Mario Bojórquez

Casida de la angustia y otros textos

 

 

Mario Bojórquez (Los Mochis, 1968) pertenece a una generación de poetas mexicanos que se han consolidado en el panorama de la poesía Latinoamérica con interesantes propuestas poéticas; me refiero a la generación de poetas nacidos entre 1960 y 1969. A esta promoción pertenecen Jorge Fernández Granados, Roxana Elvridge-Tomas, José Homero, Luis Armenta Malpica, Dana Gelinas, Jesús Ramón Ibarra y José Eugenio Sánchez, por mencionar a los más importantes.

Desde su primer libro, Pájaros sueltos (1991) hasta Hablar sombras (2013), la poesía de Mario Bojórquez está marcada por la diversidad de registros en los que subyacen la tradición poética castellana más clásica, así como la exploración experimental que examina las proposiciones de las vanguardias históricas, de ahí que sus libros contengan temáticas y estructuras formales tan diversas.

A lo largo de su carrera Mario Bojórquez ha sido editor de los importantes poetas mexicanos Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño y más recientemente Eduardo Lizalde, como una forma de definir y difundir una postura estética que mantiene vivo el legado de Ramón López Velarde: “Yo anhelo expulsar de mí cualquier palabra, cualquiera sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos…”

Así mismo, al explicar cómo la poesía actual camina “por senderos que incluyen la perplejidad del pensamiento simultáneo, la velocidad del video digital, la desdoblada e infinita conectividad del hipervínculo” no podemos dejar de pensar que está ensayando una definición de su propia poesía. La diversidad de registros alcanzados en sus diferentes publicaciones nos lo demuestra.

 

Mijail Lamas

 

 

Poemas de Mario Bojórquez

 

 

PARA UNA LECCIÓN DEL SUJETO POÉTICO

Pero cómo decirme, decirte, decirles,
que tengo, tienes, tienen, los ojos entornados,
si al final de los ojos, guardo, guardas, guardan,
la almendra de los días y los rotos veranos.

Pero cómo callarme, callarte, callarles,
estos silencios suyos, tuyos, míos,
si en mis, tus, sus, ojos, hay palomas abiertas
sobre campos de sangre, que yo, tú, ellos,
miran,
miras,
miro,

(De Pájaros sueltos, 1991)

 

 

GACELA DE DESPUÉS DEL AMOR

No te aflijas, poeta, si su cuerpo volara
si el jardín aromoso de su vientre volara
si sus dos muslos plenos, dura carne, volaran
si sus ojos temibles, si su boca, volaran
si su sueño y su historia, si su amor y su cama
si sus dientes blanquísimos, si su falda esponjada
si de verdad volara, no habría por qué afligirse
siempre habrá un corazón que le brinde morada
si volara, volara.

 

 

CASIDA DE LA ANGUSTIA

I

Un ácido durazno
una escaldada lengua de durazno
un picante y ardiente y amargo y picante durazno
en la escaldada lengua, oh tristes,
eso es la angustia.

¡Ah! sonrisa estudiada, aligerada, ensayada en el espejo
de lo que no digo.
¡Ah! estúpida respiración despepitada, oprimida, deletreada
veneno inocuo
ulceración.

Qué frágil corazón para el que sufre angustia
qué lenta máquina, qué desastrada
y lenta máquina es el corazón.

 

II

No conoció la fiebre
mi lengua no conoció la fiebre
no se alzó enardecida para un canto febril
sólo un cantar alegre
oh tristes
sólo un cantar alegre
cantaba mi lengua en su canción.

 

III

Este veneno ya estaba en mí
en mi sangre
antes de mí, mi sangre ardió,
antes de mí, mi sangre envenenaba a otros,
mi padre y su padre y sus abuelos, todos heridos
hasta el principio primordial.
Todos ardían como yo
todos arden conmigo.

 

IV

Pero el veneno escalda la lengua más feliz
¡oh, tristes!

Hablo de mí, sólo de mí.

(De Diván de Mouraria, 1999)

 

 

BROOKLIN BRIDGE

Desde la otra orilla de lo que digo
se tiende un puente para llegar a mi palabra
Cada vez que pronuncio mi nombre
mi nombre vuelve a mí desfigurado
Cada que digo agua, el agua vuelve viento
el viento fuego, el fuego mi nombre exacto
pero mucho más pleno, y más desconocido.

Tiro palabras, nombres, versos a la otra orilla
cada vez
y cada vez anuncia nuevas intensidades
de lo que no conozco.

Habría de arrojar sobre este puente
aquello que no digo, mi silencio
para que alguna vez vuelva poema.

 

 

TRIBECA

Hay una termita en los muelles que ambiciona comerse el mundo entero.
Los hombres del mar se ríen de sus bravatas
pero en el fondo saben que una termita empecinada
puede ser un peligro.
Una termita al año, trabajando dos turnos, dañará, sin dudarlo,
un largo tablón de encina y con suerte una trave.
Esto no les preocupa.
Seguro el municipio o la capitanía de puerto
repondrá los maderos.
Esta ciudad es grande, grande es su presupuesto,
donde no faltará, es claro,
un buen plan general para mantenimiento.
La termita trabaja dos turnos y descansa
con la satisfacción de que su obra continúa
a pesar de las muchas dificultades.
Los hombres del mar se alejan con sus mercaderías
y entre bromas y ron la recuerdan.
¡Ah! -se dicen- La empecinada termita y sus pequeñísimos dientes.
Sus graciosos discursos, de pronto,
quedan atravesados por silencios terribles
y el rumor de las jarcias
eriza inesperadamente el vello de sus espaldas.

(De Pretzels, 2005)

 

 

Así como no vuelve el día
A girar en sus goznes las horas ya pasadas
Y en lo alto su sol habrá de descender
Hasta perderse
Así te perderás

Así te perderás como se pierde
El perfume en el aire que siempre sopla fuerte
Te perderás de un modo tan terrible
Que ni a tus ojos podrás reconocer tu propia piel
Ni tus oídos escucharán tu voz
Como si fuera otro ese que habla en ti
Ni aun tu sangre
Responderá en el pálpito
Y la lengua pronunciará
Un idioma que hasta hoy te es desconocido.

Que no te aflija
Nada se pierde con perderte.

 

*

 

Te llamarás Amargo, en tus encías
Florecerá un jardín de arborescente sarro
Y en tu alta cabeza seborrea arrancará mechones
Cataratas de nieblas en tus ojos

Te llamarás Llagado sin afrenta
La viva piel que ulcera la tierra donde pisa
Te llamarás Sin fe
Y habrá otro tú
Edificado en pena
Que infectará en redondo

La lepra es justiciera
Habrá de distinguirte en el mercado
La turba dando voces
Anunciará que llegas
Que el tufo de tus ácidos
Se anticipó a la clara campanilla

 

*

 

Como el día
Así habrá de abrirse entre tus manos
La luz de lo que fuiste
En tu amargura

Recordarás la marca que han dejado
En tu piel
Las horas para siempre perdidas

En tu cansado corazón
Levantarás un túmulo
De toda esa tristeza

Y te dirás
Que no es afrenta saber en carne propia
En propia sangre
Dolerse en la aflicción

 

*

 

Nadie hubiera creído
Que pudieras alzar
La voz desde el abismo
Que en tu orgullo vencido
Pudieras elevarte
Sobre tus propios pies

Nadie hubiera creído
Que pudiera volver
A tu garganta
El soplo de tu canto
La dulce algarabía del desastre

Nadie hubiera creído que tu ruina
Sería tu salvación

 (De El deseo postergado, 2007)

Mario Bojórquez (Los Mochis, México, 1968). Poeta, ensayista y traductor. Realizó estudios de Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Sus primeros lib ... LEER MÁS DEL AUTOR