Versar dicciones: sobre Lo demás es voz
Por Jesús Montoya
Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera.
José Barroeta
Cielo solo del páramo
mi madre va para allá
cielo solo
mi madre también va sola
recíbemela bien.
María Auxiliadora Álvarez
Emprender el regreso, como una restauración verbal para materializar el tiempo pasado, es una de las premisas de Lo demás es voz (Fundación La Poeteca, 2022), ópera prima de la venezolana Kaira Vanessa Gámez (Caracas, 1990). Este conjunto de poemas es atravesado por tres ejes sustentados en los epígrafes que abren la obra –uno perteneciente al poeta mexicano Octavio Paz, y otro a la venezolana Antonia Palacios–, como también al propio texto “Otro silencio”, presentado como Ars poética por la autora. El primero de los epígrafes en cuestión y en el orden citado, habla de una “terca sílaba de sangre”, mientras que, enseguida, leemos el imperativo de Palacios: “inaugura tu voz en lo más hondo” para, ante tal postura de esa voz como límite plausible, intuir la figuración y proposición de la poética del libro.
En esos elementos convive una narración que se extenderá a lo largo de la obra con otras referencias (Hanni Ossott, Sophia de Mello Breyner Andresen, Gabriela Kizer, María Clara Salas, Carmen Verde Arocha, entre otras), cuya conjetura está enteramente relacionada con la memoria en un sentido arquetípico y evocativo a través del espacio. Ese espacio está ancorado a un aura geográfica situada en los Andes venezolanos, específicamente en la región de Valera, estado Trujillo. Por ello, el encadenamiento de los poemas trae a reminiscencia el “Pampanito” de José Barroeta, o el “Escuque” de Ramón Palomares; tal vez más el primer lar que el segundo, puesto que no hay en la estructuración de la voz una “oralidad” como mímesis local, aunque sí un tono fantasmal, de lo ya ido que se busca, aquellos muertos y familiares que comienzan a nominarse –como Barroeta lo hace con Eglé en el homónimo poema al título de su obra completa Todos han muerto (2006), que puede leerse, a su vez, en clave de reescritura al poema “La violencia de las horas”, de César Vallejo–. Sin embargo, esa aura geográfica puede enlazarse también con textos como “Páramo solo”, de María Auxiliadora Álvarez, especialmente por la evocación a la madre en tanto interlocutora de voces en la peregrinación por el paisaje andino.
No obstante, lo que pretendo decir es que esa “sílaba de sangre” no apenas procura una tierra alegórica en su descripción, sino que se sabe en una tradición donde el motivo tan discutido de la casa ha sido exaltado desde la poética de Antonia Palacios, como también de Luz Machado, Ana Enriqueta Terán, Yolanda Pantin, o más recientemente en la del poeta andino Jairo Rojas Rojas –esta casa mucho más cercana, por cierto, a la de Gámez–. Y es que el discurrir del libro se sumerge en una infancia indeterminada, aunque no se hable desde ella, sino a partir de un lar donde se ensaya un retorno por medio de cierta lengua perdida. Así, la lengua como punto evocativo y mantra se va haciendo un tropo central de materias: objetos, anécdotas, historias, nombres. Y en esta mixtura, el tono del ars no deja de ser “ritual”:
Destíname a morir en mi tiempo
a erigirme un hogar entre la muerte
a librar la historia familiar en la escritura.
Tomé el compás oscuro
dejé mi único nombre en la gaveta.
Óyeme azuzarme en tu lengua
ríos de agua embalsamada.
Permíteme enhebrar el viejo reino de oraciones transparentes
y en él, a cada tanto
derrumbar de súbito mi cuerpo.
Ellos, los perdidos
son
de lo que yo estoy hecha. (Gámez 6)
El instrumento de “azuzar” el órgano del habla tiene una conexión directa con la materialidad de la escritura presentada en la parte final del libro. Se esconde allí una redondez como guiño al embrión de esa letra ajena, de los “ausentes”, que contribuye a fundamentar el relato de la memoria. Se trata de una carta de la abuela de la autora a su tía Rosalía Márquez: en respuesta a la pregunta por el nombre de su madre. Explica Luis S. Kraus, en su libro As musas, poesia e divindade na Grécia arcaica (2007): “não surpreende que, na cosmogonia arcaica, as musas sejam consideradas filhas de Zeus e da Memória, e à Memória sejam atribuídos poderes titânicos […] Seu papel é nada menos do que a preservação de tudo o que aconteceu ao longo do tempo” (19).
La evocación aquí es a Mnemósine a través de la grafía que extiende su raíz material en la escritura de la familia, en un hecho concreto y real. El movimiento de la voz vendría a ser el de restaurar, reconstruir y reubicar un archivo que se perdió. Y en el que, por paradoja, solo a través de ese calco gramático y nómada, que arranca en “Trujillo: Octubre de 1951”, podría haber una “preservación”. La voz no está allí: su condición en tránsito es la tentativa de alcanzar algún rincón al cual acercarse –siempre de forma borrosa, como un testigo que se asoma desde una cortina– para ver desde la voz a sus antepasados. Esta interlocución tendrá, entonces, a la abuela y a la madre en tanto tópicos, en un diálogo donde la voz va unificándose con las anécdotas de los personajes narrados:
La brisa arrastra tus apellidos
me los deshace.
Yo no pedía el silencio.
Cúbrete, abuela
por favor, revístete. (Gámez 9)
Enseguida, vemos originarse una sinestesia del tono: “Me advirtieron / que no vería sino voces”, la cual concatena no solo la enunciación de una geografía-paisaje-espacio o alguna impresión local, sino que establece una relación con lo que yace “atrás”, “oculto”, como una perenne indagación entre elementos imbuidos en lo desconocido, los cuales apenas a través de la palabra pueden ser traspasados: “Tranquila / los mapas no revelan al que va” (Gámez 11). Esta cartografía fantasma –que recuerda mucho al tratamiento de la copla en Venezuela y sus leyendas populares– poco a poco va manifestándose, a la vez que una cronología del árbol familiar cruza los miembros en coro, debido a que se escribe en otredad, de allí que el calco que comenté haga de la escritura una inmensa autorreflexión como idea de lo “poético” y como actividad provisoria del memorial:
Escribo con las manos de la abuela
un silencio remoto
que llora
una región que, como yo
no se pertenece. (Gámez 12)
La voz se adhiere a una orfandad que le es ajena en el territorio de su estirpe, quiere asirse a las voces anteriores, aisladas (Enriqueta Arvelo Larriva). ¿Cómo reconstruir el vacío de una memoria cuyo registro no existe?, ¿cuál es la razón de su desaparición? Bajo estas interrogantes se plantea, también, el papel de la mujer venezolana del campo, anclado a mediados del siglo XX, donde hubo una gran tasa de analfabetismo que, en una sociedad patriarcal, daba menos espacio a la mujer para su formación y estudio. Esa mirada retrospectiva vincula una representación de los orígenes que comprenderían que la declaración del título libro: “Lo demás es voz” pueda, realmente, otorgar una dicción a lo que yace entrelíneas, desde el formato de la materialidad de una carta que se archiva: “voz y poema intercambian, así, por ósmosis, sus propiedades” (Meschonnic 51).
Ató al fardo su cuerpo
un cuaderno cosido
el adiós
de la tía Rosalía.
Pero en el salón de clases
tampoco había espacio para ella.
Ella
la del silencio oscuro
no podía pagar. (Gámez 13)
Por otra parte, lo autobiográfico se amplía en una constelación familiar historiada, que da cabida a la retroalimentación constante de la “carta” como poema en proceso: “las verdaderas cartas huyen” (Gámez 14), en trechos en que los signos de puntuación, en especial los dos puntos, se perfilan como una emancipación tipográfica, lo cual también se conecta al formato de la “carta” en tanto gestualidad y razón estética (Chantal Maillard). En los espacios que la voz va instaurando, se “deslee” la “Historia” –en mayúscula, como disciplina operatoria de los discursos oficiales–, amparada por la posibilidad de saberse en el lugar de la madre, haciendo del acto de tejer el nudo que zurce la voz. En este sentido, ese hilo se va amarrando al punto de fundamentarse objetual, es el “el altar de las abuelas”, como algo que se remienda y restaura. La voz está cosida a una genealogía, lo que recuerda a obras como La voz de mis hermanas y otros poemas (2021), de María Antonieta Flores, o en un sentido más “desfigurado” al volumen El hilo atroz (2021), de Beverly Pérez Rego.
Tan lejana de su casta
que heredé apenas sus dientes
y su útero.
Solamente compartimos el adentro
el viejo y mismo mal
de la que ya no es suya
de la que se remienda
de la que con la sangre de su llaga cría el desierto
del otro lado de la lengua.
La tela que la cubre
desaparece del altar de mis abuelas.
Es un satén muy viejo y muy bello
la única piel
que me separa del murmullo en mí
de esa cara de mí
a la que no puedo hablarle. (Gámez 20)
Estas narrativas son delineadas en las cuatro partes de la obra: “Anteayer”, “Ayer”, “Hoy”, “Casa”, formadas por 70 poemas, los cuales contienen imágenes muy cercanas a lo fluvial, algunos están conectados estructuralmente, otros que orquestan un estilo que no siempre va en seguidilla, aunque temáticamente hilan la obra Finalmente, los nominativos temporales de los tramos entienden el archivo como una revuelta de la memoria que instaura, desde lo mínimo de los objetos, las fotografías y lo que está “encerrado”, una liberación de la voz que viene a saberse dentro de una tradición poética, pero también dentro de un murmullo popular, una revuelta que aún está por decirse, preguntándose por los rincones silenciados de Venezuela donde, ya no será la imagen tan estudiada del “padre”, sino de la madre la que será lámpara y guía de voces inaugurales como la de Kaira Vanessa Gámez.
-Versar dicciones: sobre Lo demás es voz (Fundación La Poeteca, 2022)
Referencias:
Abend van Dalen, Raquel. “La casa: el lugar de lo siniestro”. Papel Literario, 2021.
Álvarez, María Auxiliadora. Lugar de pasaje. Antología poética. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2009.
Barroeta, José. Todos han muerto. España: Editorial Candaya, 2006.
Flores, María Antonieta. La voz de mis hermanas y otros poemas. Santiago de Chile: LP5 Editora, 2021.
Gámez, Kaira Vanessa. Lo demás es voz. Caracas: Fundación La Poeteca, 2022.
Krausz, Luis Sérgio. As musas, poesia e divindade na Grécia arcaica. São Paulo: EdUSP, 2007.
López Ortega, Antonio; Gomes, Miguel & Saraceni, Gina. (Eds.). Rasgos comunes. Antología de la poesía venezolana del siglo XX. Madrid: Pre-textos, 2019.
Maillard, Chantal. La razón estética. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2017.
Meschonnic, Henri. Fragmentos de una antropología del ritmo. Traducción: Enrique Flores y Nadia Mondragón. Laboratorio Nacional de Materiales Orales. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2022.
Palomares, Ramón. Vuelta a casa. Fundación Biblioteca Ayacucho, 2006.
Pantin, Yolanda, & Torres, Teresa Ana (Eds.). El hilo de la voz: antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX. Caracas: LibrosEnRed, 2015.
Pérez Rego, Beverly. El hilo atroz. Valencia: Ediciones POESIA, 2020
Porrúa, Ana. (Comp.). Coreografías críticas: leer poesía, escribir las lecturas. La Plata: EDULP, 2017.
Russotto, Márgara. Bárbaras e ilustradas: las máscaras del género en la periferia moderna. Caracas: Fondo Editorial Tropykos, 1997.