Juan Antonio Massone

En el centro de tu nombre

 

                                                                         

Por Stefania Di Leo*

 

Escribir poesía es como respirar. Ser poeta es un signo inextinguible de que existe un soplo incluso más ligero que la vida misma. Ser poeta es, definitivamente para algunos grandes hombres, el colmo del sentimiento, sin previo aviso, el infinito tembloroso que no desaparece, incluso cuando incineran sus cuerpos.

Todo esto se siente cuando leemos a Juan Antonio Massone (Santiago, 20 de junio, 1950), percibimos una admirable poesía que sale y acompaña todas sus palabras, un clasicismo fuera de tiempo y de medida. Hablando de Chile podríamos hablar de la economía, de las creencias, pero la poesía de este país es algo sublime así como demostró el gran Pablo Neruda.

Ser poeta en Chile es sinónimo de sentir más dolor y más apego a la tierra. Y así, en la hermosa Santiago de mis sueños, encontramos a Juan Antonio Massone Poeta-Profeta, susurrando algunos versos que quedan impresionados en la mente y el alma: “Después de todo, no es difícil /dejar intocada otra alma/de alguna felicidad”.

En el centro de tu nombre, edición bilingüe español-italiano es la búsqueda de orígenes,  una síntesis del Amor en plenitud, desde la felicidad y la ternura, hasta la soledad y el abandono; son versos de honda madurez, pureza y equilibrio: “Un niño correrá entre la gente:/ no llevará tus ojos ni los míos/ su inocencia por el mundo”.

La poesía de Juan Antonio Massone es atemporal, a menudo recuerda sus orígenes, y es evidente en los versos la unión con la naturaleza: me atrevo a decir que su poesía representa una síntesis con el lenguaje de las flores: “No era cosa de hablar a nadie si brotaba/ la solitaria flor del jaracandá desnudo. Ahora ya no hay prisa. Lo mismo da/ que tú me escuches o brinde el roquedal/ con una acacia”.

Juan Antonio Massone es también poeta de la memoria, su palabra se pronuncia cuando las luces comienzan a fluir de las sombras y la presencia aparece en los momentos de encuentro; las cosas se pierden y se convierten en fantasmas, a pesar de las huellas de tránsito y la densa emoción de la memoria. Los versos de Massone reflejan la claridad de la mañana, la limpieza de la oscuridad: beben en el lago de la aventura. Su escritura es salvación,  música antigua del espíritu humano que intenta cantar las purezas perdidas del amor. “Si alguien estuviera conmigo, la palabra/ podría ceñir de la cintura a un ángel en momentos aliviados por el amor”. Para el poeta el amor es alivio, una caricia vital y una fuente de energía; su sentimiento está extremadamente vinculado al inmensurable árbol de la existencia.

El poeta chileno nos ofrece un enfoque secular de la espiritualidad, que no surge de una manera didáctica o imperativa, no tiene como objetivo enseñarle nada al lector: simplemente ofrece un testimonio, diciendo un camino en la oscuridad del sufrimiento y a la luz de la esperanza, el consuelo, el despertar. A menudo se piensa que la solución al dolor esté en otra parte, sin embrago el dolor es su misma solución, sentirlo, habitarlo, saborearlo, poco a poco se convierte en parte de nosotros. Eso y mucho más expresan los versos de Juan Antonio Massone que celebran el amor por encima de todo. La verdad no se vuelve excepcional, ejemplar, heroica, sino permite que las cosas sean como son, permanecen en una actitud de expectativa confiada y silenciosa sobre lo que sucede en nosotros y alrededor de nosotros, sin interferir, sin fingir, sin cambiar. “Nunca será lo mismo/ decir abrazo/ que invocar a quien supo negarnos/ los ojos del pudo ser y su milagro./Esta palabra es tan tuya/ que se sirve de mis labios/ cuando quiere besarte”.

El encanto y la soledad son los estados en los que vive su poesía. Y las coordenadas que sus referencias, tanto literarias como no literarias, pueden dar, así como la “división en el cielo y en la tierra”. Ahí está el fuego de los rusos: Pasternak y, sobre todo, Cvetaeva, está el aire, la ligereza, el aliento que recuerda la meditación, aunque la cristiana religiosidad de Juan Antonio Massone esté expresada en plenitud en otros libros especialmente en Tiempo de vivir (Ediciones agustinianas 2010).

Entre los versos de En el centro de tu nombre aletea la ligereza que también se encuentra en el trabajo de Wisława Szymborska: por la claridad de la mirada, es decir, la ironía y el “iluminismo lúdico”, que convierte a Juan Antonio Massone, en una voz singular, fuera de todo marco o moda contemporánea. Porque desde otro punto de vista la poesía del autor está hecha de tierra, de cuerpo, de vida: la vida y el trabajo son inseparables en él: uno informa, traduce o aclara el otro, y viceversa. Finalmente, digo la ausencia: y me refiero a la fuerza interlocutoria y fabulosa de los versos que surgen de un gran talento visionario: “A menos que me impongas/ tu ausencia y olvides/ la hora enardecida, nunca me iré de ti”. Una fuerza a menudo también terrible, en el sentido del dolor que fluye, es el dolor que la vida arroja a la experiencia. “Fracasé. Lo hice yo mismo./En primera persona”. La experiencia que está en el centro de este libro, en cada uno de sus poemas, es la experiencia del abandono amoroso y de la separación aunque sobre todo física; sin embargo, el poeta siempre habla de otra cosa, de esa totalidad más allá de la división entre cuerpo y cuerpo. Este libro expresa el desamor no para llorar el amor, sino para decir que éste permanece y queda, con muchísima gracia.

El amor por encima de todo, en el sentido cristiano, casi recordando a Dante Aligheri, es el sentimiento que mueve el libro: el título lo declara. A través de estos versos, llegamos a la conciencia de lo que uno es en el cuerpo y en los procesos mentales, recuperándonos del sopor de un pensamiento adulterado y dormido, impuesto desde el exterior. Alejándonos de los lugares riesgosos y poco confiables que habitamos, de las convenciones y los hábitos de cansancio, borrando en nosotros los deseos y los apegos excesivos, podemos encontrar un refugio, un asilo protegido: “La eternidad anima al tiempo/si existe un nombre/y las manos juntas son orillas en donde lo indecible/ convierte guijarros apenados/ en luminarias que ríen”. Para realizarlo utilizando algunas modalidades de comportamiento físico (como la referencia al suelo, la unión de las manos,) nos impulsan a la humildad, a superar todo dualismo, a controlar las emociones engañosas. En los versos del poeta chileno, el lenguaje engañosamente simple, y las metáforas evocadoras, la confianza, la sacralidad y la esperanza se miden con la necesidad de la poesía buscada a través de muchos caminos interiores y perceptibles en el silencio y en la paz.

                                                                                                             Nápoles, 2019

 

 

 

Poemas de Juan Antonio Massone

 

 

Alguien en la calle
Envía documentos que le son devueltos.
Nadie ha logrado comprender
por qué jamás se sacia el expediente.
Acude a oficinas, trata con funcionarios
y es casi nadie en la carpeta abierta.
Se aficiona a la derrota:
ignora cómo vivir su noche de toda hora.
Algo avanza y más pronto retrocede,
los pies parecen fijos en la tierra
en cuanto el sol le abate al mediodía;
consulta adivinos y se conecta a cada rato:
le aseguran que tiene mil amigos;
el mundo responde a gritos.
Se aísla usando audífonos.
Su único secreto son las claves:
Rut, contraseña, ingrese su tarjeta.
Tiene poco que ver con su sonrisa.
Por momentos, le avergüenza existir
y más frecuentemente se perturba.
Desabrido, vacío, respira en el límite.
En su horizonte no existe firmamento.
Acumuladas, las jornadas se parecen
a jornadas obedientemente acumuladas.
Sospecha que alguien falta entero:
un vacío del tamaño de Dios. Al menos
un ángel podría sostenerle la cabeza.

(Inédito)

 

 

Consejos globales inclusivos

Las cosas suelen estar algo cambiadas:
se gozan con la idea de crecer al revés.
Que no le importe, ni mucho menos
le incomode esta veleidad a la moda.
Olvide las estrellas y estornude.
Continúe. No coma demasiado, pero
recuerde fotografiar lo que engulle.
Luego—quiero decir muy pronto—
suba la imagen a un sitio preferido
y brinde. No olvide que usted
es de los que declara sin demora:
“Te quiero demasiado”. No se detenga.
Cumpla con su deber: a los demás
les interesa saber de su vida, sobre todo
de lo que siente. Por favor, diga ¡ay!
-ojalá sin faltas de ortografía–,
aunque estas carecen de importancia.
Estoy seguro de que no faltarán
a la cita elogios y alentadores “Me gusta”.
Aplausos. Ha obtenido emoticones.
Tampoco elimine del menú
los eslóganes frecuentes;
frótese el ombligo e inscríbase
–últimos días de oferta—
en un curso de felicidad veloz.
Hágase el leso en conciencia
y adopte un rostro complacido.
Siga de largo. Cuídese mucho.
Como a usted—¿cómo le dijera?—,
no conozco a alguien de más
imaginación y ternura. Es bacán.
Mantenga la tranquilidad y disfrute.
En este momento, los perros
pasean a sus dueños.

(Inédito)

 

 

Una infancia

Yo fui un niño que tuvo patio
con un perro que se perdió una vez
y hasta el día de esta tarde no regresa.

Yo era un niño que olía tierra húmeda
y fue mío despedirme de momentos
como si el día acostumbrara a morir.

Yo fui un niño en un patio y ventolera
con más ladridos debajo de la tierra.
La nieve parece ahora menos blanca.

Yo era un niño que pactó con lagartijas
y queltehues invocando nuevas lluvias
en espera de pan con mantequilla.

Yo fui un niño y, de en medio del patio,
una acacia con nidos fue arrancada.
Los años aún no dicen para qué.

Yo era un niño con un perro
al que asustó la muerte muy temprano
y el pálpito quedó mío sin deseos.

Yo quedé niño de patio sin acacia
ni perro, sin estar seguro de nada más.
En los otros quedaba la alegría.

(Pedazos enteros)

 

 

Sólo para ti

Sólo para ti se escribieron estas palabras.
Las sintieron días enteros de acariciar
facciones que la memoria aviva cuando
está complacida la tristeza. Con piel
desengañada y zozobra fueron dichas,
incluso el raído viento de los sueños
abrió de par en par las noches
para hacértelas propicias.

Como siempre que de anhelos se trata,
estas palabras color damasco
sobre un fondo de cielo distraído,
las recibirá el vivir de quienes
no pensó la fervorosa soledad.

De todos modos, quiero recordarte
la esperanza de un día no lejano,
cuando tú deshojabas mi nombre
y era innecesario despedirse.
Ahora tú eres el único afán
de estas palabras, el único destino;
mientras yo, el prendado de la noche.

(Pedazos enteros)

 

 

El suicida

Por más que quiera hoy
celebrar el universo
o en la memoria sellar
amados rostros de la espera;
por más que hoy quiera
un cielo amanecer
y el Juicio Final me fuere
venturoso o casi tierno;
por más que ahora me acerquen
un parentesco de estrellas,
pruebo el barro más gris
de estar siempre remoto;
por más que ahora recuerde
a los otros que fui, al universo,
en nada me quiero hoy, en nada;
toco fondo de no sé, toco fondo.

(A raíz de estar despierto)

 

 

Escribe Tú la página

La página está en blanco, por ahora,
y ya no puedes desoír cómo se destripa la historia.

El tercer verso quisiera untarse en el alba
de ese tercer día cuando murió la muerte.

Pero las jornadas con sus noches sobre Gaza
dejan miradas fijas, manos sin regreso.

La página queda salpicada de alaridos, desde ahora,
y si calláremos, hasta las piedras gritarían.

Atolondran cuervos encima de clamores;
y el “no matarás” se queda exánime y amargo.

Podrá disponerse otra vez una página en blanco,
menos la mirada inerte y el regreso mudo de las manos.

¿Qué puedo decirte, Yahvé, que tú no sepas?
¿Quién confesará tu nombre, Alá de la misericordia?
Padre, escribe Tú la página en un blanco sin muerte.

(Juntémonos ahora)

 

 

Tres es el número perfecto

Tres son las Personas Primordiales,
los años ocultos del Mesías fueron treinta,
tres los Reyes Magos y la Sacra Familia,
las tentaciones tres y los regalos,
múltiplo de tres los doce apóstoles,
tres en el Tabor y tres en el Calvario,
fueron también tres los años públicos,
tres veces los dejó velando en los olivos
y por otras tres los halló dormidos,
las negaciones tres y las horas de la Cruz.
Tres veces Cristo dijo: “Tú, ¿me amas?”,
las consultas de los jefes fueron tres,
Pilato vaciló también tres veces,
treinta monedas fue la tasa para el Hijo
y el velo del templo se rasgó a las tres.
Al tercer día resucitó de entre los muertos.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

(Las horas en el tiempo)

*Poeta y traductora italiana.

Juan Antonio Massone Nació en Santiago de Chile, en 1950. Poeta, ensayista, antólogo, profesor de castellano y Magíster en Literatura por la Pontificia Univer ... LEER MÁS DEL AUTOR