José Sarria

El color de la memoria

 

 

 

YO SOY EL ORIENTE

“Yo soy Oriente”
(AMIN AL-RAYHANI)

“Comprendía
que la patria
es beber el café preparado por su madre”
(MAHMUD DARWISH)

Yo soy el Oriente y mi patria es un lugar en el que florecen los blancos arrayanes, un recóndito reino donde alcanzas a comprender los misterios a través del olor de la canela. Mis raíces se encuentran en una ciudadela detenida en el tiempo; allí puedes embriagarte con las ligeras notas del diván de los viejos poetas o con la sonora armonía de sus caravanas.
En mi patria se extienden las arterias sin asfalto que alcanzan los confines del alma. En su universo no existen templos, altares o banderas y el tronar de los himnos ha sido sustituido por el suave gorjeo de las alondras.
Pero antes, hubo días de los que no recuerdo casi nada, en los que yo también habité en las afueras, cuando viví como un corazón abatido, en la sombra de una llama; días cuando izaba gallardetes y estandartes y mis ojos deambulaban por los mapas encarnados del desasosiego. Era una edad en la que la vida me golpeaba como un feroz enemigo y clavaba sus dientes de león en todos mis amaneceres.
Más adelante, volví a nacer, sin fecha ni identidad. Fue el instante en que se rebeló mi sangre, el tiempo cuando brotaron de mis manos ramas de olivo, florecieron las moreras y los naranjos, mientras abrazaba las estrellas o extendía mis brazos sobre los arroyos.
Aquel día descubrí una casa iluminada y entendí que yo soy el Oriente. Desde entonces supe que mi patria es beber, a breves sorbos, el café preparado por mi madre.

(Inédito)

 

 

 

GUADALQUIVIR

“Al despedirse de la Andalucía
sintió el sabor salado de la muerte…
Guadalquivir mi corazón se llama”
(ANTONIO GALA)

Abrí mis brazos y se convirtieron en calles de agua por donde transita la sangre de geniles y guadairas. Mi corazón se hizo más ancho mientras atravesaba pinedas, olivares y campiñas, perforando el pecho de Andújar, Sevilla y Córdoba con la profundidad del cante de las minas.
Volví la vista de siglos y contemplé al instante cómo mi fecundidad fue patria de reyes tartesios y de legiones romanas.
-Yo soy el agua del islam y la fe del bautismo -musité con la calma de quien se abandona, por amor, a su destino.
Con el sabor de las marismas adiviné la fértil voz de los hijos de la Andalucía y al fin, presintiendo la eternidad, me adentré en las aguas de un mar que me abrazaba.
Volví la vista, por última vez, antes de entregarme a la letanía de las olas, mientras el océano preguntaba por mi nombre: Guadalquivir mi corazón se llama.  

(De El color de la memoria)

 

 

 

EL PAÍS DE LAS PALABRAS

No tengo otro país que la palabra
y el color carmesí de los geranios:
el último vestigio de mi origen sureño
donde existe una casa blanca
que atesora el sonido de la noria
llevada por el agua,
un reino de membrillos y granados
con sus frondosos huertos,
un remanso de paz al borde del olvido:
el lugar donde habitan mis horas sumergidas.

Siempre atesoré la certeza
de que al final nos quedaría
el murmullo del agua en las acequias,
el sustento de los geranios
y la patria común de la palabra.

(De El Libro de las aguas)

 

 

 

INFANCIA

Cuando cae la tarde, al final de los años, los recuerdos se inclinan como las ramas de los árboles de un bosque abandonado. El perfume del aire convoca las primeras inocencias y me hace regresar hasta un lugar en donde aguardan las horas más hermosas, a un patio en el que aprendí el lenguaje del agua y los jazmines.
Allí está. He visto cómo me mira y sonríe. No se ha ido. Espera en aquel preciso santuario, universo donde las cosas y los lugares mantienen, intactas, sus promesas: el amor adolescente, el candor inagotable, las barcas repletas de frutas y canciones, el camino de los naranjos o el olor de las manzanas de oro: los destellos más altos, los himnos de las victorias.
Mirándote a los ojos, contemplando tu acendrado rostro, sé que tú estás y que soy yo, quizás, el extraviado, el abatido, el ausente, y que ya no encuentro las palabras con que nombrar lo que tanto amabas. Sin ti no me quedan ojos con que mirar desde tu corazón de niño, pues mi existencia es un extraño naufragio, desdén del tiempo y despojo de mis últimos combates.
Cuando cae la tarde quiero llegar hasta el fondo de las aguas, hasta el abismo de tus ojos, aquellos que encendieron banderas en las terrazas de mi alma, y rescatar de tus rojas sienes promesas por cumplir, y oír tu cadente voz susurrarme: todavía, todavía,…

(De El Libro de las aguas)

 

 

 

HUERTA DEL CIELO

“Mi mano está escribiendo el color del recuerdo”
(MARILUZ ESCRIBANO)

Mis recuerdos son de un patio arabesco adornado por macetas de bermejos geranios y una huerta que generosa nos regalaba la sombra hospitalaria de los limoneros, a pesar del tiempo y el abandono. El canto de los pájaros, que reposaban en las copas de los escasos árboles que se mantenían en pie, acompañaba a los rayos de sol atravesando sus ramas. Tan sólo su gorjeo desafiaba la soledad y el silencio de ese santuario, y su sonoro trino transformaba la decadencia de la finca en puerta del paraíso.
Allí, cada tarde los ángeles descendían por la escala dorada de Jacob para escuchar el arrullo de los pájaros, olían el pan aún caliente de mi madre y pronunciaban mi nombre.
Aquella casa es el Sur, huerta del cielo, patria de mi corazón y lugar en donde nacen las raíces del agua.

(De El Libro de las aguas)

José Sarria Poeta, ensayista y crítico literario. Académico Correspondiente de la Real Academia de Córdoba, secretario general de la Asociación de C ... LEER MÁS DEL AUTOR