El ensayo como sospecha [1]
por Mariana Bernárdez
Repaso las definiciones de los términos que establecen la correspondencia señalada en el título y algo en mí estira los visillos de las letras que componen la palabra “sospecha”[2]. Aventuro que todo sospechar presupone un otro, un alguien con el cual habrá de sostenerse un diálogo, ¿un lector implícito?, ¿un ausente presentido?, ¿o el diálogo del alma consigo misma como bien definía Platón al pensamiento en El Sofista? No lo sé.
Pareciera que el ensayo delimita a través de la sospecha un espacio de correlación entre varios puntos donde, a pesar de que algunos no han sido observados, se presume la posibilidad del tránsito hacia su orilla. Este suponer la presencia de lo figurado se fundamenta en la convicción de su existencia. Tal paradoja provoca el viaje que pretende en su derrotero atinar a desocultar[3] lo que se adivina. Permea en su elaboración lo que en su momento Kant describió como persuasión probable[4], que no afirmación de verdad.
Diría que el sujeto arriesga la exploración de lo intuido en la experiencia suscitada entre lo elusivo y el desvelar. Se valida en su desarrollo la descripción de una sintomatología no siempre precisa ni acorde a la cadencia temporal aceptada, sino al sentir su paso en el ámbito de lo interno. En el ensayo habla el sujeto desde su fondo, testifica y constata la vulnerabilidad, el equilibrio impreciso de estar tan al aire estando tan en la tierra. ¿De qué otra forma confrontar la grieta que nos hace oscilar entre la gravedad y la luz[5]?
La sospecha, y el ensayo como forma de la sospecha, no son una duda cartesiana, atrevería a decir que se refieren a un sustrato anterior al habla o a la escritura, que versaría sobre la mirada, un otear donde no alcanza la vista, pero se apercibe lo fugitivo de la sombra. [6] Apertura. Perspectiva. Al momento, se añaden la confusión, la extrañeza, el asombro, y a veces hasta la nostalgia: rostros de una nervadura que se dibuja en un recóndito de lo imaginario como fundamento de la razón. Dar cuenta de ello provoca la impresión de ser una tarea fútil, aunque en la mayoría de los casos, el vínculo entre el pensar y la utilidad de dicho acto, sea poco claro o necesario exponerlo en su evidencia.
Así pues, la mirada rebelde lleva al ojo a ejecutar su tarea primaria de lacero, donde, si la fortuna le sonríe, lo visto, puede o no, alcanzar la cualidad de “vivencia fronteriza”,[7] una suerte que lo admira y sorprende en la desobediencia de su intensidad, y que devela la cualidad exquisita del instante.
El abordaje de lo inusitado porta consigo la reciedumbre de lo inabarcable, sólo en su tajo admite la cala. Sea ésta una de las virtudes a enaltecer del ensayo, la de permitir que la reflexión se adiestre en otras lides diversas al juicio, haciendo de la caída libre, una práctica vital. Pensamiento vertical[8] que en su trayecto recuerda el viaje de Altazor[9], el ángel que en su paulatino desplome canta las glorias de lo diverso, sus infinitas tonalidades y evanescencias.
Ensaya el ensayar en reflejo exacto del trastabille de quien recorre el camino interior y divaga. Al azar se detiene en la singularidad carente de la contundencia del dato duro y deja de lado la falacia de un método que en su arquitectura ha olvidado su fundamento y se lanza tras su origen: caminar como pensar o pensar como caminar.[10]
Vagabundea el paseante, desvía su atención de un lado al otro, generando como denominador común una constante alterada. Mientras desbroza la trama de su intimidad, tratando de apresar el contorno proyectado en la piedra abrupta de la caverna, tropieza con la certidumbre del equívoco. Si en esto consiste el pensar, dicha faena roza más la sombra que la luz del acierto. ¿No son acaso los fragmentos de “Heráclito el oscuro” la huella de tal hondura?, ¿quién no recuerda el monólogo de Segismundo[11] sobre el sueño?
Lo que atormenta, una vez acorralada la vida por la barbarie de la muerte, encuentra su expresión depurada en el ensayo capaz de arrojar una pregunta a sabiendas de carecer de respuesta porque su finalidad es problematizar.[12] ¿Dónde queda lo vivido cuando la memoria es el acertijo donde yace la verdad tan perseguida y anhelada? ¿Qué forma habrá de apresar la vida al vuelo?, ¿la palabra que de tan dicha ha perdido su correlato existencial? ¿Cómo o qué habrá de sanar la insuficiencia de la razón? Quizá la condición humana constata su estigma en la imagen emblemática de la estatua de sal, figura de quien no quema sus navíos porque en la ceniza de la ciudad destronada subyace su amor más entrañado. ¿Y no es la entraña el regreso a la gruta donde lo oscuro y la luz forjan la resurrección de los vivos? Y aún del viraje de la derrota, lágrimas amargas, prosiguen nutriendo la savia del árbol-umbral.
El árbol que enrama el canto de los pájaros y que en su devaneo cobija el siseo de la serpiente; cuan seductora la promesa del futuro, cuan fuego ser como dioses… Si Eva, si Adán… Se sospecha que una manzana provocó la caída inmemorial del paraíso hacia la tierra de los siglos. Se sospecha de la existencia de una palabra irruptora[13] que puso en marcha la vida tal cual la conocemos. Se sospecha, pero no se ha encontrado el autor del crimen, ni testimonio alguno de la higuera ni de la serpiente. Alguien dijo que así sucedió, y desde entonces, convalecemos por una herida ancestral que el poeta reveló habrá de sanarse ante la presencia y la figura.[14]
Musitar. Recordar que no rememorar, que en uno se abrirá la herida necesaria para que se desate el pensamiento y en otro se dará lugar al puro acontecer donde no hay lugar, y a falta de espacio sólo quedará el temblor; distinto será el echarse a vuelo y cobra altura y picada, que necesario también es caer para andar el puente que se tiende entre la sospecha y la seducción, adiestra al pensamiento en el ejercicio del vaivén. Si el ensayo ensaya, el pensamiento puede a través suyo tantear, tropezar, abrir, hender, ir y venir; generar una recurrencia que le permite seccionar y analizar, realizar el corte exacto en la realidad para sostener la divagación y entramar las aristas del descubrir-escribir-describir.[15]
No se trata de agotar en un respiro, el acto en sí del mirar, sino de detenerse en lo nimio, sopesar el peso de la chinilla, percibir el temblor de la hoja aún sujeta a la rama… El paseante es sin duda un diletante, aunque en ocasiones el tema que desmenuza no sea abarcado en su extensión, ni sea agradable a los sentidos. La permisividad del centauro de los géneros,[16] le lleva a curiosear, y a deambular por lo oscuro de las emociones, hasta tocar el razonamiento prístino en la atalaya del delirio.
Desde el discurso político, el monólogo en el teatro hasta el discurrir psíquico en la narrativa o el artículo de opinión, abrevan en el margen de su río, y como su finalidad no es la conclusión del asunto, atreve lo que el formalismo de la premisa no arriesga o lo que por prudencia muchas veces la voz no arrebata. El ensayista hace morada en la naturaleza propia del nudo cuyos hilos no están enlazados para desatarse, sino para fijar su ramal. ¿De dónde este aspirar a que el brío del conflicto en lazo indisoluble apacigüe su paso? Poderosísimo ha de ser el viento que arrecie su atadura para hacer creer que ante lo inexorable habrá de soltar su calado. ¿Qué silogismo de altura? El pensar requiere tiempo, toma nuestro tiempo[17] y no todas las sendas que traza acompasan en serenidad su ritmo, porque se hila en el tiempo y en el latido.[18] Sin pulso la imposibilidad de emprender la travesía por la noche oscura[19] es una desgarradura puntual. De la metáfora del surtidor que se escucha se traspasará a la de la visión, metáfora de la luz…
Hay otras formas de pensar que se requieren para fundar un nuevo paradigma a expensas del estertor de uno que agoniza; ésas que atormentan y que reclaman a la mente salir furtiva al alba para salvar los restos de un naufragio antiguo que ahora es llamado “postmodernidad”[20]. No importa que no haya mucho por rescatar, ni que lo perdido tenga tal condición, el imperio establecido es el del sujeto que aún de rodillas se sabe dueño de sí frente a un destino que ni los dioses habrán de vencer. La muerte es la cosecha amarga de quien para morir debe asumirse en la vida y no se resigna a morir del todo, y titubea, y confiesa, y construye, y escribe en la esperanza de que su nombre sea recordado en los siglos venideros. Sólo entonces, desde esta perspectiva, es posible considerar que el eje del pensamiento sea la sospecha, y que el ensayo sea el ejercicio más próximo a su progresión.
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Notas
[1] La base de esta charla comenzó con una intervención dentro del ciclo “La centauras de los géneros: mujeres ensayistas”, mesa integrada también por Julieta Lizaola y Blanca Luz Pulido, organizada por el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia de la Coordinación Nacional de Literatura martes 21 de agosto del 2012. Posteriormente se amplió el texto para la segunda mesa del Coloquio Filosofía y Literatura Crítica de la Cultura organizado por el Departamento de Filosofía de la Universidad Iberoamericana y la Universidad Autónoma Metropolitana de Cuajimalpa, 4 de noviembre del 2014; finalmente se ultimaron ciertos detalles para una charla informal en CASUL en enero del 2016.
[2] Dícese en el Diccionario en línea de Etimología, “sospechar” del verbo latino suspectare, frecuentativo de suspicere compuesto de la preposición sub (bajo) y del verbo spectare (mirar, observar, contemplar). En sentido propio es mirar de abajo hacia arriba. En Diccionario de la Real Academia Española “sospecha”: relativo a la acción de sospechar; aprehender o imaginar algo por conjeturas fundadas en apariencias o visos de verdad; desconfiar, dudar, recelar de alguien.
[3] Retomo el término de Heidegger de Carta-prólogo a «Heidegger. Through Phenomenology to Thought», de William Richardson. Traducción de Pablo Oyarzun Robles (1984). Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, en http://www.heideggeriana. com.ar/textos/carta_richardson.htm, donde escribe: “Que aquello que, muy sin pensar, nombramos “verdad”, para los griegos se llame ‘A-lethyeia’, y por cierto, tanto en la lengua poética y en la no-filosófica como en la filosófica, no es invención ni arbitrio de ellos. Es la más alta dote de su lengua, en la cual lo presenciante como tal alcanzó el desocultamiento y —el ocultamiento. Quien no tenga sentido para avistar el dar de un tal don, para el destinar de algo así destinado, no comprenderá jamás el discurso del destino del ser, tan escasamente como el ciego de nacimiento podrá jamás experimentar qué son luz y color.”, consulta realizada el 31 de julio del 2012.
[4] Carlos Rojas Osorio. “La retórica en la estética. Comentario al libro de Laura Quintana Porras: Gusto y Comunicabilidad en la estética de Kant”, comenta: “Se trata concretamente de distintos modos a través de los cuales el sujeto puede tomar validez de sus asunciones o de ‘distintos modos de tener algo por verdadero” (226). Kant opone también convicción y persuasión. La convicción es el saber en cuanto descansa en una verdad que es objetivamente suficiente. En la persuasión (Überredung) el sujeto no se muestra “convencido ni cierto” (227). Al sujeto le basta ser movido por la sola persuasión porque supone como objetivos argumentos que son meramente subjetivos.”, en Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas. V.11 N.1 Mendoza, Enero/julio, 2009, http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1851-4902009000100011&script =sci_arttext, consulta realizada el 24 de julio del 2012.
[5] Aludo al título del libro de Simone Weil. La gravedad y la gracia, en http://www.quedelibros.com/ libro/ 39051/La-Gravedad-Y-La-Gracia.html, consulta realizada el 31 de julio del 2012.
[6] Aludo al verso de Sor Juana Inés de la Cruz en Primero sueño, que dice: “[…] la vaporosa sombra fugitiva”, en http://www.seg.guanajuato.gob.mx/Ceducativa/CDocumental/Doctos/2012/Noviembre/ 15112012/PrimeroSue%C3%B1o.pdf, consulta realizada el 31 de octubre del 2014.
[7] De interés el concepto de Eugenio Trías de condición fronteriza, al respecto: “Trías señala que la medida humana se reconoce limítrofe entre la condición animal y divina, o entre la inclinación a permanecer en la matriz física o entre la tendencia o ambición a ocupar la morada de los dioses. Precisamente, es en esa medida limítrofe donde nuestra existencia encuentra el indicio de su propia condición humana. De aquí que el hombre se pueda considerar habitante de la frontera, ni de aquí ni de allá, ni animal ni dios, sino fronterizo o con la cualidad de centauro.”, en Adriana Renero. Habitar el límite. Un acercamiento a la ética de Eugenio Trías, en Revista digital universitaria, http://www.revista.unam.mx/vol.6/num4/res/intres.htm, consulta realizada el 11 de octubre del 2014.
[8] ¿Poesía vertical?, véase en Noelia Sueiro.Roberto Juarroz: los extremos de la palabra, en Enfocarte.com, No. 21, http://www.enfocarte.com/3.21/poesia2.html, consulta realizada el 10 de octubre del 2013. “[…] Especialistas en semántica sostienen que las lenguas indoeuropeas nos vinculan a un modo de ver la realidad en forma fragmentada. La linealidad de la estructura sujeto-predicado modela nuestro pensamiento limitándolo e induciendo al hombre a pensar en términos de causa-efecto. No somos capaces de captar la naturaleza de la realidad por haber asimilado la limitación que suponen las palabras. En cambio otras lenguas, como el chino o el hopi están estructuradas de un modo diferente, sobre la base de imágenes. Así la estructura lingüística de la cultura occidental ha dado la visión del mundo compuesto por partes separadas, estáticas o dinámicas en relación de subordinación o inacción.”
[9] Vicente Huidobro. Altazor, http://www.vicentehuidobro.uchile.cl/altazor.htm, consulta realizada el 31 de julio del 2012.
[10] César Antonio Molina. “Caminar como pensar”, en El País, domingo 25 de julio de 2010.
[11] Me refiero a La vida es sueño de Calderón de la Barca.
[12] Véase José Luis Gómez Martínez. Teoría del ensayo. México: UNAM. Cuadernos de Cuadernos, 1992.
[13] Término retomado de María Zambrano. Notas a un método. España: Mondadori, Colección Enfoques #7, 1989.
[14] Aludo a la mística de San Juan de la Cruz.
[15] Véase Mariana Bernárdez. “El ensayo como forma de pensamiento”, en Ramón Xirau. Hacia un sentido de la presencia. México: DGP de CONACULTA, 2011.
[16] Edgar Montiel en “El ensayo americano (el centauro de los géneros)”, escribe: “ […]Fue Alfonso Reyes quien definió al ensayo como el “centauro de los géneros”, donde, “hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”. Con precaución lo ubicó dentro de la literatura ancilar, pues las bellas letras le prestan al ensayo sus atributos para tratar temas que no son necesariamente literarios. La imagen del centauro expresa bien la naturaleza compuesta del género, un territorio mudable donde se concilian ciencia y arte, la razón y la emoción, el arco abierto a la novedad, presto a congregar el rigor de los conceptos con el vuelo de las intuiciones.”, en http://www.ensayistas.org/critica/ensayo/montiel.htm, consulta realizada el 18 de agosto del 2014.
[17] Ibídem.
[18] Véase María Zambrano. Notas a un método. Op.Cit.
[19] Nuevamente aludo a la mística de San Juan de la Cruz.
[20] Véase al respecto, María Noel Lapoujade. “Después de la posmodernidad”, en http://inif.ucr.ac.cr/recursos/docs/Revista%20de%20Filosof%C3%ADa%20UCR/Vol.%20XL/No.%20102/, consulta realizada el 14 de septiembre del 2014.