José Francisco Robles

Huellas en la nieve

 

 

 

 

 

Pacífico

 

Este es el océano

que conoció tu padre

cuando soñaba

con un mundo sumergido

tras el cielo de plata y la bruma.

 

Este océano

me llevó y me trajo

entre sus encajes

cargados de arena y aire.

 

Aquí nací,

sobre esta tierra,

espina de dolor.

 

Aquí tallé mis pies

que se fueron

para encontrarte

en tierra de lluvia.

 

Pero este mismo océano

nos hizo amar

el alma de las cosas

que has descubierto

en tus primeras tardes

de sol.

 

Cosas que se aman

y se tocan y se huelen

como ese pino alto y seco

de nuestro jardín en otoño.

 

 

 

 

 

Ruit hora

 

Cuánto vivirás,

pequeño corazón,

reloj de mi propia ceniza,

para tocar las alas del mundo

mientras vuela sobre la aurora.

 

Por cuánto te quedarás en esta tierra,

por cuánto recordarás estos días

en que el mundo camina tras tus pasos

como un pequeño animal en ruinas,

y te mece como la madre de los vientos

lo hace con las palabras de aquellos que se han ido.

 

Quiero ver los ríos que se precipitan

hasta el pozo abierto de tus horas

y respirar el aire exhausto

que abandonarás

cuando se cierren los caminos para mí ya cerrados,

cuando vuelvan tus ojos a tocar mi rostro

tras tus párpados de azul transparencia.

 

No quiero estar lejos de los árboles a esa hora.

 

Quiero vivir,

vivir eternamente,

como el sabor oscuro

de los oscuros huesos de esta galaxia.

 

Y quiero presentir que la historia es solo

la fuga de una jauría que desea la vida,

y liberarse,

y vagar aquí,

en los abiertos bosques de los bosques.

 

 

 

 

La colina

 

Cuando sea inmortal

te llevaré a la verde colina

donde zumban y cantan

las abejas de la madera oscura.

 

Te dibujaré una noche

la flor divina del helecho,

sus aguas atesoradas y relucientes

como los dientes del sol de la mañana.

 

Te diré con calma

que aquí estaré hasta que despiertes.

 

Y luego me sentaré a contarte

la historia de por qué

la nieve ama al silencio

y por qué una fábula

es un espejo sin luna.

 

Un día como hoy

vine con los pies cansados

a tocar las puertas de este mundo.

 

Me viste salir,

pero no entrar.

 

Preparé el pan y el agua de ese día

y dije algo sobre el sueño de ser un insecto.

 

Leí tus primeras letras

apiladas en la esquina de la ventana.

 

Luego pensé que ya era tarde,

más tarde que ayer y que mañana.

 

Estabas tú mirándome las manos:

dijiste que querías sentir

la sombra de las nubes.

 

Entonces caminamos

entre el viento

que la tarde abandona

para que respiren

los seres que crecen

con la noche.

 

Cuando sea inmortal

iremos a la colina

en busca de abejas:

besaremos hormigas,

oleremos flores.

 

Acariciaremos hojas,

las secas y las húmedas.

 

Y descubriremos en el cielo

el paso de las aves

que se alejan del mundo

sin decirnos nada.

 

 

 

 

Fragilidad

 

Es un diamante herido

aquel que pende sobre la tierra:

fragmentos,

polvo,

astillado navío,

la fragilidad de todo cuanto veo.

 

El temor de ser

respira en el corazón de las rocas

y crea la vida

que hoy tenemos por vida.

 

Fragilidad,

diminuto fuego

que acaricia con suavidad

la piel de las aguas.

 

Todo está roto

como esa agua que se mueve

de molécula en molécula.

 

Como el espacio,

todo está roto desde siempre,

desde que el sol,

ese inmenso pájaro humeante,

se posó en la copa oscura

de un árbol.

 

Fragilidad,

eres el diamante que rueda

por colinas abandonadas,

por donde ningún elemento

ha querido rodar cuesta abajo.

 

A veces recuerdo que estoy vivo

y que estoy atento a las horas,

al paso preciso del día a la noche,

y de la noche al amor,

y del amor a los labios del aire

que susurra el destino de lo que veo.

 

Desde este fragmento de vida,

­­desde esta astilla,

prueba de la rotura de todo,

abro una a una

las hojas de ese árbol

para leer el paso detenido del agua.

Con ella se van los fósiles del mundo,

las arterias de la vida cuyo cuerpo

se deja morir para renacer.

 

Leo esas hojas

como a un espejo

y siento que la fragilidad se detiene

en lo verde y en lo abierto.

 

Y se duerme como una niña

abrazada al viento tibio,

a las aves que nadan entre las nubes.

 

Abrazada a la luz que la luna oculta

bajo la piel de los ríos que alguna vez

fueron mares y desiertos.

 

 

 

  

Huellas en la nieve

 

Cuando se acabe todo,

la tierra,

el océano,

el río que se está secando

y el cielo que cruje sediento,

buscaremos las huellas

que dejamos en la nieve

para conservar allí

nuestras almas.

 

El frío las encenderá,

las hará incandescentes.

 

Los lobos vendrán por ellas

en una noche como esta.

 

Nosotros estaremos

para entonces

lejos de ahí.

Despertaremos

en el espacio vacío y luminoso

que las estrellas

han creado para nosotros

cuando el cielo

también se acabe.

 

Los lobos

volverán cansados a sus madrigueras

con el hambre infinita de la nieve.

 

 

 

-De Especies (Granada: Valparaíso, 2022).

José Francisco Robles (Santiago de Chile, 1979). Es escritor y académico de la Universidad de Washington en Seattle, Estados Unidos. Ha escrito ensayos y artícu ... LEER MÁS DEL AUTOR