El fuego que sostiene la mano
*
Solo estar tranquila
Como un perro de pueblo
Que bebe el agua mansa
De la calle
Que se aleja del sol
Y de las moscas
Que mira al cielo
Sin encontrar respuesta
**
He sanado
de la mujer
que me mira,
he servido el agua ligera
de los partos;
Debajo de la batalla
escondíamos el terror,
la malicia ingenua,
pretendidamente laxa.
He devuelto el puñal
por el inverso.
Aliviar la sangre
como quien limpia un río,
maleza y palabra,
arrancar y arrasar,
la turba a salvo.
La fecundidad es el después
sembrado en barro.
***
Acepta al tajo
por su vacío.
La herida ya tuvo lo suyo.
No te demores.
Ahí, no hay más.
Los fugaces pechos del tiempo se derraman.
Mama y descansa.
Observa el fuego
que sostiene la mano.
El aire que le permite ser
puede apagarlo.
Sin embargo
quema y arrasa,
se nutre de su enemigo.
Se entrega, erguido, al agua.
¿Lo ves?
Mama y descansa
****
Sé tu propio silencio.
La duda es una puerta pesada.
No permitas que hable
el hambre.
Toma al pájaro de tu miedo
con ternura.
La traición descansa
en su inocencia.
*****
Se acabó
el tiempo de borrar
la sombra con el codo.
Debajo y arriba
ha sido lo mismo
—sabías—.
Titiritero de tu tragedia,
¿de qué tamaño es el hambre?
¿la traición? ¿la lumbalgia?
¿las precauciones?
¿por qué temer
la noche mansa?
¿qué pavor aguardas
por detrás de la tierra?
Respira.
Deja que el viento alcance
la frágil medida de tus pulmones.
Río de aire que revela
el temple, la forma real.
Nada es pequeño.
Otra vez has nacido
por la eficacia
de una perspectiva convulsa.
Te espera el día, la noche,
la deliciosa caída del tiempo.
Levanta tu casa,
en el alma de esos pies
se despereza un verbo.
******
Este pedazo de alma
es el pez
que busca el aire
tan huérfano de agua.
-Todos los poemas pertenecen al libro “El fuego que sostiene la mano” (2024)