Juansebastián Sánchez

La lumbre de una herida

 

 

 

Por César Seco

 

1

Hemos tenido que Ítaca es mirar siempre hacia adelante. Sólo que esta vez el aeda silencioso, el poeta de palabra entrecortada se da vuelta porque necesita preguntarse y preguntarnos hacia dónde en verdad vamos en un tiempo en que parecieran cernirse sobre la humanidad todas las señales apocalípticas de retorno al polvo. Pero tenemos también, la otra advertencia que por igual nos la ofrenda el absurdo humano, la de que un viaje nunca es una llegada.

Entrar al libro Herida hecha de luz* del poeta colombiano Juansebastián Sánchez es iniciar un viaje. Sí, como el del héroe homérico y como el de cualquiera, como el mío y como el tuyo en cualquier lugar del mundo. Sólo que el dado desde la poesía por Sánchez tiene por Ítaca a su país de origen, Colombia, como punto de referencia global.

En esto del viaje, sea el recurrente o el mítico, recuerdo siempre una advertencia de Elías Canetti: “Cuando uno viaja lo acepta todo, la indignación queda en casa. Uno mira, escucha y se le despierta el entusiasmo por las cosas más espantosas sólo porque son nuevas. Los buenos viajeros son inhumanos”. Nos cuesta creerlo para quienes en verdad sólo hemos disfrutado de los viajes, pero es así. Viajar, nos decimos al instante, es también buscar algo de conversación con el afuera y, al instante, adviene otra advertencia, ésta que, aunque imprescindible, es por igual un lugar común nada despreciable: el que procures “ir libre equipaje”, lo cual no quiere decir que no lo lleves contigo, viajero, sino que su peso no debe ser molestia para el recorrido que te aguarda. Indagar entre lo sobrehumano y lo inhumano.

Sánchez ha cavilado el conflicto armado que marca la historia de su país, su mirar y decir va de extremo a extremo del recorrido que es el libro mismo. Desde un principio, desde la palabra inicial, desde el poema pórtico, el poeta tiene consciencia de ello:

 

VIAJE

viajo
y también el camino viaja
Vasko Popa

Dónde depositar el ruido

final del viaje

la arcilla deshaciéndose

en el conjuro

lo recorrido de la carta

(entregada a la persona correcta)

donde el vuelo del pájaro

no fue audible en el papel

Dónde reunir el libro

el tiempo como cementerio en la mano

Cómo depositar en esta pequeña caja

la vida

si la luz que me espera

insiste en no reconocerme

Como lectores, somos ya los tripulantes y somos, también, cómo evitarlo, el conductor, el viajero, digámosle no el supuesto héroe. El poeta necesitaba invitarnos, darnos el boleto, carta, bitácora que juntos hemos de hacer, tanto como su interior. Es decir, lo que la poesía, cuando es escrita, necesita para ser. Pero, llamados, se nos hace que las advertencias: sujeto, viaje, tránsito, mirada, libro, tiempo, lugar, las tenía muy presente el autor, en lo que significaba algo más que un reto, siéndolo; significaba encontrarse y esto no podía ocurrir si al mirarse, no comprobaba que el rostro del país iba a insistir en negarlo.

2

¿Esa otra Ítaca que vamos a recorrer merece ser el lugar que creímos era el de la resolución de nuestra existencia? El poeta no nos niega el temblor de la respuesta: “descubro otra Ítaca/ quizá la verdadera// no aquél lugar de dónde vengo/ donde una aventura como esta no merecía un héroe” (p.20). Hace consciencia de que la tragedia siempre va a ser más definitoria que cualquier hazaña de Ulises, sabe que “pocos son los elegidos (George Steiner dixit) para su riesgosa gracia”. Son más los muertos, el correr de la sangre que se va erigiendo como trayecto: “Cómo explicar/ cuando piensen de nosotros/ como los únicos/ que estamos muertos” (p.22). y qué decir de esos otros con los que la historia cuenta para hacer visible siempre su escenario real: “ahora que partieron/ la madera tiene las mismas facciones/ sombreadas con sangre” (p.24).

Y es que, al final, todo progreso es un vencimiento, un trasladarse del esplendor del sueño al horror de la decadencia. Es lo que el hombre ha sembrado tras de sí en todo tiempo y ello asoma en cualquier lugar de la humanidad, desde cualquier inmensidad geográfica hasta el mínimo rincón de la casa. Esto que traigo a colación está dicho de manera excepcional en el que considero uno de los poemas mejor logrados del libro y que nos remite a sus eje de expresión puntual, la transparencia: “LA SINGER TIENE PEDAL OXIDADO/ la rebeldía contra los cambios/ hizo que su pedal guardará quietud/ allí se tejió/ (no la armadura para Troya/ o la de los caballeros de la Mesa Redonda)/ sus prendas tejidas del más fiero abismo/ pensar que acá/ se tejió otra historia es absurdo/ ni prendas de seda/ ni manteles de mesa de reyes/ Es que hay una Singer de pedal oxidado/ verla quieta/ y presentir a madre como Penélope/ no cosiendo el interminable sudario/ sino el pan” (p.21).

Asombro, reacción, síntesis, concisión, precisión, son los ejes a los que aludo y a los que el poeta va dando una variedad constructiva poema a poema. El mito se fusiona con la historia más presente, pero esto no significa que su peso textual prevalezca por sobre su inmersión crítica en la realidad, a la que el poeta no renuncia, aun cuando, como viajeros-lectores, nos vamos a topar con señales en el camino, con puntos de luz que terminan por escindir cualquier oscuridad, en forma de metáforas que dan cuenta de una espléndida imaginación, sea cual sea la incidencia de lo que han de sugerir en torno a una verdad sobre la que se pone algo más que un dedo, esa llaga que es la historia de un país a la que nos remite, a la que nos conduce decisivamente, inaplazable: “DERRIBARON PUERTA POR PUERTA/ las manos batieron la oscuridad/ con heridas de los hombres// ante las miradas/ la sombra extingue su luz/ al tocar la sangre// no sólo los muertos/ -otro acto de barbarie/ la quietud en los labios” (p.23). De una manera delicada, pero contundente se cuestiona, se levanta la voz poéticamente, desde la fisura misma del silencio contra el silencio otro, la verdadera tragedia de un país y su historia: “EL SILENCIO NOMBRA/ los escombros/ de quienes contemplan el olvido” (p.29).

3             

Cuando hice inmersión en este libro, vino a mi recuerdo cuando estuve en Medellín y me llevaron al lugar donde habitan los llamados “desplazados”. Es decir, los seres que han padecido el conflicto armado colombiano. Recuerdo lo que pudo decirme la desolación de sus rostros, la triste hondura de sus miradas, apenas una fisura en sus silenciados semblantes. Todo esto que puedo resumir ahora en algo así como el “temor y temblor” de Kierkegard, pero incluso me parecería un lujo, un barniz intelectual. Es algo mucho más penoso y al que Sánchez ha abordado con valentía. Hay toda una sección de Herida hecha luz que nos devuelve allí. Gente que ha perdido lo que tuvo por identidad, muertos vivos, me digo, pero aun ésta sería una adjetivación manida, para algo que subraya lo patético: “DESDE LA LEJANÍA/ nos fue negado mirar atrás// cuando caminábamos/ ya no teníamos identidad// la ciudad huía por nuestro rostro” (p.35). Algo patético, como dije, pero resuelto escrituralmente con belleza, como exige la poesía, acaso: “-el más crudo silencio” (p.36); el que revela lo que los intereses, los que se pretenden protagonistas de la historia, ocultan.

A su vez, el viaje/ el conflicto/ la historia universal, son uno en estas páginas. El poeta se vale de la intertextualidad, se suceden, se entrecruzan los hechos locales y globales. Las guerras imperiales y mundiales, la invasión o suplantación cultural de reinos y poderes, los campos de exterminio, nada de ello, nos deja reflexionar entre líneas, entre fragmentos, entre poemas, como nada ajenos a este conflicto armado que ha terminado por imponerse vestidura o rostro de una nación entera. Poesía, mito y tiempo en una sola diadema: “BAJO LA NOCHE DE ORIÓN/ la levedad del pájaro// no entiende el canto/ del proyectil// ni la sangre expuesta/ al viento” (p.40). Esto no impide que el paisaje del recorrido, en sus trazos de lluvia o sol, hable por la vida, por la que siempre va a negarse a morir, pese a todo: “EL PESCADOR DIBUJA/ puntos luminosos en la canoa// cuando la mujer/ lo presiente regresar/ con sus manos como peces// salta grita hace de su mirada/ el intersticio por donde/ es posible el milagro// Aunque dicen que estaba loca/ yo debo de estarlo también// veo un pescador/ trayendo los astros para ello” (p.46). Ah, Penélope en una playa de Cartagena o en Santa Marta.

Un momento en que el poeta nos traslada a la entraña de su oficio. Estamos en la realidad sin disociarnos de la literatura, ha de decirnos. Aventurarse en la hechura de un libro, es como figurarse a la araña kafkiana soñando en su habitación oscura que se encienden las luces del castillo. ¿Cómo suprimir el engaño? La historia que se ha vendido como retablo público pide otra mirada, otro decir, y nunca es fácil desmentir lo establecido. El hacer poético no lo es sino pasa por ese reto, sino lo asume, sino lo derriba incluso: “LA ARAÑA TEJE/ con sus hilos la historia/ que nos falta// y que late/ bajo la yema/ de los dedos// Las gotas parecen astros/ al caer en la telaraña// Sin ninguna oración/ ni feligresía// catorce mil millones de años después/ no fue dios ni el Big bang/ sino la araña/ quien teje el universo” (p.51). El poeta, como la araña, se sabe solo, sin ritual, sin culto, ‘ni en su casa creen en él’, no te ofrece él una prebenda como el político, no te promete la salvación como el sacerdote; pero los hilos de su discurso provienen de eso por el cual puede él pasar de lo visible a lo invisible y viceversa, en la noche que no deja de hacerse larga, ahora ante una pantalla, con sus dedos yendo y viniendo por letras, números, signos y símbolos de un teclado: “No me pertenecen las cosas/ están ahí/ inmóviles/ -huyendo del vacío” (p.53).

4

Llega a un momento de su bitácora que el poeta se reconoce como lo que es: un desasistido de la historia. Hay un punto de inflexión. La poesía no lo ha colocado en un lugar privilegiado. La historia no se detendrá. Una poética tal vez le venga para dar cuenta de su autenticidad a los hechos y a ello apela:

 

XVL

DICEN QUE LA POESÍA

es un acto de resistencia

ante la luz que descorre

la cortina detrás de la piel

Dicen que pervive

ese temblor que se oye

-como esperanza-

en medio de la ceniza

 

Vendrá reconocerse allí, en la ceniza del fasto explosivo, el aire será siempre ese río “que lleva y trae lo invisible”. La memoria, la poesía y el sentido trágico que el hombre da a la vida: “el recuerdo de las palabras/ hechas de luz/ de pan partido por el silencio/ y sangre en los labios”. Sí, donde sabe el molino, la historia misma que puso a andar: un “corazón deshabitado/ que insista en empujar la vida” (p. 56). Es la mitad, la mediación del libro donde alcanza su más alto, inefable, inaplazable tono.

5

La segunda parte del libro la constituye una bien permeable escritura en prosa que dialoga con la primera y da unidad sintáctica a todo su contenido. Aunque escuchemos el eco de la poesía de Wislawa Szimborska, persiste la resonancia de la argumentación trágica que Homero diera a la Odisea, pero esta vez, como ya sugerí, desde el sentido presente, crítico y cuestionador, de la historia, sin por esto verse desprovista de la autenticidad lírica de su autor, palabra a palabra, fragmento a fragmento. Nada se estatifica. Movimiento constante. Escritura sobre el agua, el poeta lo nombra “su oficio más cercano a la muerte”. Cito la abismal belleza del poema inicial de estas Prosas: “Como si aquella palabra nunca dicha moviera de golpe las líneas del universo.// Sujeta la varilla y sobre el agua, así, una vez tras otra, escribe su nombre, dibujando la primera letra”. La simiente de constante cambio (Heráclito) o de transformación (Keats), le han servido como avisos para reconocer ese camino, de existencia y de creación. Todo nace y desaparece y, contradictoriamente, esa parece ser la única esperanza: “el agua no deja memoria. Cada signo que desaparece representa una antigua cábala”. (p.63).

Ahora, el poeta sabe que debe liar con el enigma. A la realidad la solicita el ahora mientras el pliego de la eternidad se descorre con su escritura disuelta. El círculo del agua da lugar al disolvente fuego: “La silueta de una pareja encendiendo entre los labios el lenguaje de la primera chispa”. La presencia del hombre en la tierra. La alusión bíblica o quevediana es antepuesta a la escritura del poeta y de todos los que se arriesgan a develar el enigma bajo el instrumento, la palabra escrita: “Atravesamos la ciudad, como grieta que completa la herida, como huella cómplice de toda luz y todo libro”. Solidez éste de la poética de Sánchez, no sólo el elemento transformador de por sí, la historia, sino en la poesía: “Nada tiene nombre o sentido, salvo la mano que todo lo sostiene, polvo las huellas en la lejanía, a donde regresa todo…” (p.64). En la dualidad de todo, la revelación del espíritu es que lo que se deshace es la materia: “Las cosas dejan arena y ruido. Edifican un posible eco; palabras de carbón/ que se traza a orillas del humo”. Persiste la escritura sostenida en el pensamiento. o bien, poesía cavando en filosofía “Escribo sobre el vidrio molido con movimiento que enciende el polvo. Descubro que todas las cosas permanecieron inmóviles, que la memoria no es la misma” (p.65). Ratifica que puede serlo en el hecho, más no en la escritura, en su lectura, en la posible duda que genera el misterio: “Miramos hacia otro cielo y nos preguntamos si alguien más estaba encendiendo hogueras” (p.66).

6

La bitácora, la carta, el poema, el libro, descubrimos pueden ser el tapiz aquél que la esposa de Odiseo se cansó de tejer en la espera. La obra de arte nunca está terminada, aunque un punto final se suspenda en lo blanco de la tela o el papel, En la tez de ese pliego es donde de verdad aparece su creador. Su lugar es toda la correspondencia a esa presencia en sí, en su tiempo: “Él –sin Argos ni victoria ni envestidura de héroe, con el desgarro del siglo XXI. Ella me lee”. La obra misma. Penélope es quien puede vencer toda simulación: “La odisea es seguir la espera, siglo por siglo”. El poeta se reconoce entre las especies con sed de cielo, con hambre de creación (la luz), el perro vertiendo el detritus, la podredumbre en belleza: “Detrás del tiempo, una especie esperó celebrar la muerte como carroñero” (p.69). Del vacío se sació, de eso que puede ser su huida, pero que lo elige para testimoniar “palabras que se niegan al olvido” (p.70).

La luz no lo oculta, viene de un ardor, el sitio ese iluminado por las llamas, ha hecho ya lugar adentro, la descomunal ciudad de hoy con referencia a la vieja Troya, aquella que hace simultáneo pasado, presente y futuro, por lo que el poema con el que finaliza el libro, sólo lo es en apariencia, la abertura es precisamente ese ardor, esa luz que alumbra y deslumbra. Su autor nos sugiere que va del fluido sanguíneo que al ser derramado por el hombre es la penuria mayor del existir, y se deja oír latente del lado izquierdo del cuerpo, donde en sí, es que ocurre el verdadero sacrificio.

 

*Herida hecha luz. Juan Sebastián Sánchez. Editorial Escarabajo S,A.S. 2020. Bogotá, Colombia.

 

 

 

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*César Seco nació en Coro, Estado Falcón, Venezuela, el 29 de enero de 1959. Poeta, ensayista y editor. Fundador de la Casa de la Poesía «Rafael José Álvarez» y de la Bienal de Literatura «Elías David Curiel». Director de la revista OIKOS. A principios de los años 80 formó parte del grupo literario Cráter y en la actualidad pertenece a la Red de Escritores de Venezuela. Ha sido galardonado dos veces con el Premio Municipal de Literatura de la Alcaldía de Miranda del Estado Falcón (1993 y 2000). Con el libro El viaje de los Argonautas y otros poemas obtuvo el Premio de Poesía Bienal de Literatura «Ramón Palomares» (Trujillo, 2005). Fue colaborador del suplemento literario Verbigracia del diario El Universal. Integra la redacción de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Ha publicado los libros: El laurel y la piedra, 1991; Árbol sorprendido, 1995; Oscuro ilumina, 1999 y Mantis, 2004. Poemas y ensayos de su autoría han aparecido en revistas nacionales y extranjeras. Eje vertical, puerta del cielo y del infierno, el árbol es una de las figuras emblemáticas en la poesía de César Seco. Plantado en la noche recibe el infinito; agitado por el viento sus ramas se columpian como crispada cabellera al ritmo de los astros. Hierático e insomne, resiste las mutaciones climáticas y las embestidas diluvianas. Habitante de dos mundos, el árbol hunde sus raíces en lo oscuro lo mismo que extiende sus brazos hacia el borde numinoso: «El árbol crece en medio de la noche… Sus ramas rasgan el cielo». Y en él se fundará la simbología de lo ascensional. Imagen de la nostalgia su estructura dibuja con justeza la fusión cósmica que el hombre ha perdido: hincado sobre la dureza mineral, sus brazos se despliegan como un sistema de nervios que el viento eriza. Su intrincado despliegue desarrolla el tema de la comunicación con el todo: sus ramificaciones semejan las infinitas bifurcaciones que ha tomado la creación desde su origen hundido.

Juansebastián Sánchez Nació el 12 de marzo de 1987 en Medellín. Poeta, asesor literario y ensayista. Hace parte de la tertulia de los Octámbulos. Fue ... LEER MÁS DEL AUTOR