Mariano Brull

Amar lo delicado y lo otoñal

 

 

 

 

 

Jitanjáfora

 

Filiflama alabe cundre

ala olalúnea alífera

alveola jitanjáfora

liris salumba salífera

 

Olivia oleo olorife

alalai cánfora sandra

milingítara girófora

zumbra ulalindre calandra.

 

 

 

 

Amar lo delicado y lo otoñal

 

Amar lo delicado y lo otoñal,

el arte antiguo, la canción de ayer;

la clara transparencia del cristal

como una forma espiritual de ser.

 

Amar la gracia añeja del rosal

y en rosas nuestro ensueño florecer.

Para lo bello ser sensible, igual

que un alma sensitiva de mujer.

 

Vivir una emoción en cada cosa,

y una fruición benigna y amorosa

en todo afín espíritu dejar…

 

Y ver las cosas con el narcisismo

de hallar en todo el alma de uno mismo

y en todo el alma de uno mismo amar.

 

 

 

 

El niño y la luna

 

La luna y el niño juegan

un juego que nadie ve;

se ven sin mirarse, hablan

lengua de pura mudez.

 

¿Qué se dicen, qué se callan,

quién cuenta una, dos y tres,

y quién, tres, y dos, y uno

y vuelve a empezar después?

 

¿Quién se quedó en el espejo,

luna, para todo ver?

Está el niño alegre y solo:

la luna tiende a sus pies

 

nieve de la madrugada,

azul del amanecer;

en las dos caras del mundo

—la que oye y la que ve—

se parte en dos el silencio,

la luz se vuelve al revés,

y sin manos, van las manos

a buscar quién sabe qué,

y en el minuto de nadie

pasa lo que nunca fue…

 

El niño está solo y juega

un juego que nadie ve.

 

 

 

 

Qué voz nueva, inesperada…

 

¿Qué voz nueva, inesperada,

dirá lo que aún no me dije,

y está en mí, sin mí, diciendo

lo que, al callarse, desdice?

 

¿Por qué inmolarse en palabra

muda, y émula de altura,

que cuando enmudece niega

lo antedicho sólo al cielo?

 

¿Hay que cavar en el aire

hasta el silencio primero,

hasta llegar a la luz

que tuvo el mundo en su estreno?

 

¿Y hay que volver a callar

lo que nunca fuera dicho,

para que muera en su ser

la muerte de otra manera?

 

 

 

 

Quise encarnar mi ansia en una sola rosa…

 

Quise encarnar mi ansia en una sola rosa;

En una forma altiva florecer en belleza;

Que tuviera un anhelo sutil de mariposa,

Y que fuera la gracia blasón de su nobleza.

Pero en mi vida nada se acerca ya a la rosa:

Ni un tono ni un matiz, ¡oh, la, otoñal tristeza

Que idealizó el ambiente, y ha puesto en cada cosa

El alma pensativa que dentro de mí reza!

Se acerca del rosal la nueva florescencia;

Pronto la primavera ha de verter su esencia

Mostrándose fecunda la savia del retoño.

Mientras llega, da al viento su exquisita elegancia

La rosa pensativa de mística fragancia

Que perfumó escondida mi vieja alma de otoño.

 

 

 

 

Rompo una rosa y no te encuentro…

 

Rompo una rosa y no te encuentro.

Al viento, así, columnas deshojadas,

palacio de la rosa en ruinas.

Ahora —rosa imposible— empiezas:

por agujas de aire entretejida

al mar de la delicia intacta,

donde todas las rosas

—antes que rosas—

belleza son sin cárcel de belleza.

 

 

 

 

Su cuerpo resonaba en el espejo…

 

Su cuerpo resonaba en el espejo

vertebrado en imágenes distantes:

uno y múltiple, espeso, de reflejo

reverso ahora de inmediato antes.

 

Entraba de anterior huida al dejo

de sí mismo, en retornos palpitantes,

retenido, disperso, al entrecejo

de dos voces, dos ojos, dos instantes.

 

Toda su ausencia estaba —en su presencia—

dilatada hasta el próximo asidero

del comienzo inminente de otra ausencia:

 

rumbo intacto de espacio sin sendero

al inmóvil azar de su querencia,

¡estatua de su cuerpo venidero!

 

 

 

 

Ya se derramará como obra plena

 

Ya se derramará como obra plena

toda de mí –¡alma de un solo acento!–

múltiple en voz que ordena y desordena

trémula, al borde, del huir del viento.

 

Y de hallarme de nuevo –¡todo mío!–,

disperso en mí, con la palabra sola:

dulce, de tierra húmeda en rocío,

blanco en la espuma de mi propia ola.

 

Y el ímpetu que enfrena y desenfrena

ya sin espera: todo en el momento:

y aquí y allí, esclavo –sin cadena–

¡y libre en la prisión del firmamento!

 

Mariano Brull (1891-1956). Poeta cubano, nacido en Camagüey. En sus libros de poesías, La casa del silencio (1916), Poemas en menguante (1928) y Canto r ... LEER MÁS DEL AUTOR