Renglones de mi vida
Las víctimas posibles
Lo más importante
es ser inexpugnables
unas manos de fuego
un corazón de espacios bien medidos
donde quepan todos los nombres, todo el amor.
Entonces, la transición para llegar a ser lo que debiéramos
será un salto más bien ágil:
impermeables a la erosión, a desintegramiento,
al desmembramiento,
permaneceremos, eternos, en la memoria
porque el oficio de estar vivos (calificado como personal)
es patrimonio colectivo: a todos nos persiguen y todos perseguimos
legándonos
en familia
las posibles víctimas:
víctima es el pañuelo que permanece tercamente en alto mientras
el tren se aleja
víctima es el árbol que guarda nuestras iniciales
víctima es el tiempo adonde nos hemos convertido en admirables anfitriones
adiestrados en la equivocación es necesario, por ahora,
hacer de la equivocación un sonido correctamente timbrado para que los otros
no sospechen:
en el archivo las llamadas de atención impecablemente ordenadas
sin borrones
ni tachaduras (esos ya murieron)
que parecen anunciar una subasta:
la de los sueños:
de nuestros sueños que lograron detectar,
menos estos, los que imaginamos despiertos,
en letras minúsculas
de ahí la necesidad de ser inexpugnables
impúdicos
humanos
oliendo, hablando, odiando, comiendo, vomitando
molestos como un pedazo de carne dura
entresacarnos unos a otros la incertidumbre
fugamos de nuestros cuerpos de cristal
de nuestras mejillas
de los anteojos negros
de las bufandas
y decir las cosas porque es necesario abrir un poco más de este ancho mundo
donde la memoria es el cansado gesto que indica que somos los solitarios,
esas posibles víctimas comunes y corrientes.
Lugar común
De las fábulas creí siempre que eran historias para niños
en que dragones, princesas, unicornios, brujos, héroes
y el largo etcétera de inventados personajes
eran simplemente lugares comunes de la infancia.
De las fábulas siempre creí que eran imágenes para recordar
que el tiempo ha comenzado a dispersarse
y en la intermitencia de su luz se descubre el hombre.
Sustituciones
Dijeron que me había recordado:
posiblemente:
por lo general se habla de nosotros
con la misma indulgencia con que se habla
del ausente
el martes por la tarde me reconocí en una figurilla
que flotaba en el centro mismo de su habitación:
dibujaban mis gestos y palabras:
en una manera de ganarse la vida
y es que a nosotros se nos recuerda
sustituyéndonos el rostro por discretas mariposas de papel
sosteniendo los recuerdos de hace un rato.
Vigencia de los párpados
Jamás recibió mi cuerpo un golpe,
ni una herida,
ni la inconsciencia del hambre o del frío
jamás descorrí las cortinas de mi cuarto
temiendo encontrar una larga avenida de muertos
nunca me llamaron por teléfono diciendo que la hora había llegado
que era necesario, ahora más que nunca, ser cautelosos,
pacientes,
discretos
nunca me senté a la mesa a sabiendas de que sería la última comida
ni hice el amor creyendo que todo terminaba
ni sentí la necesidad de mirar dos veces el mismo árbol
ni el rostro de la familia
porque probablemente sería la última vez
nunca creí necesario hablarte del día transcurrido
ni creí importante acuñar tu figura en los parpados
en la boca
en los dientes
porque nunca tuve miedo de que no amanecieras a mi lado
en el bar, con los amigos,
o en la plaza, con el sol, la brisa, las hojas,
pensaba que era importante establecer un sentido de justicia
para cada habitante
dispuesta a olvidar esas circunstancias que nos atan a los otros
para luchar por los demás, aun a costa de ellos
pero, de pronto,
la ventana de mi cuarto da a una larga avenida de muertos
y comprendo que la hora dependía de mí misma:
novata en tiempos difíciles
me doy cuenta de que por largos años he cargado una herida
más profunda
más oblicua
más constante que el letargo del hambre o del frío:
casi una cicatriz, la postura heroica que asumiera ante la lucha
se ha convertido en compromiso
y, desde entonces,
resuenan en mis libros, en mis zapatos,
en mis dedos,
los gritos de los que nacieron abocados desde siempre a la trinchera.
Qué tiempo extraño el mío que me permitió flaquezas
qué tiempo extraño que no me permitió estructuras ni afanes
ni palabras
ni teorías.
Qué tiempo extraño que se levanta ahora como una catapulta
impulsándome hacia la realidad
regreso al bar y, por primera vez,
veo las facciones de los amigos
en la plaza el silencio es el eterno golpe de un reloj
recientemente habitado.
Todo es diferente ahora
en este estar segura de que se rompen las ataduras
y en el inventario quedan incluidos todos:
abuelos, padres, hermanos, amigos, amantes
coincidiendo o no nuestros afanes
porque
de pronto
se volvió innecesario obedecer a la rutina
al sueldo
al jefe
para ocuparme únicamente de la verdad que aprendo de pie
junto a la ventana que acoge los ruidos vagos de la noche
y el llanto es la piel recuperada ahora,
en pie de guerra,
cuando un día cualquiera no amanezca ya a tu lado.
Olvido
Soy el testigo no compareciente
confeso de crimen y hallado culpable.
De todos aquellos paseos en patines
por la verja de la solterona,
de los juegos escondidos en la escuela inglesa
sólo quedan estas palabras.
De los árboles frutales de la estación de mi parque
existe hoy un saldo: los troncos podridos,
las bancas picoteadas y aquel hoyo inmenso
en el cemento del muro.
Pero en las tardes siempre se llama a juicio.
(Estoy proscrita del álbum con fotos de frente y de perfil
y con los años tal vez se me dará otro nombre.)
Porque no sé disparar a mi hermano, se me dispara
y ya no existo:
hace mucho fui niña y me olvidé de golpe de mi infancia.
Renglones de mi vida
Hurgando en Dios
me encontré contigo.
Fue como comulgar de nuevo
la primera hostia de mi vida,
como abrir un libro grande
sin saber leer siquiera.
Tú, agua de mi desierto,
sopa de mi mesa,
pan de mi alimento,
la voz que escucho de pie,
los labios que beso de rodillas.
Tú, la sangre que me baña,
la misa de mis días.
Croquis
Puedo sacar el pan al aire libre,
limpiar las hojas del último otoño,
para borrar de mis manos toda huella de moneda,
símbolo vertical de esta hora miseria.
Puedo escanciar de nuevo el agua, beber de ella,
encender la luz y prescindir del frío.
Somos humanos aunque no seamos seres,
ingratos dentro de la justicia artesanada,
cómodos en la comunicación que no entendemos,
para ser sólo gratuitos, los comprometidos.
Por eso no podemos deslizarnos por la existencia,
porque todo está previsto, nos fue trazado,
dicho;
nos paseamos con un croquis en la mano
y tres pasos a la derecha
y miles a la izquierda
crédulos de tesoros jugando a la rayuela
caza —recompensas: nada fui nada dejé.
Quizás sólo un dolor inconfesable.
Amo de ti
Más que a tu rostro
amo de ti esa posición firme
que no admite derrotas
amo de ti las palabras que descubres
para dar sentido a mi vida de poeta
amo de ti el calor de tus manos
porque tus manos saben sembrar, construir, sudar,
encallecer
y amo tu cuerpo y no sé cómo decirte que de ti amo,
más que a tu rostro
esos momentos en que hablas de revolución,
de justicia,
de dignidad,
de muerte.
Digo tu nombre y amo de ti la fortaleza
porque no basta, lo sé bien,
inaugurar la vida a base de memorias.
Del vasto territorio
1
Potencia de mis manos que cavan en tu cuerpo
como en tierra blanda
potencia de mis dedos que cubren de caricias tus hombros
y tu espalda
potencia de mi cuerpo que germina en tu cuerpo como un hijo nuevo
como un círculo que nos nutre de horas infinitas
potencia de mi boca que siembra de palabras el largo, ansiado recorrido
piel que huele a flores que se abren contra el sol
potencia de mis pies que habitan tus oídos atentos a mi prisa
árbol que se agita sobre el tiempo
aquí sobre la luz de tu rostro-hierba donde la potencia de mi voz
cava semillas de eternidad
y abraza tu firme corazón de sueños
potencia de tus manos que cavan en mi cuerpo
como en tierra fértil
una noche tan fiel como la memoria.
2
Yo sé de ti verdades mágicas
y conozco de tu vida umbrales donde mis gestos,
ahítos de bullicio,
crecen a tu contacto como pájaros de fuego
conozco de ti espacios todavía no inscritos en el tiempo
me invento en el mágico idioma de tus manos
adonde sobrevivo, extranjera, porque de ti aprendí verdades mágicas
latitudes que te son desconocidas
grutas, cuevas,
avidez de hundirse en ti,
inmersa para siempre en el vasto territorio de esto que iniciamos.
La historia atestigua los combates
Miedo en tu rostro que se ha visto, por primera vez,
desnudo
miedo a la palabra que otros dicen y que parece definirte
miedo en tus manos que intentan, en cómoda posición de huida,
amarrar el cordón de los zapatos
miedo a tu cuerpo que se enfrenta, por primera vez,
el vuelo rápido del tiempo donde has permanecido oculto:
la urgencia por evadirte puede más que la pretendida seguridad
de tu voz:
es el miedo a sentirte vivo porque descubres
en tu rostro, desnudo por primera vez,
que ninguno de tus sueños es importante
(heredero de tus muertos intentaste envejecer con menor intrascendencia
pero ya ves:
la historia atestigua los combates)
miedo a tus pasos que recorren inútiles calles y avenidas
en tanto los pasos de los otros avanzan firmes y seguros
miedo cuando oís hablar de golpes exilios y torturas
estupor cuando los otros se ponen de pie sobre el nombre de tus hijos
para arremeter contra tu muerte
miedo en tu rostro que se ha visto, por primera vez,
desnudo:
todo lo que pudiste ser y fuiste acumulando torpemente
obedece, en nosotros, a la necesidad impostergable
de fijar una estatura que alcancemos todos
o sea:
adelantarnos a la hora que se acerca
y empuñar los ojos, la nariz, el cuerpo,
los zapatos
como quien empuña el arma
el entusiasmo
el abrazo
agrandás el espacio de tu casa y de tu ropa
como quien pide auxilio
pero te has ido desvaneciendo hasta ocupar de tu propio rostro
pálido de insomnio
inútilmente desnudo ahora que el tiempo presagia primaveras
temblando entre los árboles.