Lêdo Ivo. Los pobres en la terminal de autobuses

Compartimos un Texto clave del enorme poeta brasileño en la traducción al español de Mario Bojórquez.

 

 

 

Lêdo Ivo

 

 

Los pobres en la terminal de autobuses

 

Los pobres viajan. En la terminal de autobuses

ellos alzan los cuellos como gansos para mirar

los letreros de los camiones. Sus miradas

son las de quien teme perder alguna cosa:

la maleta que guarda una radio de pilas y una chamarra

que tiene el color del frío de un día sin sueños,

el sandwich de mortadela en el fondo de la bolsa,

y el sol de suburbio y polvo más allá de los viaductos.

Entre el rumor de los alto-parlantes y el jadeo de los autobuses

ellos temen perder su propio viaje

escondido en la niebla de los horarios.

Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,

aunque las pesadillas sean un privilegio

de aquellos que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas

en consultorios asépticos como el algodón que tapa los poros de la nariz de los muertos.

En las filas los pobres asumen un aire grave

que une temor, impaciencia y sumisión.

¡Cómo son grotescos! ¡Y cómo nos incomodan sus olores

aún a la distancia!

Y no tienen noción de las conveniencias, no saben comportarse en público.

El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado

que retuvo del sueño sólo la legaña.

Del seno caído y túrgido un hilito de leche

que escurre hacia la pequeña boca habituada al llanto.

En la plataforma ellos van y vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes,

hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas

y contemplan las portadas de las revistas con el aire espantado

de quien no sabe el camino del salón de la vida.

¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,

esos amarillos de aceite de palma que duelen a la vista delicada

del viajante obligado a soportar tantos olores incómodos,

y esos rojos contundentes de feria y de parque de diversiones?

Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.

Tampoco saben vivir: no tienen noción de la comodidad

aunque algunos de ellos posean hasta un televisor.

En verdad los pobres no saben ni morir.

(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante.)

Y en cualquier lugar del mundo ellos incomodan,

viajantes inoportunos que ocupan nuestros lugares

aún cuando estemos sentados y ellos viajen de pie.