Presentamos tres textos del destacado poeta chileno y Premio Nacional de Literatura.
Juvencio Valle
A LA NIÑA QUE HUÍA EN EL BOSQUE
Yo te iba siguiendo, silueta clara y fina,
en tu carrera loca, en tu fuga hacia el viento.
El viento en tu camino y en tu falda azulina,
yo te iba siguiendo, yo seguía tu huella,
yo seguía tus pasos de pluma, yo seguía
tu caprichoso y grácil huir de golondrina.
Por bosques y por montes yo te seguía, estrella,
oh mariposa rosa, junco de mis orillas;
yo te seguía, clara fuente de maravilla
y era blanca tu sombra y era de oro tu huella
por los siete caminos donde seguí tu estrella.
Qué amapola más roja llevada por el viento.
Oh qué caña más fina, que columpio más fácil.
Ibas tú como el humo voluble del incienso
e ibas como los hilos finos de la glicina
engarzando tu nimbo matinal en el viento.
Y con qué vivo empeño yo seguía tus pasos,
catarata de luces, volantín en el cielo.
La hojarasca mezquina me negaba tu rastro,
y tú huyendo, huyendo, por rutas de colores,
huyendo, huyendo, huyendo por las rutas más altas
sin que te aprisionaran los garfios de las flores
ni la oscura cisterna te albergara en su vaso.
ÁRBOL DEL PARAÍSO
No me dejes caer en la tentación, Margarita,
apártame de tus dedos sabios como alfileres;
apártame de la cáscara de tu tronco con flores,
del caballo más dulce, apártame tú que puedes.
Líbrame de los viajes de miel al otro mundo
si debajo de un árbol el caballo me espera,
líbrame de los grafios de la montura blanca
de los lomos de nardo de la yegua canela.
Que no corran unidas la carrera preciosa,
la manzana del cielo y el puñal de la tierra.
No me dejes correr en tus canchas de flores,
que no pise tus hierbas fatales, Margarita,
en tus aguas ocultas que no derrame espumas,
en tus piedras azules que no levante chispas.
Desvíame de tus aguas –alcohol en racimo–
de las violentas aguas de tu amapola roja,
de la zarza envolvente y del surco en camino,
de la culebra de oro que en el árbol se enrosca.
Desvíame de la flecha de la curva y la línea,
y del alto y florido columpio de la hoja.
Eres árbol de leche, paraíso e higuera,
y estos fuegos alertas quieren quemar tu casa
explorar tus jardines y pisar en tus sedas,
Margarita levanta tu varilla de gracia
y defiéndeme del avance de la tenaz culebra.
FAUNA LÍRICA
Hembra firme, sin macho, virgen bajo la selva,
y rítmicamente fina, voluptuosamente,
caminando lasciva con paso de culebra:
hecha del barro blanco con que se hacen los dientes,
con concurso de elásticos de apretadas almendras
y florido tamaño de árbol adolescente.
Hembra de azul guarida, faunesa de la selva
(Todos te ignoran, pero ¿yo necesito pruebas?
¿He de buscar el libro que no sabe de sueños?
¿He de poner en duda la palabra del trébol?
¿Han de importarme acaso las protestas de Octavio
si colgado en mis barbas me rezonga ¡mentira!
Y me busca querella por mis ochavos nuevos?)
Hembra de azul guarida, faunesa de la selva,
nadie te ha visto, pero aquí alumbran tus señas,
aquí queman y muerden como brasas tus huellas,
aquí está la hojarasca como revuelto lecho
y aquí está la ceniza donde ardieron tus piernas.
Ninfas que nadie ha visto, pero que sin embargo
(¿He de tener en cuenta las razones de Braulio
si me aturde la oreja porque lo que yo digo
no figura en los libros ni lo dicen los sabios?)
Ninfas que nadie ha visto, pero que sin embargo
en las lunas crecientes abren como corolas,
blanca la indefinible cucharada de sales
y dislocado el tenue talle como una soga.