O el fuego conversando con el aire
Por Javier Alvarado
Me da cafetal
El nombre de mi país
Pronunciado en el exilio.
J.M.R.
Me da rocabulario, el nombre de Juan Manuel Roca, pronunciado en la poesía en nuestra lengua española. Hay que afirmarlo y reafirmarlo, él es uno de los grandes poetas de nuestra América. Su gran obra, recopilada hasta entonces en Silabario del Camino (Poesía Reunida 1973-2014) y al cual se siguen anexando otros poemas es una suma de un oficio riguroso con los años. Aurelio Arturo, afirma que “Este verde poema, hoja por hoja, lo mece un viento fértil, suroeste; este poema es un país que sueña”. Y junto a Colombia, junto a él, se evocan nombres como el de José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob, Guillermo Valencia, León de Greiff, Luis Carlos López, Luis Vidales, Carlos Obregón, Álvaro Mutis, Héctor Rojas Herazo, Eduardo Carranza, Fernando Charry Lara, José Manuel Arango, Jaime Jaramillo Escobar, Gonzalo Arango, Jorge Zalamea, Eduardo Cote Lemus, Jorge Gaitán Durán, José Luis Díaz Granados, Álvaro Mutis, María Mercedes Carranza, Raúl Gómez Jattin, Piedad Bonnet, Fernando Dennis, Darío Jaramillo Agudelo, Nicolás Suescún, William Ospina, Jotamario Arbeláez, Nelson Romero Guzmán, Elkin Restrepo, Rómulo Bustos Aguirre, Horacio Benavides, Giovanni Quessep y otros que siguen esta tradición con sus poéticas y cuyos contextos estilísticos son heterogéneos, como lo es también Colombia en su geografía. Ya sea en la altitud de las montañas, en sus innumerables caminos o al borde de sus playas o en sus ciudades cosmopolitas, es un país que sufre, un país que sigue soñando, como todos los nuestros.
En el año 2012, realicé un viaje precipitado a Bogotá y luego de recorrer calles interminables cerca de la casa Silva, en donde tuve un encuentro fugaz con el gran poeta cubano Alberto Rodríguez Tosca, tuve la oportunidad de enterarme luego que Juan Manuel Roca ofrecería una lectura en una conferencia sobre la preparación del whisky y degustación y era un momento oportuno para escucharlo y conocerlo. Ya de antemano había leído poemarios suyos como Luna de ciegos, Biblia Pauperum, Cantar de lejanía; entre otros. Esa noche le pedí firmarme sus libros y no pudimos conversar mucho. Tiempo después nos encontramos en México para el Festival Poetas del Mundo Latino y pude ahondar en sus pláticas, en sus maravillosos giros lingüísticos y ocurrencias, en su “rocabulario” y él muy amablemente me obsequió un número de poesía dedicado a Rimbaud con poemas y textos y reediciones de otros libros suyos como Temporada de estatuas. Luego en Tuluá Valle, gracias a una invitación de él y del poeta Omar Ortiz, pudimos participar de diversas lecturas de poesía y visitar la casa donde se ambienta la inmortal novela María de Jorge Isaacs. Fue un encuentro memorable. El gran valle era nuestro, con sus cañamelares, con sus trapiches y con el jugo genésico cargado de magia, de creencias, de trabajos rudos y de cantos sublimes.
Los registros y referentes culturales de Juan Manuel Roca, son amplios en su obra; desde experiencias personales hasta literatura sobre la literatura en poemas dedicados a poetas de otras tradiciones, personajes de libros, de la pintura, de la historia y demás. Y aquí están él y su palabra. Colombia, ese gran país del viento, de las murallas y de los cañones, de Mamá Negra y su cadena de oro brillándole en el pescuezo desde el Chocó, sus alturas andinas, sus verdes ancestrales y concéntricos de La Vorágine, las nieves perpetuas, sus cascos de oro Quimbaya, su Catedral de Sal, otros valles, su Guajira, el bullerengue, María Varilla y su Medellín florido y esas extensiones de tierra que recorrió Francisco el Hombre y que siguen recorriendo los vallenatos y sus duelos y sus gotas frías.
Ya lo dijo en un gran testimonio de admiración y de amistad, el otro inmenso poeta chileno con su inseparable gorro de marinero y su voz oceánica, Gonzalo Rojas: “Poeta mío entre los míos, lo que más celebro en él es la fiereza, esa amarra entre vida y poesía que llega a lo libérrimo, el tono, el tono, como dijo Vallejo, el epicentro de decir el Mundo. Y otra cosa: me hubiera gustado escribir mucho de sus textos”. Gran humildad y grandeza la de Rojas de reconocer la maestría de un compañero de oficio, pertenecientes al coro de las galaxias.
Otro gran poeta, un nicaragüense, Carlos Martínez Rivas, le cantó a una cartagenera (Yadira Jiménez) en su poema El Paraíso Recobrado: “Allá en la América del Sur, lejos en Colombia, donde el Magdalena corre ancho y solemne y el Tequendama se alza como un río que se puso de pie para mirar de lejos el mar”; así discurre esa gran tradición de Colombia y sus poetas, como el Magdalena y el Tequendama que siguen rebullendo hacia el océano. Es Juan Manuel Roca un poeta ya nuestro, con el sombrero sobre su cabeza cana y entrecruzado en el brazo, su morral wayuu desde donde saca sus libros para leer, donde convergen desde su mestizaje, desde su genio creador, poemas que fundan y derriban estatuas, susurran aromas de café, nos hablan de su país secreto, de sus jaguares, de sus avatares, en donde también se confabula como en su ars poética:
algunos viejos maestros
que conocen los conjuros
del lenguaje, aconsejan trazar
la palabra cerilla,
rastrillarla
en la palabra piedra
y prender la palabra hoguera
Siga pues, maestro Juan Manuel Roca, avivando nuestra lengua, como cuando el fuego conversa con el aire.
18 de enero de 2021
154 aniversario del nacimiento de Rubén Darío
Poemas de Juan Manuel Roca
EN LA GUAJIRA
Riohacha se yergue al pie de los espolones
De un mar que lame como un perro
Los pies blancos y pequeños de la playa.
Fue allí, frente a un barco desfondado
De tablones roídos por los colmillos del tiempo,
Frente a una nave desgalichada y sin dignidad
Que llevaba el nombre altanero de La Dama del Mar,
Donde abrí la puerta de arena
Que se extiende,
Que se extiende,
Que intercambia paisajes con el viento.
El mar seguía arrojando maderas a la playa,
Tufaradas de salitre, destellos de nácar,
Palabras como arpones llegadas de contrabando
Y la puerta abierta esparcía su fogaje.
Al desierto le gustan los acertijos,
Le gusta timar a los viajeros.
Son los suyos paisajes movedizos:
La montaña que cruzamos ayer
Al regreso decidió mudarse con su música a otra parte.
A la entrada de una ranchería vi pasar un paisaje
Que iba del Cerrejón al Cabo de la Vela. Llevaba
Chivos barbudos como rabinos,
Sombrilla de trupillos,
Dunas,
Totumas,
Gavilanes,
Un cementerio,
Mujeres wayúu cuyas mantas parecen
Veleros de color extraviados en la arena.
Abuela dijo que las mujeres guajiras
Son señales del viento en la ilusión del desierto
Y es una verdad que se vino enredada en mi mochila,
O si no, ¿ por qué sopla en el erial de mi memoria
Una manta que invita a navegar el silencio,
A volver tras un barco encallado en el aire?
Dos o tres noches después, tras el ensalmo,
Encontré que el paisaje se había instalado
A sus anchas frente al patio del mar,
Cerca a la empalizada de Dionisia. ¿Y la luna?
La luna de Riohacha es como una patena
En el altar de su cielo. Es de sal la de Manaure,
De harina de yuca la de Macuira
Y hay quien dice que la luna de Nazaret
Es la gran lápida común para sus muertos.
Península de la Guajira, garganta seca, reloj de arena,
Te cambio tres vacas, dos mulas, veinte chivas,
Jalea real, un bote con motor, 30 cajas de guisky
Por un rincón de ranchería y la mirada de Dionisia.
Guajira, garganta seca, reloj de arena,
No dejes de pasar por mí de vez en cuando.
UN PAISAJE ESCONDIDO
(LA FLORESTA, MEDELLÍN, 1953)
Aún no sabíamos que nuestra extrañeza
Venía de que todo niño es extranjero.
Alguien que vive en una eterna periferia.
Ahora, recordar aquel barrio
Es como encender en la alcoba el interruptor:
La quebrada vuelve a bajar tormentosa
Y a dejar sobre los barrancos
Unos peces palpitantes que pueblan de ojos las orillas.
Alguien del vecindario
Alquilaba la luna
Como un balón suspendido sobre los patios del verano.
Los muchachos mayores
Permanecían en corrillo en las esquinas
Contando sus proezas
O sonando una batería de canecas oxidadas
Con baquetas de sauces y escobillas de ramas.
El olor de las pomas
Se fugaba de las formas
Y entraba sin permiso en las ventanas.
Que aún llegaran, de tanto en tanto,
Los penumbrosos ladrones de ganado
Y las charcas croaran sin el estímulo de nadie
Era un oráculo que anunciaba la llegada
De las hormigas aladas y las lluvias.
El relincho súbito de un caballo
Recorría la calle y los cascos del percherón
Anunciaban el carromato de la leche,
Sus frascos que llenaban de un blanco de nube en la mañana.
En el granero, entre latas de sardinas
Y un cardumen de esferas de alcanfor,
Los viejos partían manoseadas de barajas
Y hablaban de sus pueblos
Como se habla de un perdido talismán
Aunque fuera azul y expresionista,
No voy a hablarles del cielo, ese lugar común,
Una lagartija se desliza en medio de mis palabras.
VALLE DE ABURRÁ, PLANO NOCTURNO
La tarde se escapa
Adherida al olor de las muchachas
Que en los portales ven crecer la noche,
Colmena de sus sueños.
En los barrios,
Viejos hombres recuerdan la aldea
Cuyo mapa tenía la forma ósea de un pescado:
Una larga calle como una espina dorsal
Y pequeñas callejuelas saliendo hacia los montes.
El río, plateado alfanje,
Cortaba el olor de los pomares.
De dónde, se preguntan, ha brotado la ciudad
Cuya belleza se esconde al mal viajero
Como una mujer envuelta en piel de asno.
Yo acudía a su llamado.
Entre heridos y canciones, yo acudía a su llamado.
Y veía al descender de la montaña,
Cómo desaparecía entre los arboles de la ciudad,
Estrella fugaz que hendía el azul
Como un cuchillo.
CRÓNICA DE QUIBDÓ TRAS LA LLUVIA
En la tarde,
Cuando el río Atrato
Semeja una plateada cimitarra,
La catedral de Quibdó
Se puebla de golondrinas.
Las muchachas negras
Abren sus paraguas
Como una floración nocturna.
Por el sonoro malecón
Y una mujer
Canta tras una empalizada
Una canción de adioses
Junto a una cuna vacía.
Ha pasado la lluvia
Pero algunas gotas persisten en caer
Sobre las lonas del embarcadero,
En los talleres de mecánica,
En la plaza de mercado.
Cuando caen las goteras
Sobre las canecas oxidadas
Y los techos de lata,
Se produce un ritmo sincopado,
Timbalera es la lluvia
A orillas del río.
Hay una dulzura frutal en el aire,
Una dulzura que habrá de perseguirme
En la noche que trae
Troncos podridos por la selva,
Remos perdidos de lejanos aserríos,
Ropas deshechas que el Atrato
Roba a las lavanderas de Beté,
Una luna con malaria.
En la noche que se hunde
En mi almohada como una barca.
Para Aristarco Perea, en memoria.
CATEDRAL DE SAL
Sudan las paredes en la catedral su yodo milenario
Cárcavas y catacumbas hechizadas por el blanco.
Gotea el tiempo como la mujer de Lot al pie de las fogatas.
Llevo en el bolsillo del saco el brillo de la marmaja,
Pedrusco plateado que los mineros llaman el oro de los tontos.
Afuera, la verde sabana resplandece
Y una tajada de luz besa a las montañas.
La iglesia subterránea, con algo de enorme cetáceo
Se zambulle en el profundo mar de su silencio.
La iglesia, siempre dispuesta a devorar los pasos ciegos de la noche.
Te recorro, oculta catedral, gran bodega de rezos y flagelos,
Noche escondida bajo la capa vegetal,
Taller de lunas donde esculpen la nave de Dios,
Reloj de sal escamoteado en un descuido del mar.
La mina se ha trocado en barco carbonero,
En ballena blanca perseguida por las blasfemias
De un delirante capitán.
Los blancos acólitos encienden cirios en el saladar
Y las llaves de San Pedro se llenan de herrumbre.
Madre, no mires hacia atrás,
La fábula repite la vocación de las estatuas
Y tú vives en mí, que soy tu hechizada catedral.
HISTORIA MÍTICA DEL BULLERENGUE
Nazaria me dijo una noche
En las albarradas de Mompox:
Cuídese de su mujer
Que ponga agua de tinieblas en la taza del café.
En luna tierna,
No lave ni deje que le laven su ropa
Ni siquiera en los sueños;
El que cree en ellos funda su pensamiento en un hilo de niebla.
Que no vaya a darle luna a su mujer encinta, mi señor,
El niño puede nacer con lunares y manchas
Y no ser hijo de la noche ni del sol.
Nazaria decía que cuando cae comida de nuestras manos, un trozo de casabe,
Una tajada de plátano o un puñado de arroz
Alguien de la parentela, vivo o ausente,
Debe andar en el monte asediado por el hambre.
Nazaria me regaló un hermoso talismán,
Una piedra curada
Que llevaba en el pañuelo rojo de su cabeza africana.
Eras, muchacha, la flor de los agüeros. Por ti supe
Que si entra un ciempiés en la cocina
Alguien prendió fuego a la cangrejera,
Que la llegada del copetón en las mañanas anuncia una visita,
Que el canto del sangretoro funda el verano,
Que si el pájaro carpintero llega al patio de casa
La policía vendrá con cara de pocos amigos,
Que la palabra tajamar espanta las aguamalas,
Que cuando pican las plantas de los pies
Pronto habrá baile, migración o paseo, al llamado de otro cielo.
Una noche me contaste
Que el brujo que grababa en hojas de bijao la palabra bullerengue
Vio una culebra mapaná escondida en la hojarasca.
Ahora creo entender, Nazaria,
Por qué hay algo de serpiente en tus pies
Cuando suena el bullerengue.
ENTIERRO Y RESURRECCIÓN DE MARÍA VARILLA
Llegué al alba,
No sé si a Ciénaga de Oro
O a un poblado del sueño.
De las casas de paja, de sus calles de tierra,
Salieron con velas y pasos encendidos
Gentes que parecían brotadas del aire
Y que iban tumultuosas a la plaza del pueblo.
Un bombardino puso en el aire
Un sonido de barco,
Como si hubiera estado por siglos
Encallado en los mangles del silencio
Y fue más grande y más blanca
La aureola lunar del cementerio
Era de ver la banda de músicos
De Ciénaga de Oro
Llegados de parte de la noche. Otros venían
De los Montes de María
Donde vuela el mochuelo,
De Montería
Donde el río se persigue a sí mismo
Para bañarse tranquilo
Y espiar a las mujeres
Que lavan ropa en sus lagunas.
Era un rumor de pasos,
Un bisbiseo de velas prendidas
Creciendo al ritmo del porro y del desvelo.
Don Pablo Flórez
Levantó su cabeza de torre inclinada
Y repartió entre los músicos
Un vaso de ron y la hostia de su voz.
Alguien anunció la muerte de María Varilla
Y dijo que había que enterrarla en el agua.
Por mitad del entresueño pasaba el río Sinú
Con sus taruyas e islotes,
Con esos paisajes errabundos
De bejucos y árboles caídos
Donde viajan en racimos de culebras.
Mi hermana dice
Que sabe a dulce de mamey el aire,
Que la música tiene olor de gramalote,
De forraje para alimentar
El caballo del sueño.
Los músicos bajan de la montaña,
Cruzan acequias y hondonadas,
Roban un poco de panela en los trapiches,
Se sientan en los bultos de harina y de maíz
Y sueltan como la cola de un cometa
Canciones de amor y cantos de vaquería.
Si tiene sed,
Voltee la totuma de coco en su boca
Y oiga renacer en la alborada
Los pies susurrantes de María Varilla.
Llegué al alba,
No sé si a Ciénaga de Oro
O a un poblado del sueño.
Un bombardino me extravió en sus calles
Cuando iba de paso.
El bombardino,
Me lo dijo don Pablo Flórez,
Sirve para atrapar el viento,
Para volverlo tenor en sus pistones,
Pero es también un señuelo,
Una trampa para extraviar a los viajeros.
*a Jorge García Usta, en su memoria
CABALLO PARA UN GALERÓN
Por la sabana inundada camina mi caballo. Caballo brujo
Que tiene pelo cimarrón y ojos de carey. Fue potro
En Yopal, será semental en Tauramena, es viento ensillado
Que espanta sombras de muerte y alcaravanes. Este país canta.
Entre faenas de vaquería y perros de agua,
Entre nutrias y paujiles, entre arpas de fina lluvia, canta.
Una muchacha de ojos de melaza entona un galerón
Que habla del venado que se esconde en los pastizales,
De las nubes que en invierno bajan de la montaña
A bañarse en los charcos poblados de peces blancos.
El vaquero lleva un puma en el pecho, su febril resonancia.
Como mi caballo, un dios alazán al que le dan llanura por casa
No teme a las fogatas que encienden en círculo los muertos.
Cuando salimos de la sabana inundada
El rayo dibuja su escalera en el tablero del cielo
Y los cobertizos anuncian en el aletaje de sus techos
Otras lluvias que golpean las puertas de la aldea con hambre de río.
El Arauca, su correo del azar,
Se ocupa en dar el amén a la sequía
Y de enviar hojas de aragüaney o ramas de búcaros
Al caudal del Orinoco: no tiene fronteras el río, sus sueños
De viajero, su vocación de errancia y sus trazas de inmigrante.
Ni el totumo ni los juncales diferencian
Las dos patrias del llano,
Para ellos el cielo anda en pelo por el aire,
Se desnuda de nubes encima de un morichal.
Vastas estepas, murmullo de astros, hogueras y relámpagos,
Todo parece decir que si alguien creó al caballo
Debió hacerlo
Tras siete días de bajar del piedemonte a los llanos.
Por la sabana inundada camina mi caballo. Es un caballo de bruma,
Un animal que conduce mi ceguera nocturna
Por un pueblo de hierbas y un laberinto de olor. Caballo brujo,
Caballo que masca el forraje del sueño y los envoltorios del maíz,
Un arpista de la aldea dice que alguna noche
Alistará sus dedos de cáñamo y te hará un galerón.
Para Stefania Mosca, en la memoria
MAPA DE UN PAÍS FANTASMA
A retazos habría de recordar
Trechos de camino: jugadores de tejo
Bajo una luna de potrero y hombres en bicicleta
Cruzando en medio de los pinos.
Si con solo doblar el mapa del país
Se guardaran en el bolso
Parajes que la memoria no visita,
Se podría dibujar un atlas del olvido.
Hay una tuerca suelta
Después de ajustar todas las piezas
Y acaso sea la que da vida a todo el engranaje:
Mi corazón andaba en cuarentena
O acaso dejaba que las lianas
Treparan evitando un nuevo viaje.
Por esos días
Yo ignoraba que ir de viaje en mi país,
Que soltar pie por los rincones de Colombia
Es entrar en un mapa cuyos predios
Siempre son ajenos.
Pero a veces me iba. Me iba con un maletín
Heredado de un fantasma
A mirar desde un tren las hojas de plátano
En sus lentos aletajes
O un árbol nocturno bajo el sol de los cocuyos.
Algunas veces recorrí de un lado a otro
Sus silencios, como animal en acoso
O como sombra en busca de su cuerpo.
En cantinas aprendí la historia negra del país,
Las leyendas que corren como el negro corcel
De un bandolero.
Desde las esquinas del baile hasta las zonas
Del peligro, el país que me habita
Desliza la hoja limpia de su cielo.
SALMO DEL VALLE DE UPAR
Si el agua
Baja preñada de presagios
Desde la Sierra Nevada
Hasta los pies de Nazaria.
Si caen mangos maduros
Rasgando el silencio
Sobre una piragua abandonada.
Si al llegar al valle
El algodón
Parece la nieve del trópico.
Si el tren
Iza su bandera de humo
Entre los blancos algodonales
Como un fantasma de hollín
En un cortejo.
Si el viento trae vagos acordes
Del cantor que venció al oscuro
En un claro del bosque
Y de la noche.
Si desciende en el torrente
Del invierno
Una flor robada por el río
A la tumba de Lorenzo Morales.
Si el agua
Se baña a sí misma
En los charcos de la luna.
Si llega
El vuelo silbante del mochuelo
O de un pájaro maicero
Que aprendió con Alejo Durán
Sus notas pesarosas.
Si alguien lleva en su caballo
Noticias del viento
Desde Bosconia a Becerril.
Si donde nace la lejanía
Hay un rumor de pailas de cobre
Y un olor de contrabando.
Si el cronista del río
Cuenta historias de espantos
Que asedian
Las calles de Tamalameque.
Si la ceiba
Dibuja en la pizarra del río
El mapa de su fronda,
Es hora, compadre Luis Mizar,
De escribir un nuevo salmo.
Para Luis Mizar Mestre.
Valledupar, orillas del Guatapurí.
SALMO DE LOS NEGROS
El repiqueteo de tambores
Como cielos rasgados
Anuncia la fiesta
En los bohíos rumorosos
Que huelen a noche
Y a rastrojo.
La noche se llena
De lenguas de fuego
En la penumbra
Y los negros sueltan
La madeja de sus pasos,
El hilo de cáñamo
Que se enreda
En sus encallecidos
Pies descalzos.
Alguien fabrica
Un timbal con la luna.
Viajero,
Si escucha en el cielo
Un gran estruendo,
Si escucha el resonar
De la lluvia en los tejados,
Algún niño negro
Podría estar bailando.
Ah, estos niños
Que antes de caminar
Ya bailan
Tras la cadera de tambor
De sus hermanas.
Viajero,
Si llega a un poblado negro
Y siente en mitad de la noche
A la tierra galopando,
No es que tiemblen
Las calles.
No es que cruce el tren
Arrastrando en su cola
La aldea miserable.
Es el baile que empieza.
MONÓLOGO DE JOSÉ ASUNCIÓN SILVA
La ciudad que me rodea
Y se duplica en los charcos de lluvia
Tiene un ropaje de sombras.
El viento que viene del páramo de Cruz Verde
Con su negro levitón nocturno
Rasguña los vitrales de la casa,
Se cuela en los campanarios,
Golpea
Los aldabones de bronce de la Candelaria.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Entre cercanos silencios
Resuenan las guerras del país
Mientras tintinea el quinqué
Con el que alumbro mis confusos libros
De comercio.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Los corrillos de seres embozados
Murmuran a mi paso. Figuras fijas al paisaje,
Estatuas de nieve a la entrada de una iglesia,
Maniquíes
Apenas movidos por el frío cuchillo del
Páramo.
Ese viento, mi alma es ese viento.
¿Quién dibuja en mi blusa el mapa del corazón?
¿Quién traza un centro a la ruta de mi fiebre?
La hermana muerta atraviesa el patio:
Su voz ya pertenece
A las construcciones secretas del vacío.
Ese viento, mi alma es ese viento.
La aldea despereza su piel de adormidera,
Filtra una luz en los costados de la plaza
A una hora en que la ciudad parece viva,
Hablo de su lentitud, de su pasmosa fijeza:
Mientras concluye el gesto de un hombre
Que lleva de la mesa a la boca su pocillo.
Cruza la eternidad, el mundo cambia de
Estaciones,
Pasan las guerras hay futuros en fuga
Y el hombre no termina el ademán
Que funde sus labios a la taza de café.
Todos parecen tocados de embrujo,
Acaso miren en su quietud
El pájaro invisible
Que les señala un oculto retratista.
Y de nuevo, el viento.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Un disparo más, dirá el vecindario.
Un disparo más en las eternas guerras
Del olvido,
La vida, esa feroz bancarrota.
*a Ricardo Cano Gaviria
CORTOMETRAJE DE BOGOTÁ, CAPITAL DE LAS AUSENCIAS
Es a esta hora cuando las velas se encienden
Y la mendiga de la Iglesia de las Nieves
Guarda bajo su falda un botellón de avispas.
Las mujeres reparten boletines de la aurora
Y los circos de carpas de espejos
Regresan con las lluvias. Un viento de arrabal
Vaga por la sabana haciendo una música de nieblas.
Vendedores de la lotería del verano
Bajan al mercado negro entre las moscas
Más ruidosas del sonoro continente,
Algunos hombres huyen de prisión
Cuando la cordillera de los Andes se despereza
Y ríen las mujeres sobre sus zuecos
Del color de la champaña. Una sala de cine
Proyecta la historia de un fantasma que viaja
En vagón de segunda hacia un poblado del Cauca,
Cuando salimos del socavón del cine
El frío anda suelto por las plazas
Y la ciudad se agazapa en un concilio de mantas.
Los poetas callejeros, que trafican en nostalgias,
Entonan canciones de ayer en una lengua olvidada.
Un loco subido al techo de un auto abandonado
Grita frente a la Iglesia de la Candelaria:
“Prendan las luces, prendan las luces.”
PAÍS SECRETO
Lo convoco,
En la soledad
Que despliega azules alas
Lo convoco,
País secreto
Donde no cruza
El tren del desconsuelo
Ni se almacena
La muerte en astilleros,
Donde no se otorgan
Plenos poderes a los muertos
Ni se escucha la falsa canción
Del satisfecho.
Lo convoco,
País secreto,
País del nuevo viento:
Un contrabando de sueños
Cruza todas las noches
Sus fronteras.