Lucía Vargas

Lo que tarda algo en irse

 

 

 

 

SED 

Estoy tirada en la playa de Huanchaco,
el mar a mis pies produce el ruido
del que nunca voy a poder desprenderme.
El sol, tapado por la neblina.
Los cangrejos, entrando y saliendo
de los huecos en la arena.
Leo a Carver. No quise revisar
cuánto quedaba del libro antes de salir del hotel.
Después de un rato, llego a esos poemas breves
que dicen todo lo que tienen que decir.
Tomo el agua midiendo los tragos.
Uno, dos, tres.
Un hombre me dijo en las dunas de Chile
que la sed, cualquier sed
se apaga con tres tragos cortos.
Uno, dos, tres.
Y llega el último poema
como un latigazo,
igual a esa ola que choca en la rompiente.
Es un golpe gigante, puro, entero.
Agarro la botella y me tomo todo lo que queda.
El libro se acabó.
El agua se acabó.
Tres días, tres días podés vivir sin agua, dijo.
Tres días en los que me quedaría
intentando entender que este libro se acabó.
Que él no va a escribir otro poema nunca más.
Que ahora es necesario sentir esa sed
hasta que arda, hasta que produzca
la verdadera sensación de vacío, de muerte.
Hasta que sea necesario ir por más.

 

 

 

EL PINO

Mamá me había dicho
por teléfono
hace unos meses
que las raíces del árbol
habían empezado a levantar
el piso de la casa.
Que cómo no sacarlo
si primero es el patio,
después la cocina
y así.
Mandó que lo arrancaran de cuajo
tiempo después.
Hace poco la volví a llamar
y hablando
de una cosa y de otra
me contó que hay un pájaro,
uno chiquito,
que vuelve todos los días
buscando el nido.
Que se para en las rejas negras
y mira
para un lado
y para el otro
con movimientos cortos.
Lo dice y su voz
me hace ir hasta allá,
a nuestra casa en el sur.
Antes de cortar la llamada
me confiesa
que al regar el pasto
aún se siente
el olor a pino en el aire.

 

 

 

PLAGA

Acá pasa esto, fijate.
La planta está enferma.
Levantás la hoja
y me mostrás el revés,
delatando el escondite
de lo que daña.

¿Sentís?
Me hacés tocar y sigo
los pliegues verdes
trazando ruta a destino.

¿Sentís la diferencia?
Acerco mis dedos a los tuyos
y los hacés andar.
La textura de los puntitos
es apenas un relieve.

Me doy cuenta:
somos un solo movimiento
errando en círculos.

 

 

 

INCENDIO

Hay algo de lo que quiero hablar
hace ya tres semanas:
el incendio en medio de la montaña.
Tenía miedo, tengo miedo
de lo que nunca puedo llegar
a decir del todo.

Y es que el fuego
siempre me hizo pensar en el hogar,
una calidez que construye.
Pero ahí, el fuego
era otra cosa.

El humo en realidad, el recuerdo del humo
un gris helado apagándose entre los árboles
subiendo hasta las nubes para perderse.
Un hogar que se consume,
que se transforma caliente entre cenizas
y el miedo
que llega desde allá
trepando al pecho de a bocanadas.

Un incendio tiene el olor a lo que fue,
olor a pérdida.
Como cuando me senté a descubrir
el aliento del río
que se desprendía
después de hacerse cascada.
El agua tiene el olor de lo que arrastra.
La retuve entre los dedos
era el pasto el cielo las piedras los peces el viento las hojas las algas.
Un instante duró,
lo que tarda algo en irse.
Nada.

Ahí
en ese rato que se queda
es donde quiero vivir siempre:
el momento antes de volverme otra cosa,
el minuto antes de la pérdida,
el instante antes del miedo.

 

 

 

-Lucía Vargas
Lo que tarda algo en irse
Tanta ceniza editora
Argentina, 2021

 

lucia vargas Lo-que-tarda-algo-en-irse_TAPA

Lucía Vargas Cynthia Lucía Vargas Caparroz nació en 1987 en Buenos Aires, pero creció en Caleta Olivia, un pueblo de la Patagonia argentina. Ha public ... LEER MÁS DEL AUTOR