José Lezama Lima. Minerva define el mar

Presentamos dos textos claves del mítico autor cubano.

 

 

 

José Lezama Lima

 

 

Son diurno

Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura,
como el órgano que se rodea de un fuego
húmedo y redondo hasta el amanecer
y hasta un ancho volumen de fuego respetado.

Ahora que tu voz no es la importuna caricia
que presume o desordena la fijeza de un estío
reclinado en la hoja breve y difícil
o en un sueño que la memoria feliz
combaba exactamente en sus recuerdos,
en sus últimas, playas desoídas.

¿Dónde está lo que tu mano prevenía
y tu respiración aconsejaba?
Huida en sus desdenes calcinados
son ya otra concha,
otra palabra de difícil sombra.
Una oscuridad suave pervierte
aquella luna prolongada en sesgo
de la gaviota y de la línea errante.

Ya en tus oídos y en sus golpes duros
golpea de nuevo una larga playa
que va a sus recuerdos y a la feliz
cita de Apolo y la memoria mustia.
Una memoria que enconaba el fuego
y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas
el discurso del fuego acariciado.

 

 

 

Minerva define el mar

Proserpina extrae la flor
de la raíz moviente del infierno,
y el soterrado cangrejo asciende
a la cantidad mirada del pistilo.
Minerva ciñe y distribuye
y el mar bruñe y desordena.

Y el cangrejo que trae una corona.

La batidora espuma, la anémona
desentrañando su reloj nocturno,
la aleta pectoral del Ida nadador.
Su pecho, delfín sobredorado,
cuchillo de la aurora.
Ciegos los peces de la gruta,
enmarañan, saltan, enmascaran,
precipitan las ordenanzas áureas
de la diosa, paloma manadora..
Entre columnas rodadas por las algosas
sierpes, los escondrijos de las arengas
entreabren los labios bifurcados
en la flor remando sus contornos
y el espejo cerrando el dominó
grabado en la puerta cavernosa.
Su relámpago es el árbol
en la noche y su mirada
es la araña azul que diseña
estalactitas en su ocaso.
Acampan en el Eros cognocente,
el mar prolonga los corderos
de las ruinas dobladas al salobre.
Y al redoble de los dentados peces,
el cangrejo que trae una corona.
Caduceo de sierpes y ramajes,
el mar frente al espejo,
su silencioso combate de reflejos
desdeña todo ultraje
del nadador lanzado a la marina
para moler harina fina.
Lanzando el rostro en aguas del espejo
interroga los cimbreantes
trinos del colibrí y el ballenato.
El dedo y el dado
apuntalan el azar,
la eternidad en su gotear
y el falso temblor del múrice disecado.
El mascarón de la Minerva
y el graznar
de las ruinas en su corintio
deletrear,
burlan la sal quemando las entrañas del mar.

El bailarín se extiende con la flor
fría en la boca del pez,
se extiende entre las rocas
y no llega al mar.
Roto el mascarón de la minerva,
otrora la cariciosa llanura de la frente
y el casco cubriendo los huevos de la tortuga.
Subía sobre la hoguera de la danza,
extendido el bailarín, sumado con la flor,
no pudo tocar el mar,
cortado el fuego por la mano del espejo.
Sin invocarte, máscara golpeada de Minerva,
sigue distribuyendo corderos de la espuma.
Escalera entre la flor y el espejo,
la araña abriendo el árbol en la noche,
no pudo llegar al mar.

Y el cangrejo que trae una corona.