su almíbar azuleaba el pavoneado fuelle

mi alma negra del rojo tomó todo su blanco

cada golpe una angustia, un odio, una indolencia

y el deseo postergado, vivo fuego en las manos

se escurrió como el agua.

 

 

III

 

El yunque soportaba su lluvia de martillos

henchido apenas fuelle mi ritmo pulmonar

mi corazón de vidrio, mi alma negra, la fragua

¡Ay qué devoración, qué explosiva cohorte

de fuegos y de azufre!

 

Oro y azul ¿Quién orla su avena madurada,

quién enhebra sombrío sus perfiles de nata?

 

 

IV

 

No importará la historia

su alto crespón anuncia

fuegos artificiales.

No importará, no importa

pendulante el estribo

de su enjambre ardoroso.

 

La clava envidia enmohece

¡Ay, corazón, su diente!

 

 

 

 

Casida de la indignación

 

Enojado, perdido ya

en esa levadura amarga, por donde hoy

no sé si hoy o siempre

mi corazón se enciende

y horrible pulsación

fósforo y tea

arde impaciente

indignación.

 

Indignación se llama

éste oblicuo malestar, y furia,

furia el destrozo que la sangre deja

al pasar de un órgano a otro órgano.

¡Qué recorrer de sangre, qué veneno

que vuelto contra sí, se contamina!

 

Indignación, acaso,

o náusea de injusticia;

pero no, seguro indignación

y sí coraje y rabia.

 

 

 

 

Casida de la postergación

 

La vida nos engaña, nos obliga

a correr tras fantasmas, apariencias

y en el alto deseo, nos invoca

al desfile de sombras por la sombra.

 

La vida nos engaña,

nos invita

su sola invitación nos causa canas

y dentro del ardor de nuestros órganos

el fuego se congela en un instante.

 

Nos engaña la vida,

nos engaña

nos acerca a los ojos el fruto apetecido

la codiciosa boca se hace agua

y nuestro corazón, Tántalo ardiente,

estira fallo el cuello

y la sed lo consume.

 

Mario Bojórquez (Los Mochis, México, 1968). Poeta, ensayista y traductor. Realizó estudios de Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Sus primeros lib ... LEER MÁS DEL AUTOR