Marcelo Uribe Lamour

Territorios y otros poemas

 

 

 

 

 

Territorios

 

1. Por fin tengo uno de los 3.500 ejemplares

de la Poesía no completa de Wisława Szymborska.

Es la segunda edición pero da lo mismo.

Sus poemas polacos dibujan con palabras polacas

un territorio distinto al de Polonia

pero nunca lejos de él.

 

2. Atea en un país católico.

Suspicaz en un mundo de convictos.

Humana para creer y para descreer,

elocuente al razonar, brillante.

 

Nosotros le ponemos condimentos

abstractos y escalones inmateriales

a su conocimiento de las cosas.

Pero es humana: imposible no amar.

Aunque lo haga mal. No importa.

Porque es humana: cojea:

¿habrá luchado con el ángel?

¿Subió la escalera ardiente?

 

3. Leo ahora que es invierno

mi ejemplar de la Poesía no completa

de Wisława Szymborska

y paso las hojas mientras pelo cáscaras de naranja

antes de ponerlas arriba de la estufa

y cada vez que un gajo se revienta entre mis dedos

el misterio de la vida se contrae

con el mismo talle olímpico de los antiguos.

 

Y  a propósito,

con el mismo tono homérico.

 

Con la misma ceguera.


 

 

 

 

Finao Héctor / para el Chicharra

 

Lo único que me importa de la Ilíada

es el finao Héctor.

 

Toda la rabia del poema,

toda la ira de las palabras y de las imágenes,

el odio de una página a otra a lo largo de la historia,

un territorio griego de expresiones

inverosímiles y lacerantes

que se acumulan en una danza mortal

de la que somos espectadores ilegítimos

pero piadosamente voluntarios.

 

Las últimas páginas no están dedicadas

a reconciliaciones ni a festejos ni a victorias,

no le interesó a Homero ni Troya ni Helena

ni Paris ni Ulises, ninguna figura homérica

ningún héroe homérico con el gran escudo,

ninguno empapado en sangre, sudor o gloria.

Solo quizo registrar el llanto de la familia.

Por eso lo único que me importa es que Héctor muere

y que Príamo cruza el campo de batalla

(un desierto de polvo y guano y cadáveres

de mil generaciones,

cuyos sueños, a plena luz del día,

sueñan con atravesar la carne de los otros).

 

El anciano (audaz) se le aparece a Aquiles

y le pide el cuerpo ¡clamando!

Y Aquiles, entonces, se compadece.

Por eso lo único que me importa de la Ilíada

es que termina con la muerte de Héctor.

Y a lo mejor tú piensas

«Estos dolores no son justos para mi taita.

No se los merece».

Pero sus lágrimas plateadas como clavos del cuatro

le remueven el aserrín de las arrugas

y lentamente en la madera de los pómulos

las ves reposar como cristales

que honran la memoria de su hijo.

Y a lo mejor tú piensas:

«¿podría esta muerte redimir al mundo entero?»

 

Por eso lo único que me interesa de la Ilíada

es el finao Héctor.

Un hombre de los que escasean,

fue a la batalla y entregó su vida

sabiendo que iba a perder, que no tenía opción,

¡chorizo!

 

Por eso lo único que me interesa de la Ilíada

es que termina con un funeral y a lo mejor tú dices

«bueno, pero qué esperanza quieres

de un libro como este, que te habla de una guerra,

que termina con un funeral».

Si lo pensamos a la ligera: ninguna.

Pero ya sabes:

Lo único que me interesa de la Ilíada es que Héctor muere al final

y que lo entierran con llanto y lo entierran con dolor

y lo entierran como un hijo,

las monedas en los párpados, el sueño del barquero,

el llanto del padre, la amargura del barrio,

por eso lo único que me interesa de la Ilíada

es que Héctor muere

y tú ves la muerte aparecer de manera anticipada

en cada golpe del metal, en cada pirueta de Aquiles.

Por eso lo único que me interesa de la Ilíada

es que todo parte como un asado en el Hipódromo Chile

con las competencias típicas de la población Chorrillo,

y alguien empieza la mocha, le pega al otro,

saca el fierro y le dispara y los que estábamos

ahí quedamos enjaulados en la rabia de los giles

y se presiente un padre que cruza el terror de esta idiotez

para llorar sobre el cuerpo, contemplarlo,

y a la vieja usanza, hacerlo arder frente a tus ojos.

 

 

 

 

 

La realidad

 

Intro

 

A veces me hablan de un Dios

que nunca he conocido:

frío,

distante,

horroroso.

 

1. Soñé que yo era Dios.

No estaba en las alturas

sino abajo,

tomando cerveza con los cabros,

en una esquina de piedra en medio de dos torres.

Afuera, bajo un quitasol,

echamos la talla como corresponde:

sin meditar demasiado y sin mucha atención,

cada uno sujeto a su propio carácter y al shop de medio.

Las mesas, cojas sobre los adoquines del pasaje,

resuenan a veces, crujen sin escándalo,

dan un murmullo humano en medio de un paisaje

también humano.

 

Solo Dios podía despertarme de esta pesadilla.

 

2. Sientan llegar el viento a su propio espíritu,

oigan cómo entra por en medio de las hojas

agitando las ramas alargadas como lanzas

 

sacudiendo las vainas podridas

y las flores de la paranoia.

 

 

 

 

 

El “habla”

 

Árboles amarillos.

Es otoño. Lo típico de la poesía:

cielo verde, troncos negros,

el borde rojo de la cordillera:

iluminado.

 

Y en el parque lo mismo:

la Victoria de Samotracia

la Venus de Milo caminan

y conversando a un costado del río

el día se descuera, la tarde flota.

 

No se entiende mucho lo que dicen.


 

 

 

 

Venus

 

1. Este cuerpo tuyo. Este carácter tuyo.

Ambos desnudos como la Venus de Milo.

 

2. ¿Podemos hablar y al mismo tiempo

mirarnos las manos abiertas

y los pensamientos desnudos como

ladridos salvajes?

 

3. Las coincidencias son insuficientes,

amor mío, esta noche demasiado breve

en que hablamos y hablamos

y hablamos

 

solo para recuperar el habla.

 

 

 

 

 

Buonanotte fiorellino

 

1. Hay cosas hechas con dolor.

Hay casas hechas con dolor.

 

Ladrillos rojos como una arteria,

pedazos cortados

perfectos para que calcen

uno junto al otro

como una cópula firme

pero áspera.

 

2. Nos estafó un primo.

Nos demandó una ladrona.

Vinieron amigos. Se fueron amigos.

Las heridas llegaron con nosotros

y con nosotros hicieron residencia.

Gran parte fue dolor.

Huesos negros y huesos blancos

refinados como sables

golpeándose como lo hace

el deicidio adolescente

cuando embiste y

hunde el firmamento

bajo su insensatez.

 

Nada fue abstracto, etéreo o inmaterial.

De las palabras brotaba un polvo

oscuro y fino

como debajo de la tierra.

Me amaste, te amé,

nunca escribimos un adiós

en las paredes,

y levantamos los pedazos

cada vez que hicimos bolsa

el presentimiento.

 

 

 

 

 

La séptima es la vencida

 

Amor mío:

has muerto tantas veces

que olvidaste que estás viva.

 

Es más, hoy no distingues entre vivir y morir,

pero estás viva y perpetuamente despierta

y a tus pies las aguas se estancan y luego se liberan,

entran por el tobillo y lo reparan,

por dentro, por fuera, un chorro de agua viviente,

una formación de rescoldos y llamas y crujidos espirituales

que esta agua enciende con materia y deseo,

una forma de vida que nadie puede darte

que nadie te ofrecerá esta noche ni ninguna otra.

 

Una vida nueva: la séptima es la vencida.

 

 

 

 

 

Atardecer

 

El sol de las 19:31 ya casi no tiene contorno.

Disuelto en el aire disuelve las nubes

y los contornos vibrantes de la cordillera.

 

Ningún minuto es una piedra lanzada al azar.

 

Mi corazón ha perdido el contorno.

Ninguna palabra es una piedra lanzado al azar.

 

 

 

-Los poemas pertenecen al libro Incendio controlado momentáneamente.

Marcelo Uribe Lamour (Santiago de Chile, 1981). Es poeta, artista visual y profesor, magíster en prácticas artísticas contemporáneas. Autor de los poemarios ... LEER MÁS DEL AUTOR