Las aves del deseo
Las aves del deseo
Yo que asumí la plaza del remero
y que dejé caer mi cuerpo en su vacío
su armadura de lianas.
Yo que hice de su brazo mi brazo
y sostuve el temblor
del que rompe contra el agua su avería
sé lo que siente el que deja su casa
y conduce a los suyos
sobre el lomo de un dios transfigurado
sé la palabra que pronuncia el ahogado
en su sueño de agua, en su noche sin mar.
Aquí traigo a los míos
aquí guardo con celo su añoranza de estrellas
la ingenuidad del hijo que persigue
las aves del deseo.
Aquí busco una sombra
la fe de una ladera que sostenga mi cuerpo
su extraña permanencia.
A los pies de la Sequoia
En su tez enrojecida
su continuo empinarse
hay una voluntad que me intimida.
Más allá de su pequeña corona
imagino otro sol iluminando
y pienso en la raíz
como en un acertijo
la no urgencia de escapar
desenredarse.
Como quien nada teme
recostada a su fuerza
varada en la memoria
al peso de sus pies sobre la tierra.
California
Todo es asombro hacia el oeste
regodeo de la sangre en las alturas.
Una valla de pinos bordea las colinas
guardianes de otro tiempo.
Cada piedra un derrumbe
una huella que arranca la huella más antigua.
Y se adivinan vidas torcidas sobre el campo
un lenguaje que busca sostenerse en la boca
y se adivinan manos
que no alcanzan
para abrazar al árbol
para apagar el fuego.
Acaso sea ajeno lo que se vuelca verde
lo que se extiende amargo
el fulgor que no es oro
sino esquirla en el cuerpo que reposa a la orilla
tumbado como un hombre
como un país, hundido.
La vejez del agua
Tú conoces la vejez del agua
que se empoza en la roca
el rostro que se pierde en la hendidura.
Ves arder a lo lejos la línea que te ciega
y al sol hundirse como un acto de gloria.
Se ha inundado tu casa de espejismos
eres tu propio barco, tu velamen
el hijo enfermo que teme a la intemperie
y golpeas contra la piedra al pez
que nada dice, nada sabe.
Coto se sombras
Tras la extrañeza y sus flores desterradas
tras esa claridad en la que abrevan
algunos animales
me adentro a un bosque
me fundo en el follaje
la efímera otredad que me concede.
No es el paisaje sino su certeza
lo que ama la criatura
el recuerdo de la rama en su ceniza
del pasto en la mordida.
No es la herida, sino el rumbo de la sangre que se aleja.
Un corzo no debería entender de soledades
ceder su coto de sombras
presenciar el desgaste
nuestra incapacidad de imaginar
otra vida posible.
Desencuentros
Trae a mi puerta la luz irrepetible
su inusitado estrépito
y no repares en la mirada esquiva
ni en mi incapacidad para reconocer lo que madura.
La cabeza que se alza una pulgada mínima
sobre el diario desencuentro.
La espesura sin rostro, sin lagos que reflejen
la palidez que nos conmina.
Hemos perdido palabras como hijos
edades como dioses.
Trae el tiempo vedado, nuestro tiempo,
su justo deterioro.
Big Sur
Es la frenética rotura de la piedra
su caída en picada hacia el barranco
la ola crucial que empaña el lente
la curva que se pierde tras la bruma.
Es el ciervo, su patria
como cruza sin prisa el segmento de asfalto
ante la incertidumbre de los hombres.
La silueta de Jack al borde del abismo
contemplando la vastedad que lo sostiene.
Es el modo en que cae la luz desde aquel puente
su visión entrañable
para que yo celebre mi extrema pequeñez.