Diván de Mouraria
Gacela de antes del amor
Porque he puesto en tus manos mi esqueleto de sombras
en tus ojos abiertos ha crecido el espanto
gacela de los días, náufrago de mi cuerpo.
Porque mi ansia pule tu muslo proceloso
en tu tobillo crece la marca de mis dientes
gacela, nieve suave, mordisqueada y dolida.
Porque en tus flancos tiemblan los ijares, gacela
en tu pezuña ardiente crecen alas de fuego
gacela, aleve, salto, en mi lanza empalada.
Porque caricia atreve con su impúdica lengua
en tu vientre escaldado crece un jardín de espuma
gacela, amor, gacela, no te toque mi miedo.
Gacela del deseo postergado
Del soto en la ladera
tu carne grácil vuela
Escuece piedra dura
ay tu blanda pezuña
Marca hierro el ijar
mi espina seminal
Tu cadera moteada
por donde baja el agua
En tus muslos demora
mi lengua por tu rosa
Ay que tocar no pude
eras sólo una nube.
Casida de la envidia
I
Cuantas veces deseé ser la sombra de otros
ser la mezquina sombra alargada en el vértice
arrastrada en el lodo
para en el mediodía justo de mi vergüenza
florecer a los pies de otra sombra más baja.
Sí levanté torreones y alarmé fosos ácidos
pero cada ladrillo, cada hierro ablandado
fue la marca del diente de la envidia indeseada.
II
Mi corazón entonces se doró en la tiniebla
su almíbar azuleaba el pavoneado fuelle
mi alma negra del rojo tomó todo su blanco
cada golpe una angustia, un odio, una indolencia
y el deseo postergado, vivo fuego en las manos
se escurrió como el agua.
III
El yunque soportaba su lluvia de martillos
henchido apenas fuelle mi ritmo pulmonar
mi corazón de vidrio, mi alma negra, la fragua
¡Ay qué devoración, qué explosiva cohorte
de fuegos y de azufre!
Oro y azul ¿Quién orla su avena madurada,
quién enhebra sombrío sus perfiles de nata?
IV
No importará la historia
su alto crespón anuncia
fuegos artificiales.
No importará, no importa
pendulante el estribo
de su enjambre ardoroso.
La clava envidia enmohece
¡Ay, corazón, su diente!
Casida de la indignación
Enojado, perdido ya
en esa levadura amarga, por donde hoy
no sé si hoy o siempre
mi corazón se enciende
y horrible pulsación
fósforo y tea
arde impaciente
indignación.
Indignación se llama
éste oblicuo malestar, y furia,
furia el destrozo que la sangre deja
al pasar de un órgano a otro órgano.
¡Qué recorrer de sangre, qué veneno
que vuelto contra sí, se contamina!
Indignación, acaso,
o náusea de injusticia;
pero no, seguro indignación
y sí coraje y rabia.
Casida de la postergación
La vida nos engaña, nos obliga
a correr tras fantasmas, apariencias
y en el alto deseo, nos invoca
al desfile de sombras por la sombra.
La vida nos engaña,
nos invita
su sola invitación nos causa canas
y dentro del ardor de nuestros órganos
el fuego se congela en un instante.
Nos engaña la vida,
nos engaña
nos acerca a los ojos el fruto apetecido
la codiciosa boca se hace agua
y nuestro corazón, Tántalo ardiente,
estira fallo el cuello
y la sed lo consume.