León de Greiff

El universo anverso

 

 

 

 

Por Omar Castillo

 

La persistencia de León de Greiff y la de los personajes que creó como sustento de sus “Otros-yoes, Sosias o Dobles” y a través de los cuales se permitió exponer todo lo arbitrario y lúcido que cabía en su carácter, fue suficiente para crear una obra única en sus contrastes expresivos, una obra de iluminaciones y penumbras que no han dejado de parecer intimidantes en el contexto literario del idioma español y con la que desde sus inicios y a lo largo de su trayecto creativo, buscó esclarecer y ampliar los aportes del Modernismo hispanoamericano, como también reconocerse en las búsquedas y logros Vanguardistas. Por ello la suya es una obra cuyos inicios se nutren en los nichos de la poética Modernista, al mismo tiempo que participa en la estampida avisada por los creadores Vanguardistas, empero, y es necesario acentuarlo, su obra es ante todo el resultado de una experiencia vivida en la magnitud de sus aciertos y contradicciones, es la creación de un ser ahíto en los instantes plenos y fugaces de su vida.

A León de Greiff no le han faltado lectores. Desde sus primeros poemas, algunos se han mostrado extrañados, contrarios con lo raro de su estilo, de su riqueza verbal y de sus conocimientos sobre literatura y música, mientras en otros, el reconocimiento por lo envolvente e insólito de la misma obra, los ha llevado a querer revelar las cifras donde surgen los hallazgos del poeta. Y para muchos otros, sus versos producen un gusto que los lleva a memorizar y repetir sus poemas. Lo cierto es que lo arriscado de su universo creativo no ha impedido que su presencia se mantenga en el ánimo de críticos y lectores.

Su poesía resulta desconcertante por su lenguaje, por la manera como se traman en ella distintos periodos históricos en los que aparecen, una y otra vez, personajes de leyendas e ideales veraces y ficticios, por la música que deja salir a través de sus combinaciones y giros verbales, por todo cuanto la hace antigua y moderna, única y diversa, simple y compleja. Es la obra de un poeta de estirpe lírica a quien el lector no atento puede confundir con un versificador de lo cursi, con un romántico sentimental.

León de Greiff nació en Medellín el 22 de julio de 1895 y murió en Bogotá el 11 de julio de 1976, entre esas fechas su existencia, la misma que le permitió entregarle al idioma una obra fascinante y esquiva, vital e íntima como lo fue la vida que él se permitió. El siglo XX fue el suyo y a él trajo lo antiguo para contrastarlo con lo inmediato de una época sobrecogedora en sus apetitos alucinantes y reales, consiguiendo que su escritura se recreara con los aportes que la antigüedad y la modernidad le donan a la poesía escrita en Occidente.

Leer a León de Greiff es adentrarse por regiones que nos permiten conocer la poesía escrita en Hispanoamérica y las raíces que la integran con el presente y con la tradición española y europea. Es ir por la literatura del siglo de oro español, por los símbolos escondidos en los poemas de los trovadores, por los caminos y tabernas de los goliardos, por la llaneza de la poesía latina y por el imaginario mítico de la griega, es aventurarse por las sagas nuevas y antiguas de la poesía Occidental. Su lirismo es contemporáneo y arcaico. Con su escritura el poeta se avecina por épocas propias y extrañas, sin temer asumir el riesgo de aparecer cursi o extático, pues así logra relatar, paleógrafo del habla itinerante, las venturas y vagares del ser humano por su pasado o por la actualidad donde cree renovar sus instintos, sus apetitos.

Sus poemas resultan una reinvención de mitos, hazañas, leyendas y entuertos antiguos con momentos y vivencias de su cotidianidad, lo que le permite producir correlatos que se mueven entre la antigüedad y la modernidad, por eso no son raras en ellos tantas palabras cuyas acepciones casi se han perdido, ni mucho menos encontrarlas acompañadas con otras de uso coloquial, pues así el poeta consigue que su lenguaje penetre instantes inéditos de la realidad y la ficción. Para esto también contribuyen sus aliteraciones y ritornelos amparando sugerencias e invocaciones hacia ese acervo fantástico que es la historia humana.

Lo particular de su escritura ha hecho que muchos se confundan y lo vean como un poeta perdido en una maraña de épocas y movimientos literarios ya superados, un epígono del Modernismo o un Vanguardista rezagado, pegado de un lenguaje extravagante resultado de su extravío por arcaísmos hueros, lo cual es un error cuando se trata de la obra de un poeta que se decide por los recursos que el vigor de su idioma y el de su tradición permiten a quien quiera asumir cuanto esta tiene para entregar.

En la poesía de León de Greiff es necesario detenerse en la manera como él asume los periodos de tiempo que convoca en sus poemas y cómo operan estos en sus tramas, en las atmósferas y en los ecos de su universo escrito. Para ello resultan esclarecedores los aportes de la poética Modernista cuando estableció un tiempo ideal en el que hacía converger distintos periodos e historias. También es clave entender el tiempo de los poetas y artistas Vanguardistas, pues ellos vivieron su tiempo como un vértigo al que se caía a través de la estampida de la historia. Veamos.

Las tres últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX son el escenario donde se producen las obras que muestran el ánimo de los poetas Modernistas hispanoamericanos ante su presente y su historia. En ellas se encuentran las maneras como percibían el tiempo, semejándolo con un laberinto donde se mantienen los periodos históricos que la conciencia humana puede hacer, suyos, un tiempo precioso, decorativo, de encuentros y escapatorias voluptuosas, exóticas, empero acechado por miedos y sombras en desazón, fugaces sombras desquiciando cualquier posible concertación integral. Para su escritura, los Modernistas escenificaban estos periodos como un viaje por el laberinto tiempo, donde ellos creían poder representar las míticas máscaras necesarias para el descubrimiento de su propio rostro y el de su carácter, el mismo que intuían ubicuo, ancestral, caótico y moderno. Los Modernistas se creían parte de las historias contenidas en el laberinto tiempo.

En las tres primeras décadas del siglo XX surgen los grupos que hicieron posibles los movimientos de Vanguardia y su incidencia en la cultura Occidental. En la eclosión histórica que les tocó vivir, los creadores Vanguardistas asumen el tiempo como la libido a través de la cual el vértigo del universo alcanza fugaces concreciones donde impacta el eco de su estallido original. El suyo es un tiempo simultáneo en el decir del poema, tiempo desmesurado, exasperando cualquier noción de escritura, tiempo acechado por el desconcierto donde se mezclan contextos disímiles y asociaciones de imágenes transgresoras con toda la disociación íntima y cultural puesta al servicio de un drama verbal absurdo y alucinante. Para los Vanguardistas el tiempo es candente, difícil de aprehender por la velocidad de su inmediatez mimética y devoradora, es un tiempo de historias en un suceder delirante. Los Vanguardistas se sabían viviendo una realidad en el vértigo y en el delirio que cunde en el tiempo, de ahí el desasosiego que estimuló sus maneras y la creación de sus obras, ese que aun dificulta la comprensión de tales obras y el acto de haber sido creadas en la vivencia de un desequilibrio.

Heredero de los Modernistas y contemporáneo de los Vanguardistas, León de Greiff presencia la sustancia del tiempo como fábula verbal que se hace espejismo histórico, ubicuo y aberrante, el suyo es un tiempo undívago donde las maneras y formas del pasado se mudan en los ecos de palabras para proyectarse en otras acepciones, de ahí que su escritura opere en el presente como un espejo deleznable donde son vaciados los pasadizos de un laberinto tuquio de rostros y de velocidades que los desfiguran. El suyo es un tiempo de asedios y de vértigo, de memorias surtidas en las palabras que dicen relatarlo, tiempo fascinante por lo impredecible, por lo enrarecido de los periodos que en este convergen.

Es necesario anotar que por la manera como el poeta presencia y fabula, el tiempo en su obra se escapa de aquella noción referida como vía eterna, idealización que en Occidente ha permitido acuñar una moral compacta sobre lo humano en sus necesidades ontológicas y en sus soluciones escatológicas. En su escritura, León de Greiff se sabe “caníbal de mí propio, de mí mismo antropófago” y es en esas coyunturas donde realiza su crear. Su forma de presenciar y digerir lo antiguo y lo nuevo lo convierten en el creador de una poética que impacta entre lo tradicional y lo renovador. Él descubre el súbito insólito para sus poemas escrutando lo antiguo y avisando lo nuevo, creando así lo excéntrico de su anverso universo poético.

En la escritura de León de Greiff las palabras se abren y ramifican como una escena verbal que llena al poema de motivos y caprichos donde lo oculto y lo nítido se descubren en el abanico de sus significados. De esta manera se evidencia la atracción del poeta por la dramaturgia verbal propuesta por la poética Vanguardista en la que pedían representar en el poema el monólogo exterior y el diálogo interior y, en ellos, la deconstrucción vivida por el ser humano y el desasosiego del que parece no querer saber ni en su realidad ni en su ficción.

En el libro Velero paradójico, séptimo de sus mamotretos publicado en 1957, se encuentra el “Relato de los oficios y mesteres de Beremundo”, largo poema donde el poeta se da a una fabulosa travesía por presencias y hechos que acontecen a Beremundo “el de los inúmeros oficios”, por una odisea de farsas, mañas e imaginarios encabalgados en la narración de Beremundo el Lelo, convertido en encantador de “panaceas, baratijas” y “fabricante de celadas”, en recolector de hazañas y bisuterías, en aedo donde convergen historias y mesteres, saga donde el Lelo oferta personajes, eventos, oficios y decires en el espiral analógico de su habla ahíta. Este poema es una muestra de cómo a través de uno de sus “Otros-yoes” el poeta atrae distantes historias que vagan por el tiempo hasta urdir con ellas una fábula única, la de su tiempo. El libro se cierra con el “Relato de relatos derelictos”, poema donde “saltan todos los sueños, uno tras otro” haciendo de sus avatares el correlato de las “mil y una historias” en fuga por el laberinto que cae en las manos del poeta buscando hacerse escritura.

En la obra de León de Greiff, sus libros Prosas de Gaspar, primera suite, 1918-1925, cuarto mamotreto, 1937 y Bárbara charanga, bajo el signo de Leo, primer lote, sesto mamotreto, 1957, tejen y sueltan narraciones de encuentros en cafés y en polvorientos mesones con personajes salidos de cuantos recovecos provee la vida, y en esas narraciones teñidas por el humor y el deleite descriptivo y los guiños con que son contenidos sus personajes y sus historias, puede el lector captar la escritura en prosa del poeta, las maneras como se adentra en la ficcional realidad de los signos del mundo, todo ello a través de las extravagancias de sus “Otros-yoes”.

La historia se deshace y se hace en la obra poética del “memoriógrafo” León de Greiff, quien la traza por vastos estadios hasta impactarla en la fábula de su época, la trueca en abracadabra de puertas que aproximan hechos e idearios en metáforas acosadas por el cruce de leyendas donde se reúnen lo antiguo y lo reciente hasta hacerse trama en la escritura del “memoriógrafo”, pues como él mismo acota: “todo lo demás pudo haber sido fantasía”. A lo que podría agregarse esa otra acotación donde insinúa que las historias salen de “un almacén de trucos, un bazar de retrucos, un zoco de embelecos, un silo de gazapos, / y un acervo de frases hechas y de citas”.

En los ocho mamotretos publicados por el poeta entre 1925 y 1973 se encuentra el continuo de sus temas movilizándose entre lo arcaico y lo moderno, como si se tratara de instantáneas sacadas de leyendas fabulosas. Se participa del enmarañado mítico de sus “compañeros Otros-yoes, Sosias o Dobles” hechos personajes de su elaborada poética. En estos mamotretos sus poemas atraen al lector hacia sus motivos y caprichos, hacia lo coruscante de las tramas que la figuración del poeta hace posibles, pues en ellas consigue un espejo fascinante donde la faz de la realidad se refleja, atrae y repele. En sus mamotretos queda cierto que el poeta se sabe contemporáneo de su época y por ello se permite aparecer como un travieso juguetón en sus saberes y atributos, un moderno ataviado de “anacrónico trovero”.